La guerra contra Irak estaba decida con o sin los controvertidos actos terroristas del 11 de septiembre de 2001. El mismo esquema había funcionado además para Afganistán, donde los Talibanes, creación exclusiva de Washington contra la presencia de las fuerzas de la extinta Unión Soviética en aquel territorio, se convirtieron en incómodos, no solo por su extremismo islámico incontrolable, sino además por su incapacidad para imponerse a escala nacional y facilitar el entramado de oleoductos programado por monopolios gringos para esa nación de Asia Central.
Con Irak el tema tenía pues visos similares. Uno, asumir las riquezas petroleras del país, poseedor de veinte por ciento de las reservas globales de crudo. Dos, seguir consolidando el cerco geopolítico hacia el este, sobre Rusia y China.
Ahora, nueve años de enquistamiento bélico norteamericano en la añeja Mesopotamia parecerían llegar a su final, si uno se creyese a pie juntillas los discursos oficiales de la Casa Blanca.
Pero las realidades no concuerdan con lo que se dice. Analistas afirman en ese sentido que "tal vez una parte del ejército de EE.UU. se esté retirando, pero no así el gobierno estadounidense." Y es que la embajada gringa en Bagdad persiste como la más grande del mundo, y decenas de miles de "contratistas privados en seguridad" tomarán los espacios de las fuerzas que regresan a casa. Casi un decenio de afianzamiento, de seguro no cederá fácilmente.
En cuanto a las consecuencias de todos estos años de violencia extranjera, nada mejor que la conclusión de Sami Rasouli, fundador y director de los Equipos Pacificadores Musulmanes en Iraq, cuando declaró a la prensa: "Si el objetivo era la destrucción del país, Washington puede considerar cumplida la misión".
Así, a tenor con el sitio Web Democracy Now, "la invasión y la ocupación estadounidense de Iraq sostenida durante los últimos nueve años ha dejado un saldo sangriento para la población civil iraquí y para las tropas extranjeras. Aproximadamente 4 mil 500 soldados estadounidenses murieron y 32 mil resultaron heridos. Mientras, el número exacto de víctimas iraquíes posiblemente nunca se sepa."
Y si bien las cifras más conservadores, acatadas y difundidas a toda voz por el aparato mediático occidental hablan de apenas 104 mil civiles iraquíes muertos a manos de los ocupantes foráneos, existen estudios muy serios y fundados que aseguran que esa cifra supera el millón de vidas sacrificadas.
Por su parte, entidades estadounidenses como el Instituto Watson de Estudios Internacionales, confirman que en materia de erogaciones, la aventura iraquí, solo en montos asignados por el Congreso, ha consumido no menos de 800 mil millones de dólares, entregados en primera instancia a suministradores militares de todo tipo, y a empresas energéticas, constructoras y de seguridad, esencialmente a aquellas cuyos principales directivos ostentaron altos puestos en la administración de George W. Bush, como el ex vicepresidente Dick Cheney, o el ex Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, entre otros "afortunados".
¿Qué queda para los iraquíes entonces? La amarga experiencia de la ocupación directa y de la dependencia ulterior, un país patas arriba en todos los sentidos, y el negro recuerdo de las muertes, la violaciones y los vejámenes, resumidos en las indignas e insultantes imágenes de la prisión de Abu Ghraib, en pleno centro de Bagdad, entre otros muchos horrores sin saldar.
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