Parece que el ex vicepresidente Joe Biden fue el primer gran sorprendido por los resultados a su favor en el tan llevado y traído Supermartes demócrata, en el que logró reposicionarse en sus aspiraciones a la primera magistratura gringa luego de sumar victorias en nueve de los catorce Estados en disputa.
Mientras, el legislador Bernie Sanders, que aparecía como el gran favorito para llevarse el pato al agua, pasó a un segundo puesto, aunque pudo hacerse del premio gordo de la contienda al conquistar California, una de las plazas que aporta mayor número de delegados a la futura convención partidista que nominará al rival de Donald Trump para los comicios generales de noviembre.
Y, desde luego, el repunte de Biden deja mucha tela por donde cortar en materia de maniobras políticas.
Justo en un comentario anterior, recordábamos a nuestros lectores que, pese a los iniciales triunfos y la redoblada popularidad de Sanders antes del Supermartes, la conservadora alta dirección demócrata estaba tentada a resolver el dilema con la réplica al calco de lo ocurrido cuatro años atrás, cuando el senador progresista por Vermont fue desplazado de la candidatura presidencial por el favoritismo hacia Hillary Clinton, finalmente vapuleada por Trump.
Para esta ocasión, Bernie Sanders incluso ha sido mucho más incisivo y sistemático en sus pronunciamientos de corte popular, logrando un importante arraigo que a la vista de los “moderados” no es admisible en unos planes electorales tradicionales donde el objetivo se reduce a cambiar los rostros en la Casa Blanca, pero mantener inalterables los contenidos del “sistema”.
En consecuencia, lo ocurrido en el Supermartes con el “despunte” de un Biden casi en ocaso, ha sido calificado por no pocos observadores como el producto del “manotazo sobre la mesa” de la cúpula demócrata, que ni por casualidad está dispuesta a correr riesgos con un aspirante de “izquierda”.
Una mirada a los juicios sobre “Joe” que ahora empiezan a manejarse en la propaganda partidista despeja cualquier duda: Biden, se insiste ante el electorado, es “el norteamericano medio”, “el que habla y siente como el ciudadano común”, “quien resume el sueño y las aspiraciones del neto estadounidense”, y además… “el hombre que con su sabiduría y experiencia acompañó como segundo al exitoso Barack Obama”.
Por otro lado, en el terreno práctico, todo quedó expuesto ante los ojos del buen entendedor cuando en medio del Supermartes aspirantes como el ex alcalde Pete Buttigieg, la senadora Amy Klobuchar y Tom Steyer suspendieron sus campañas para dar espacio al vicepresidente, lo que se une a la también renuncia con similares intenciones del multimillonario Michael Blommberg, luego de gastar unos 400 millones de dólares de su bolsillo en el fallido intento de encabezar la boleta azul.
Cuentan que el cierre de la jornada no pudo ser más explícito, cuando Biden, al despedirse de sus correligionarios, exclamó henchido de certezas: "Voy a batir a Donald Trump".
En consecuencia, al menos para este autor, la batalla en el seno de los demócratas se acerca mucho a un guión con final predestinado, a menos que ocurra un milagro político masivo que sus redactores y firmantes no puedan controlar y se vean obligados a enmendar la plana antes que cometer suicidio.
Porque, entre otras cosas, quienes desde las alturas defienden la candidatura de Biden pretenden instituir el esquema mental de que Sanders es el hombre de la “división interna” a partir de su discurso popular, cuando muy bien el aludido podría afirmar que en realidad quienes “separan y alejan” son los que desde sus butacas de regidores hacen burla de las preferencias y criterios de las mayorías que dicen representar y defender.
En fin, que recomendable es entonces seguir observando esta puja con el radar abierto a la comprensión de que Sanders tiene ahora dos montañas que batir: el rechazo evidente de una cúpula demócrata que ya escogió su candidato; y Trump, si por complicado sortilegio las brujas azules se tornasen en condescendientes hadas madrinas.
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