La salida del poder de Ángela Merkel y los retos de Alemania

El anuncio hace varias semanas de que Angela Merkel dejaría su cargo de canciller federal al concluir su periodo legislativo en 2021 y de que tampoco seguiría al frente de los destinos de la CDU —Unión Cristiano Demócrata— en el Congreso que debe realizarse el próximo mes de diciembre, causó revuelo en el interior de la República Federal y en sus simpatizantes, pero también en muchos de los socios comunitarios.

La canciller germana, considerada la mujer más poderosa del mundo, según la revista Forbes, ha logrado encabezar un país por 13 años consecutivos, que es la locomotora de Europa. Admirada y criticada por simpatizantes y adversarios ha sido foco de atención de medio planeta desde que llegó a la Cancillería de Berlín en 2005.

Pero no es cansancio justamente lo que puede apreciarse en tal actitud, y es que parece que ha calculado con objetividad sus derrotas en los feudos de Baviera y Hesse, donde  el Partido que encabeza, la CDU, sufrió su mayor derrota desde 1966 en el primero y la peor desde 1946 en el segundo; el derrumbe de las encuestas y la fragilidad de su coalición de gobierno en este cuarto mandato, y sobre todo los frecuentes y duros enfrentamientos dentro de su alianza de centro-derecha. Esa retirada incluye una tercera decisión: dejar su escaño como diputada del Bundestag (Parlamento Federal).

Se le califica de mesurada, prudente, metódica y pragmática, tal vez esos calificativos puedan explicar la decisión de su próxima marcha. Es como una demostración del estilo Merkel.

A lo mejor el orden en que ha pensado su retirada en tres fases, la renuncia ahora a la presidencia de la CDU y en el 2021 su salida como canciller y diputada, no ocurra como lo planeó. Muchos consideran que tendrá que abandonar el poder antes de la fecha fijada, si es elegido su más acérrimo crítico, su copartidario Friedrich Merz, un conservador más cerca de la derecha que del centro, que ya marca primero en las encuestas.

Pero pudiera no ser el único contratiempo más visible. Su gobierno podría caer en 2019 en las elecciones regionales, debido a que su socio de alianza, el Partido Socialdemócrata (SPD), va perdiendo apoyo y confianza de sus simpatizantes.

Su actitud decidida fue la que se impuso cuando la mayoría de los socios europeos querían  echar a Grecia del euro, en el peor momento de la crisis de la Eurozona; lo pedía la mayor parte de los países del norte de Europa y según numerosos análisis la canciller lo veía como “una traición al proyecto europeo”.

A Angela Merkel le ha acompañado la suerte también. Su pragmatismo, tan enaltecido por unos, es muy criticado por otros, la intransigencia y la inflexibilidad son otras de las sombras que arroja su célebre figura. Contempló de cerca la caída del Muro de Berlín y decidió repentinamente entrar en el mundo de la política, dando inicio a una carrera meteórica: portavoz del Gobierno de Lothar de Maizière, ministra de Mujer, ministra de Medio Ambiente, presidenta del grupo parlamentario de la Unión Cristiano Demócrata (CDU). Sin embargo,  no todo ha sido a buena luz, sino de maestría para mantenerse en un segundo plano y atacar en el momento preciso; así lo hizo con su mentor, el entonces canciller Helmut Kohl, y a quien precipitó al vacío con la publicación de un demoledor artículo en 1999, en el Frankfurter Allgemeine Zeitung.

Aun con estos tres escenarios que calculó para su salida de la vida política, lo que está en juego para ella verdaderamente es la definición de su legado.  Sus defensores la continúan viendo como la persona imperturbable y poco dogmática para construir consensos y producir la estabilidad del país ante las crisis. Sus socios comunitarios sienten que se les puede escapar la líder que ha conducido los destinos de Europa hacia  la estabilidad integradora y tenaz oponente de los designios y vaivenes del inquilino de la Casa Blanca.

Veremos cómo se mueve el péndulo del espectro político alemán y su incidencia en la vieja Europa.