¿Es un yerro establecer lazos de entendimiento y cooperación? Al parecer nada lo impide ni debe condenarlo. Se trata de un derecho pleno de las personas, entidades, países y regiones a partir de la afinidad de intereses y conveniencias mutuas. Eso sí, en todo caso su punto negro radica en cuáles intenciones y propósitos los promueven y ejecutan.
Así, y hablando de historia, vale recordar, por ejemplo, que los rebeldes de las Trece Colonias no tuvieron reparos en sumar a su favor, a partir de 1763, la presencia de tropas y buques franceses en su lucha contra el colonialismo británico, un apoyo que fue determinante en la derrota de Lord Cornwallis en Yorktown en 1781 y el logro de la independencia norteamericana.
Alianza aquella de positivo talante para ambos lados y distante en buena medida del abierto ropaje depredador y brutal de otras comuniones, como la del eje fascista Berlín-Roma-Tokio durante la Segunda Guerra Mundial, o la integración de la belicista OTAN para “conjurar el peligro comunista” proveniente de la extinta Unión Soviética y el disuelto campo socialista europeo.
Y por estos días ciertas alarmas empiezan a sonar cuando resta poco tiempo para la cercana expiración del Tratado de Amistad y Buena Vecindad entre Rusia y China, y el manifiesto interés de los presidentes Vladímir Putin y Xi Jinping de “elaborar un nuevo acuerdo que tenga un contenido histórico” como consecuencia de “un proceso natural e inevitable” entre ambas partes. Un tratado que “no solo refleje el deseo de ambos países de proteger a sus pueblos, sino que ofrezca seguridad y desarrollo pacífico a los países vecinos y a toda la humanidad”.
Algo así —explican analistas— como un bloque defensivo con todas las de la ley en un escenario global de serio antagonismo entre los defensores de la multilateralidad y los abanderados del hegemonismo.
Y antes que se convierta en cascada la tergiversación que intenta “explicar” esa convergencia de dos grandes en términos de “expansionismo depredador” o “humos de grandeza personalista”, recordemos que desde hace decenas de años los tanques pensantes capitalistas ya advertían que quien posea Eurasia dominaría el mundo, por tanto, el destino de Rusia, China y las naciones aledañas debía ser decidido y controlado por las “fuerzas del bien” con sello Made in USA y sus segundones mundiales.
En esa cuerda, personajes y medios de prensa del oeste ya empiezan a proferir cargos contra las ideas de una mayor integración bilateral proyectadas por el Kremlin y Beijing a inicios de este febrero, y a “alertar” a la “comunidad internacional” acerca del “riesgo” de que “Rusia y China ahora están más cerca que nunca de firmar una alianza militar oficial”.
El susto se deriva precisamente de que se trata de la unión, sobre la base de propósitos mutuamente beneficiosos, de dos gigantes: justo del país oriental que para fecha cercana desplazará a los Estados Unidos de su raído trono de primera potencia económica global, y del coloso euroasiático que acelera su recuperación entre los líderes del planeta, luego de la dañina, dura e inmediata experiencia postsoviética.
De esta manera, según el Instituto de Moscú para las Estrategias Políticas y Económicas Internacionales, RusStrat, ese trascendente pacto “no es una iniciativa que haya sido improvisada, y aunque ambas potencias han mantenido públicamente ciertas reservas, el tema se ha debatido a puerta cerrada desde 2016, hasta llegar a un consenso muy prometedor”.
“Esta alianza —prosigue la citada entidad rusa— equivale a una garantía de convivencia pacífica, sin guerras encubiertas o abiertas, y sin intentos de derrocamiento o desestabilización”. Además, “garantizará la cooperación económica y cultural de las naciones involucradas en las Nuevas Rutas de la Seda”.
Entre la lista de ventajas de un proyecto “casi a las puertas de su concreción”, dicen analistas, Beijing se sumaría a un sistema de defensa nuclear de larga data y ampliaría su fuerza en la solución de problemas, como la presencia militar norteamericana y occidental en el Mar de China y la disputa con Taiwán.
Mientras, Moscú contaría también con un peso adicional de altísima significación frente al expansionismo otanista hacia el este y los diferendos relativos a Ucrania y Crimea.
Por demás, quedarían como mero papel mojado los no pocos intentos hegemonistas de sembrar la discordia y la desconfianza entre los dos gigantes euroasiáticos a partir de estimular conflictos políticos e ideológicos de orden bilateral, e intentar virtuales sobornos a uno u otro para incentivar resquemores y desconfianzas entre los aludidos. Un manido programa de “divide y vencerás” que parece naufragar de antemano ante el pronóstico del citado Instituto RusStrat de que “la alianza militar oficial entre Rusia y China se firme en el año en curso o a más tardar en 2022.
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