Donald Trump rezuma, al menos por unas horas, el más profundo regocijo. Logró en un día dos espectáculos políticos de “altura”: descargar ante el Congreso sus muy personalísimas valoraciones en torno al estado del país bajo su gestión de gobierno (no sin enfrentar incómodos episodios de rivalidad demócrata), y pocas horas después zafar el cuerpo a un posible juicio político por abuso de poder y obstrucción de las investigaciones legislativas correspondientes. Quizá por ello el rimbombante título del propagado video personal que siguió a ambos episodios, propio del más acérrimo de los autosuficientes: ¡Trump para siempre!
Pero vayamos por orden cronológico y situémonos en el hemiciclo del Capitolio, donde, ante todo, el presidente de los norteamericanos obvió estrechar la mano de su obligada presentadora, la demócrata Nancy Pelosi, jefa de la cámara de representantes, y la cual, al final, haría pedazos el texto de la diatriba trumpista ante el pleno del poder legislativo.
Luego exaltó la “firmeza e impulso” que en más de tres años ha estampado a la economía nacional, abandonando acuerdos globales y regionales o incitando a una guerra arancelaria contra China, junto a sus aportes a la paz y seguridad, dejando atrás el tratado INF sobre misiles de corto y medio alcance, rompiendo con el protocolo nuclear con Irán, manteniendo sus vínculos con el terrorismo islámico a pesar de decir lo contrario, saboteando toda negociación seria con Corea del Norte en materia de armas atómicas, convirtiéndose en ladrón neto de petróleo ajeno en Siria, asesinando selectivamente a altos mandos militares de Teherán, condenando a los palestinos a no existir, o recibiendo en pleno Capitolio al delincuente Juan Guaidó como “prominente patriota venezolano”, entre otras muchas tropelías.
Y un poco después, el disco rayado de “blanquear” la sociedad estadounidense forrando el país entre muros contra los inmigrantes, culpables, según él, de los niveles de violencia, delincuencia y drogadicción que marcan como hierro fundente el devenir cotidiano de la primera potencia capitalista.
En fin, la concreción, por él y para él, de “América (la suya) siempre primero”, y al diablo con aliados, protegidos, socios y, desde luego, detractores y oponentes.
Una actuación que, sin dudas, y viendo las amargas experiencias de la historia universal, debía ser una alerta para sus dear americans, porque las dictaduras y los regímenes personalistas aparecen cuando mentirosos, intolerantes, estafadores, farsantes y ególatras inoculan y emboban a la gente.
Luego vendría, en el mismo escenario legislativo, la consagración de la farsa en torno al impeachment, sesgada por el pase de cuentas entre los dos partidos que se turnan en la presidencia para cambiar de forma, pero dejar intacto el contenido del cuadro político, económico y social Made in USA.
Un debate que derivó en uno de los más buscados reality shows de la TV gringa en las últimas semanas, y donde la matemática primó sobre todo criterio de justicia, honestidad, defensa de los intereses nacionales y decencia política, que se supone sean cualidades y deberes sagrados de toda legislatura.
Así, sin admitir testigos ni documentos adicionales, la mayoría republicana, con la excepción del congresista Mitt Romney, a quien sus correligionarios califican de “traidor y resentido”, liberó de cargos al mandatario que ya se perfila como listo para aspirar a la prolongación de su permanencia en la Oficina Oval por otros cuatro años en los comicios generales de noviembre próximo.
Mientras, sus arranques de ira, sus insultos, su egocentrismo, sus decenas de miles mentiras y su carencia del tacto, la decencia y la solidez de criterio que se supone caractericen a estadistas y líderes políticos, seguramente tendrán por estos días terreno fértil en la bullente cabeza de un multimillonario que, ha dicho textualmente, “no resistiría” no “doblar el turno” en la Casa Blanca.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.