Parecería que, por puro problema de imagen, la nueva administración norteamericana se estaría enredando con la herencia de bravuconería que destiló en su momento el saliente Donald Trump, o que, simplemente, está sacando las uñas como firmante de la tradicional prepotencia gringa en los menesteres internacionales.
Pero más allá de puntos de partida, lo cierto es que en los últimos días y horas Joe Biden y su equipo se han desprendido del disfraz de mesura, pretendida sensatez y objetiva percepción que de alguna manera intentaron proyectar en su campaña electoral.
Así, y blandiendo de nuevo la gastada demonización de ajenos y el pretendido papel sagrado de los Estados Unidos como presunto ombligo planetario, la Casa Blanca empieza a escribir páginas complicadas en materia global.
De esa manera, sus primeras conversaciones directas con una delegación de la República Popular China, realizadas días atrás en Alaska, tuvieron un desastroso inicio cuando la delegación gringa, encabezada por el nuevo secretario de Estado, Anthony Blinken y el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, intentaron sermonear a su contraparte con referencias inusitadas a la política interna y la soberanía del gigante asiático, lo que motivó una severa respuesta de los agraviados huéspedes.
Para la parte china, los citados cargos estadounidenses ejecutaron “irracionales ataques” contra el desempeño local y externo de Beijing, lo que contradice flagrantemente “el espíritu de una reciente conversación telefónica entre los presidentes Xi Jinping y Joe Biden para centrarse en la cooperación, gestionar las diferencias mutuas, y poder llevar las relaciones bilaterales al camino de un buen desarrollo". Una meta, vale indicar, que al menos en parte se cumplió parcialmente horas después, según indicaron medios de prensa.
Poco antes, y en sus respuestas al programa Good Morning America de ABC News, el mandatario gringo había contestado afirmativamente cuando lo preguntaron si cree que su homólogo ruso Vladímir Putin es un asesino, y aseveró que el jefe del Kremlin va a "pagar" por la pretendida injerencia de Moscú en las últimas elecciones norteamericanas.
Esa actitud está ligada a la vieja acusación cursada por los círculos gringos de poder contra las autoridades de la Federación Rusa desde la campaña comicial en que la demócrata Hillary Clinton enfrentó al luego electo republicano Donald Trump.
Entonces también se especuló sobre la “injerencia mediática rusa” contra la aspirante del partido azul mediante la intercepción y divulgación de buena parte de sus e mail personales.
Ahora, y poco después de la citada acusación de Biden contra Putin, el dirigente ruso le deseó a su par gringo “una buena salud”, y subrayó que muchas personas suelen ver en otros su propio reflejo, al tiempo que Rusia llamaba a Moscú a su embajador en Washington, Anatoli Antónov, para consultas "con el fin de analizar qué hacer y qué rumbo tomar en el contexto de las relaciones con los Estados Unidos.”
En consecuencia, vuelve a ponerse en evidencia para muchos analistas el hecho de que en la Casa Blanca los ánimos contra Beijing y Moscú se alejan cada vez más de la cordura, la seriedad y el equilibrio, a la vez que siguen siendo pasto de las ideas de superioridad y dominación que caracterizan los orígenes y la historia de la primera potencia capitalista.
Todo, cuando es evidente, como ya apuntamos una vez, que si Donald Trump fue el primer presidente en el inicio del fin del predominio global norteamericano, Biden será el segundo en esa etapa sin retroceso previsible.
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