Si algún régimen goza de total falta de vigilancia, control y amenazas de sanciones y represalias violentas por desarrollar desde hace casi seis decenios un arsenal atómico que apenas oculta al mundo, ese es el Israel sionista.
Se dice hace mucho tiempo, incluso por la “experta” CIA norteamericana, que, en efecto, los artefactos nucleares de Tel Aviv pueden sumar unos trescientos, y se supo además que por estos días trabaja intensamente, y desde hace veinticuatro meses, en la instalación de un moderno reactor atómico en sus tampoco disimuladas instalaciones de Dimona, en el desierto de Néguev, establecidas cincuenta y nueve años atrás con ayuda occidental en pleno territorio de la Palestina ocupada.
Así, según informan medios de prensa internacionales, fotos satelitales de Google Earth publicadas por el Panel Internacional sobre Materiales Fisionables mostraron claramente que Israel está llevando a cabo una importante expansión en ese estratégico emplazamiento que algunos analistas regionales califican como “la única fábrica de armas nucleares en Oriente Medio”.
Un suceso que, evidentemente, no despierta la más mínima preocupación en Washington, el resto de sus aliados occidentales, y hasta en ciertas entidades mundiales sobre la materia.
Por su parte, Pavel Podvig, investigador del Programa de Ciencia y Seguridad Global de la Universidad norteamericana de Princeton, precisó a medios informativos que al parecer “la construcción del reactor sionista comenzó a principios de 2019 o finales de 2018, por lo que ha estado en marcha durante unos dos años.
En pocas palabras, que Israel, por la gracia, displicencia e innegable complicidad de los “celosos guardianes globales en materia atómica” ha ejecutado cuanto le ha venido y le viene en ganas en torno al desarrollo de “armas de destrucción masiva”, y nunca ha sufrido, no ya una invasión militar norteamericana como la que se produjo contra Iraq para requisar las nunca localizadas “bombas nucleares de Saddam Husein”, sino que ni siquiera ha enfrentado el más mínimo ceño fruncido entre quienes le privilegian, y muy en especial de los Estados Unidos de Norteamérica, que puntualmente le entrega cada año más de tres mil millones de dólares en ayuda militar, el mayor monto que Washington destina en ese rubro a un socio externo.
Todo un sonado contraste con la exaltada histeria con la que la Casa Blanca y sus cercanos aliados asumen otras “opciones” de manejo de la energía nuclear como la trazada por la República Popular y Democrática de Corea para garantizar su seguridad como nación atacada miliarmente por USA en la quinta década del pasado siglo, y amenazada por artefactos atómicos gringos asentados por largo tiempo en territorio sudcoreano.
O como la asumida por la República Islámica de Irán con su programa de producción de uranio para uso pacífico en el sector de la energía, algo por lo cual los mismos inquisidores citados en el párrafo anterior la estigmatizan, cercan y sancionan bajo la “certeza” de que constituye una “terrible amenaza global”.
Nada, “leves contradicciones” y “deslices” de esos excelsos modelos de democracia cuya única aspiración es hacer lo que deseen a escala mundial sin que nadie les cuestione y obstaculice, por asimétrico y desfachatado que resulte.
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