Terminar con la injerencia militar de los Estados Unidos y sus aliados, destruir al Estado Islámico, y el compromiso gringo de romper su complicidad con el terrorismo islámico, la ultraderecha regional y el sionismo son las vías para devolver la estabilidad a Asia Central y Oriente Medio.
Sin dudas, un programa que debería, al menos, ser escuchado por una administración norteamericana responsable, decente y capaz de sacar de juego las erratas de sus antecesores, causantes de la tragedia que enfrentan ambas regiones.
Así, Bagdad y Damasco, en reciente análisis conjunto, valoraron como negativa y altamente contaminante la prolongación de la presencia de los ocupantes estadounidenses en Iraq y de su despliegue ilegal en Siria (dedicados entre otras cosas al colosal robo de petróleo ajeno), así como los intentos de insuflar renovado apoyo a los terroristas del Estado Islámico para continuar con las agresiones desestabilizadoras en ambos países.
La advertencia coincide con recientes declaraciones del Departamento norteamericano de Defensa reseñadas por el rotativo The Wall Street Journal, en las cuales se valora un “nuevo estudio” sobre la presencia de tropas gringas en Iraq, Siria y Afganistán a partir de la concepción del gobierno de Joe Biden de que “nada ha cambiado acerca de nuestro deseo de defender al pueblo estadounidense de la amenaza del terrorismo, al mismo tiempo que nos aseguramos de que contamos con los recursos adecuados para nuestra estrategia”.
Esa peregrina idea —dijeron al respecto comentaristas extranjeros— esconde realmente el propósito oficial estadounidense de insistir en “quebrar la unidad sirio-iraquí”, e implementar la estrategia de “quedarse en la región, aumentar sus fuerzas, revivir al grupo terrorista Estado Islámico, y provocar el caos constante afectando a las fuerzas militares de dichas naciones, argumentando querer la paz y libertad de esos pueblos mientras saquea sus recursos básicos”.
Vale recordar que con la invasión contra Iraq bajo el pretexto de ocupar los nunca encontrados “arsenales de armas de destrucción masiva” de Sadam Hussein, y de mover ilegalmente sus tropas a Siria para “combatir al EI” (creado, entrenado y armado por USA y sus socios de injerencia), los contingentes bélicos gringos llevan largos lustros pretendiendo atomizar ambas naciones a tono con el programa hegemonista de remodelación estratégica en las cercanías de las fronteras de Rusia y China, de proporcionar al Israel sionista un entorno regional débil y controlable, y de tener libre acceso a esenciales zonas petroleras.
Y si la respuesta de Bagdad y Damasco sigue siendo la voluntad de limpiar de terroristas y fuerzas invasoras a sus respectivos territorios como única alternativa para una paz duradera y positiva, en territorio afgano también se generan enojos muy serios con las “nuevas ideas” de la Casa Blanca.
Así, el movimiento de los talibanes, que tiempo atrás acordó con Kabul una solución pacífica a la inestabilidad interna y sus explosivas consecuencias a cambio de la salida de las tropas gringas del país, rechazó todo cambio en el acuerdo ya suscrito, y precisó que la permanencia militar extranjera será respondida con la continuación de la guerra.
Los talibanes dieron así acuse de recibo a recientes afirmaciones de John Kirby, vocero del Pentágono, acerca de que “la salida prevista de las tropas estadounidenses de Afganistán podría detenerse, puesto que los talibanes no están cumpliendo” con su parte del acuerdo de paz, algo que niega firmemente este grupo armado.
En fin, todo un entramado que se conecta con la reciente y más global decisión norteamericana de colocar bajo análisis los posibles movimientos futuros de sus tropas desplegadas en Europa y el Lejano Oriente, a la vez que sabotea de hecho las aspiraciones iraquíes y sirias, y el acuerdo de Doha que condiciona la paz en Afganistán a la limitación de la presencia de militares foráneos en ese país.
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