Sin dudas el Papa Francisco ha imprimido un sello muy particular al ejercicio de la añeja jefatura de la Iglesia Católica.
Es proverbial su interés por dejar atrás el boato y desterrar los deslices de toda índole que han marcado hasta nuestros días los entretelones del Vaticano.
Y es que personalmente la modestia, la honestidad y la vocación participativa y social vienen marcado con especial intención el pontificado que ejerce desde hace ocho años.
Y por estos días, Francisco dirigió sus pasos a Iraq, en una de las zonas del planeta donde intereses hegemonistas se empeñan en imponer su mando absolutista como parte de su particular “batalla” por desbancar a aquellos “adversarios” que asume oficialmente como “pavorosas amenazas.”
La nación iraquí, como se recuerda, fue invadida por tropas norteamericanas y de sus socios más íntimos años atrás para deponer el gobierno de Sadam Hussein, bajo el pretexto de ocupar presuntos arsenales de armas de destrucción masiva nunca localizados por los agresores.
Desde entonces, la disgregación social, las penurias, la violencia y el estímulo al extremismo han signado la vida del país bajo un control extranjero que sigue poniendo obstáculos a su retiro incondicional de una nación independiente y soberana.
Por otro lado, la invasión gringa, está de lleno inscrita en la vieja máxima estratégica Made in Usa de que “quien controle Eurasia dominará el mundo”, en razón de su ubicación determinante en la geografía internacional y su formidable peso en recursos naturales, económicos y humanos.
Un sucio esquema que sin dudas no escapa al Papa Francisco, quien es un decisivo defensor de la estabilidad, la autodeterminación de los pueblos, y la convergencia y el entendimiento como instrumentos de los cambios para concretar el bien que reclama la humanidad.
Y, según analistas, y en consonancia con esos criterios, el Papa Jorge Bergoglio ha dado continuidad en Bagdad “a uno de sus propósitos reiteradamente explicitados desde que asumió su responsabilidad como pontífice: contribuir con su mensaje, su presencia y su testimonio personal, a promover la paz aún en las situaciones más conflictivas.”
En su periplo fue testigo además el Papa Francisco del sentimiento de respeto del pueblo y las autoridades iraquíes a figuras como el general iraní Qasem Soleimani y el subcomandante de las fuerzas populares locales Abu Mahdi al-Muhandis, asesinados poco tiempo atrás por orden expresa de Donald Trump, quienes son reconocidos como “héroes antiterroristas” que impidieron al extremista Estado Islámico (pagado y entrenado por Washington y sus cómplices) cometer un verdadero genocidio religioso en Iraq.
Apegado por demás a su criterio de establecer el acercamiento entre las grandes religiones monoteístas y, en particular a la aproximación con el islamismo, Bergoglio, tal como hizo en La Habana años atrás con Kirill, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa de todas las Rusias, tuvo importantes intercambios con figuras religiosas iraquíes, y en especial con el máximo clérigo chií, el ayatolá Seyed Ali Sistani.
De ese manera, el Sumo Pontífice católico cumplió con su puntual objetivo de destacar que el judaísmo, el cristianismo y el Islam tienen mucho en común, y por tanto vale toda oportunidad para trabajar en favor de alentar y fortalecer esa convergencia.
Con más fuerza, según explican analistas, “cuando las religiones han sido utilizadas como herramientas políticas por ciertos gobiernos imperialistas, con la intención de manipularlas y utilizarlas a favor de sus intereses políticos y estratégicos.”
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