Quiméricos aquellos que pensaron que la justicia sería la “gran abanderada” en el impeachment contra el presidente de los norteamericanos por el escándalo ucraniano y la obstrucción de las investigaciones legislativas sobre el asunto.
Y es que a una semana de discursos, descargos, consideraciones, aburrimiento y cuantiosas dosis de gollerías e infusiones, los actuales debates del Congreso han hecho del Capitolio el escenario donde dos contrincantes, pero con una misma misión estratégica en materia política, están convirtiendo en ripios sus respectivas vestiduras.
El fin único: para los republicanos mantenerse en la Casa Blanca, y para los demócratas el retorno al control de la Oficina Oval.
Mientras, llueven de un lado y otro maniobras, dilaciones, golpes de última hora, cartas debajo de la manga, y cuanto chanchullo sea indispensable para “derrotar” al otro.
Los republicanos, mayoritarios en el legislativo nacional, advirtieron desde muy temprano que nada ni nadie cambiaría la resultante matemática que le da el poder de veto, en tanto los demócratas, acusadores absolutos, no parecen poder mover esta gigantesca piedra por encima de todas las consideraciones pretendidamente éticas y morales que citan en sus documentos incriminatorios.
Y entre col y col, comienzan a aparecer las “lechugas”. Así, en medio de las descargas de la defensa de Trump, “milagrosamente” se ha dado a conocer un manuscrito de un libro del ex asesor de seguridad nacional, el nada cauto, medido y decente John Bolton, en el cual dice haber escuchado del mandatario gringo instrucciones para presionar al gobierno de Ucrania mediante el chantaje con retener la ayuda militar prometida de antemano a Kiev si no investigaba “operaciones fraudulentas” del hijo del aspirante demócrata a la presidencia Joe Biden, asociado a una empresa energética de esa nación europea.
Una revelación que por el momento, dicen algunos, podría alargar las sesiones del Congreso, sobre todo en torno al jaleo por presentar o no testigos ante el legislativo devenido “tribunal.”
Bolton, quien acumula un largo historial de desafueros globales y fue por un tiempo casi un “calco” de Trump en materia de agresividad externa, terminó sus días en la Casa Blanca en medio de una no aclarada disputa con el inquilino de la Oficina Oval, a quien no le gusta que se haga lo que él no quiera, decida y apruebe.
De todas formas, fuentes radicadas en los Estados Unidos, indican que el “reality show” del Capitolio cada día deja más que desear entre aquellos que se reúnen ante la TV para seguir una letanía donde el final es evidente desde el mismo inicio de las sesiones, a menos que se “caiga el mundo a última hora.”
Esas mismas fuentes precisan que más allá de quien gane la pelotera (donde existe de antemano una concertada votación absolutoria de la mayoría republicana) no es de dudar que sobrevendría un severo y vengativo estira y encoge entre contendientes que no quieren dar su brazo a torcer.
De hecho, colaboradores del presidente ligados al escándalo ucraniano llegaron a decir con pelos y señales que bien podrían investigar y llevar a juicio a los Biden por actos de corrupción. Al hijo, porque “probadamente está involucrado en malos manejos con empresas de Kiev”, y al padre, por “actuar como consciente telón” de los rejuegos de su vástago.
Por lo demás, insisten los comentarios a nivel de calle, a partir de lo que viene sucediendo en el Congreso cada vez son menos los que creen que el verdadero interés del impeachment obedece al apego a la Constitución y a la preocupación por un gobierno realmente decente para el país.
Se trata en esencia, eso sí, de arañar todo lo posible al otro para salir adelante en las elecciones de noviembre, las cuales Trump “no soportaría perder”, según ha afirmado textualmente, mientras en el espacio demócrata sigue persistiendo la querella entre una decena de aspirantes a la candidatura partidista.”
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