Era una plácida tarde dominical y decidí dedicarla a un muy exquisito placer: la lectura. De manera que me dirigí a mi bien surtida biblioteca y tomé un volumen. Lo firmaba el escritor español Félix María de Samaniego (1745-1801).
Fue Samaniego lo que se suele denominar como un irreverente boquiduro. Lo mismo criticaba ferozmente a los políticos que a la religión. Por eso se pasó la vida con los hermanos de la cruz verde royéndole los talones, Sí, la gentuza de la Inquisición.
Nos legó un manojo de 157 fábulas, acompañadas de moralejas que nos señalan cómo llevar una vida decente.Entre esos consejos aleccionadores, uno me llamó la atención de modo especial. Es aquel que dice: “Procure ser, en todo lo posible, el que ha de reprender, irreprensible”.
O sea, que para acusar al prójimo hay que ser irreprochable, estar transparentemente límpido. Que no se puede estar repartiendo pedradas cuando se tiene el tejado de vidrio. Y la moraleja me recordó a cierta gente que anda pasándole cuenta a medio planeta Tierra.
UN ACUSADOR QUE ESTÁ SUCIO
En Estados Unidos de Norteamérica “unos 40 millones viven en pobreza, 18,5 millones en pobreza extrema y 5,3 millones viven en condiciones de pobreza extrema propias del tercer mundo".
Esas palabras no las está improvisando este humilde emborronacuartillas. Las dijo Philip G. Alston, relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de Naciones Unidas. Y agrega Alston: "En un país rico como Estados Unidos, la persistencia de la pobreza extrema es una decisión política adoptada por quienes están en el poder. Con voluntad política podría ser fácilmente eliminada". (Claro está, el informe del relator recibió ácidas críticas del gobierno de Trump).
Cifras oficiales reportaron en el año 2017 más de medio millón de homeless, o sea, quienes no tienen sobre su cabeza un techo donde guarecerse. (Varias fuentes opinan que la cifra es mucho mayor). Son los que duermen en una estación del metro. O en una funeraria, velando a un difunto ajeno.
Sólo en la zona de Skid Row, en el centro de Los Ángeles, hay unos mil 800 homeless, que disponen de apenas nueve baños públicos, una cifra que ni siquiera cumple con los estándares de Naciones Unidas para los campos de refugiados sirios.
"Castigar y apresar a los pobres es la respuesta típicamente estadounidense a la pobreza en el siglo XXI", indica Alston.
Claro está, a los mandantes no les interesa la suerte de los muertos de hambre. Porque ellos están en el polo social de la opulencia, de la gozadera. Dígase que, en el primer gabinete de Trump, las fortunas de los allí sentados sumaban 4 mil 300 millones de dólares.
Y, en aquel país, la miseria se reparte muy "democráticamente". Hay 8 millones más de pobres blancos que de pobres negros.
De todas maneras, los negros tienen una tasa de mortalidad infantil 2,3 veces superior a la de los blancos. Además, un negro en su trabajo gana 82,5 centavos por cada dólar que recibe un blanco.
El Departamento de Agricultura de los Estados Unidos ha estimado que un 12,3% de los hogares estadounidenses carece de seguridad alimentaria. O sea, 15,6 millones de hogares. Se calcula que 13 millones de niños allá pasan hambre. En parecida situación se encuentra el 21% de los discapacitados, 4 millones de personas.
Pero no los aturdo más con cifras, Pienso que, como botón de muestra, es suficiente.
UNA DESPEDIDA, DESBORDANTE DE INDIGNACIÓN
Cada cierto tiempo, alguna dependencia del gobierno yanquirule da a conocer una lista, condenatoria hacia algunos países. Y esto siempre me hace recordar una frase que repetía mi abuelita: "Luz del mundo y oscuridad de su propia casa". No en vano alguien dijo que aquélla, la nación más rica del mundo es una vidriera de la miseria. Evidentemente, aquella piara de infranormales jamás se leyeron a Samaniego.
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