A setenta y cinco años de la decisiva victoria del Ejército Rojo sobre el régimen nazi, el nueve de mayo de mil novecientos cuarenta y cinco, Moscú se apresta a una campaña de divulgación de profundo alcance para rescatar la verdad en torno a los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial.
Se trata de la respuesta del Kremlin a la intensa y tergiversada actividad del universo mediático hegemonista, que en los últimos tiempos intenta, mediante un amplio y multifacético barraje de mentiras, establecer como válidos sus torcidos criterios sobre la mayor conflagración militar en la historia de la humanidad, desatando un verdadero diluvio de informaciones, pretendidos “estudios” y materiales audiovisuales, que buscan desacreditar a la ex Unión Soviética y su concluyente papel en la derrota de la Alemania fascista.
Así, el pasado enero, y como repuesta a la campaña tergiversadora de Occidente, el presidente ruso, Vladímir Putin, dispuso poner a disposición de todas las personas y entidades interesadas del mundo, los más amplios archivos existentes sobre la Segunda Guerra Mundial, pertenecientes a la desaparecida Unión Soviética.
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Será, dijo, una forma de dar un “definitivo tapabocas” a quienes en nuestra época venden burdas y trastocadas imágenes de un hecho que para los soviéticos se transformó en la Gran Guerra Patria, y que costó a la nación euroasiática cerca de veintinueve millones de vidas, la más alta cuota entre los países involucrados en el conflicto.
La decisión apunta no solo a establecer la verdad meridiana de lo sucedido, sino además a rendir justo homenaje a quienes la llevaron a cabo y cuya epopeya pretende ser denostada de manera falaz.
El empeño de Moscú por rescatar la verdad sobre la Segunda Guerra Mundial, debiera ser también un esfuerzo de todos los que validan la equidad y la justicia con respecto a la historia.
Es palpable que en la actualidad los intereses hegemonistas estiman, que a cinco generaciones de aquella terrible conflagración, están creadas las condiciones para que sean desdibujados y sepultados el heroísmo, los sacrificios y el nivel de combatividad y resistencia que llevaron a los soviéticos hasta al corazón de la Alemania Nazi a pesar de sus tremendas pérdidas humanas y materiales.
Y junto con ello, diluir y desprestigiar del papel liberador del Ejército Rojo en buena parte de Europa, en un total hurto de los muchos méritos del primer Estado de Obreros y Campesinos de la historia, y del ejemplo de lo que es capaz una nación armada de conciencia y coraje cuando decide defenderse a toda costa.
Hoy incluso hay quienes intentan culpar a Moscú del estallido de la Segunda Guerra Mundial con la ocupación de Polonia por los nazis en 1939, por haber suscrito con Alemania un pacto de no agresión previo a ese episodio, documento que no puede analizarse de forma superficial, sesgada o ajena al contexto entonces vigente.
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Son los que intencionalmente pasan por alto o simplemente silencian, que suman Londres, París y la “oportuna” neutralidad gringa, el trío que permitió el rearme germano desde 1935, y que en septiembre de 1938 fueron el primer ministro inglés Arthur Neville Chamberlain y su par galo Édouard Daladier, quienes suscribieron con Adolfo Hítler el titulado pacto de Munich, que permitió al líder nazi anexarse Austria e invadir los Sudetes checoslovacos, como incentivos para que Berlín dirigiera sus futuros golpes contra la URSS.
Otros, especialmente entre la derecha polaca, se han dedicado metódicamente a “recalificar”, ahora como “invasores y traidores”, a los soldados soviéticos y a sus aliados locales que liberaron a Polonia de los nazis luego de derrotarlos en Varsovia el 17 de enero de 1945.
Así, el mérito histórico de las fuerzas del Primer Frente Bielorruso y del Primer Ejército Polaco, los protagonistas de aquella gesta, hoy son virtualmente nada en una reescritura de los detractores que, sin dudas, nunca podrá imponerse al peso de las abrumadoras evidencias que la contradicen y anulan.
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