La llegada de Joe Biden a la presidencia norteamericana, y su anuncio de borrar la sarta de dislates ocasionados por Donald Trump, abrió no pocas expectativas en torno a la posibilidad de que los Estados Unidos enmienden su ríspida salida del pacto nuclear con Irán.
Como se sabe, en 2015 fue suscrito el citado acuerdo luego de dilatadas negociaciones multilaterales entre delegaciones de Irán, los Estados Unidos, Gran Bretaña, Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania.
Su letra estableció el cese de presiones, hostilidad y sanciones contra el país persa a cambio de limitaciones en su programa de desarrollo del uso pacífico de la energía atómica. Pero, apenas tres años después, en 2018, Trump desconoció todo ese esfuerzo, dio la espalda al compromiso norteamericano, y reinició el pretendido “castigo” contra Teherán. Toda una necedad que complicó la buena marcha del trascendente acuerdo y que incitó cierta ralentización de los firmantes euroccidentales en cuanto a sus deberes, seguramente por aquello de no quedar del todo mal con el socio mayor.
Lo cierto es que al menos, y en medio de los prolongados y justos reclamos persas para dar continuidad al protocolo, la administración Biden envió por estos días una notificación al Consejo de Seguridad de la ONU en la cual dejó sin efecto una pedido de sanciones contra Irán interpuesto por su sucesor republicano bajo la acusación de “violaciones” de Teherán a un pacto del que el entonces inquilino de la Casa Blanca se desentendió por propia voluntad.
Hay que recordar que en todos estos años de ausencia norteamericana del tratado, la República Islámica ha hecho y demandado todo lo humanamente racional para mantener la vigencia de dicho documento, y justo para subrayar esa voluntad no ha dudado en aplicar variantes de presión acordes con la letra del convenio, como el impulso al procesamiento de uranio y posibles ajustes con la Agencia Internacional de Energía Atómica en torno a sus planes de inspección.
Por demás, ha reiterado que de consumarse la vuelta de los Estados Unidos al Plan Integral de Acción Conjunta (como oficialmente se denomina el protocolo nuclear) y el cumplimiento de sus obligaciones tal y como le corresponde, Teherán retomará el rumbo de la normalización de su actitud para hacer avanzar lo ya negociado.
No obstante, el dilema tiene aún tela por donde cortar. De hecho Washington, con el silencio o la aprobación en voz baja de algunos de sus socios occidentales, parece inclinado a insistir en una modificación de lo establecido en 2015 bajo el manipulado pretexto de que Irán está “dejando atrás algunos de sus compromisos”.
En ese sentido, Teherán ha manifestado, sensata y claramente, que es imposible y fuera de toda objetividad pretender revertir o reformular lo pactado, a la vez que ha rechazado de forma contundente la oportunista intención de la Casa Blanca de llevar a la mesa de diálogo, e introducir en el pacto original, temas como el programa de misiles del país persa.
Y es que Irán ha dejado claro en muchas ocasiones que “no negociará sus armas defensivas convencionales” y que su capacidad en materia de misiles “es su línea roja inviolable, pues garantiza su soberanía nacional”.
Toca entonces a la potencia, que fue autoexcluida de un acuerdo internacional de tanta trascendencia por un presidente engreído y prepotente, decidir ahora si retoma de manera modesta y constructiva sus compromisos o insiste en jugar la carta de sabotearlos mediante actos ilógicos y demonizaciones absurdas.
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