Treinta años de guerra intermitente, desamparos humanitarios, piratería, transición remendada y extensa lucha por el poder político caracterizan la realidad somalí, ahora impactada por una crisis de gobernanza.
Virtualmente desde el pasado 8 de febrero este país del Cuerno de África no posee presidente, aunque en la práctica Mohamed Abdulahi Mohamed (conocido como Farmaajó) no abandonó el cargo y aún posee representatividad en los asuntos que vinculan al Gobierno con el escenario internacional.
Ese dilema político actual es grave y transita por una senda tortuosa de la cual es muy difícil salir para avanzar por otro camino más favorable.
El 17 de septiembre del año pasado Farmaajó y otros cinco líderes federales firmaron un acuerdo que reforzaba la idea de realizar comicios indirectos para configurar el nuevo Legislativo y posteriormente elegir al presidente, pero eso no se cumplió y ahora la oposición acusa al todavía mandatario de violar lo pactado.
Tal situación en el manejo de los procedimientos institucionales llevó al país a lo que se sintetiza como una crisis electoral, toda vez que el gobernante saliente no se atuvo al calendario de los comicios, que debieron celebrarse en diciembre para establecer el Parlamento y a partir de eso cumplir los demás pasos de las elecciones indirectas.
El proceso de las consultas somalíes no es el de un hombre un voto, sino que se seleccionan políticos responsables de escoger a otros de jerarquía superior y así se escala –además a ese conjunto de personalidades electas se unen autoridades tradicionales designadas- todos se encargan de elegir al presidente.
Con el persistente conflicto bélico y la crisis electoral, muchos críticos del presidente Mohamed Addulahi Mohamed opinan que este le falló a Somalia. (Tomada de elpais.com)
Esa forma de actuar funcionó durante el llamado Gobierno Federal de Transición (GFT), que operó de 2004-2012 y le imprimió legitimidad a la gestión oficial, pese a que no se desmarcó de un problema esencial: vencer en el conflicto armado para poder construir una paz sólida, lo que tampoco se logró en los nueve años siguientes.
La guerra –protagonizada por la autoridad central asentada en Mogadiscio contra el grupo insurgente Al Shabab (Los Jóvenes) – impide consolidar las instituciones, pero se intenta conseguir ese objetivo como ocurrió en seis rondas de negociaciones entre líderes de los estados semiautónomos y la presidencia, cuyo último encuentro fracasó en febrero.
Hoy, sin embargo se evidencia que existen posibilidades de regenerar estructuralmente al país, con el respaldo de la Unión Africana, con una misión militar multinacional en el terreno, la Amisom, Naciones Unidas y los países donantes, que evitaron la gran catástrofe socioeconómica somalí, aunque la rozó con sus hambrunas y desplazamientos masivos.
Pero esa visión amigable tiene una contrapartida menos favorable y deliciosa de la que también depende el destino del país y que ilustra cómo en realidad opera el desequilibrio en medio del atraso y la desatención social, por ejemplo el 60 por ciento de su población es analfabeta, según datos de Naciones Unidas. .
Todo se combina en el drama interno de la República Federal y esa fusión fomenta la discordia al incorporar la lucha por el poder, también fragmentado –tanto en su lo inmediato y palpable-, como en su interioridad donde se mueven tendencias políticas relacionadas más con la diversidad de intereses que con planes estratégicos unificadores.
Mantener activo al “Estado fallido” es concederle oportunidades a sus órganos de reponerse, con eso gana el país, también sus aliados en el concierto subregional e incluso continental, para todos ellos resultaría beneficioso que el país del Cuerno de África transitara hacia la ley y el orden en su aspiración de reponer la institucionalidad diezmada.
Sin embargo, un análisis válido le concede toda la importancia que tiene la guerra no convencional para la élite del poder, indirectamente asociada con el interés de Occidente de conservar despierto al guardián somalí en la ruta por donde navega un sustancial por ciento del petróleo que consumen los países ricos.
Hay más detrás de la necesidad de fomentar la institucionalidad, frágil y todo, y es que más de 90 por ciento de la población de ese país de África oriental es musulmana, por lo que no es del agrado de sus enemigos en la arena internacional tener un nuevo frente confesional defendiendo el espacio del Islam.
Un entendimiento político somalí más allá de lo que en su tiempo alcanzó el GFT y por encima de fracturas, fortalecería al Estado, aunque habría que ver si ese ente cumpliría las exigencias del nuevo “mercado” de las relaciones internacionales y los anhelos nacionales, para lo que se requiere construir un modelo con instituciones firmes.
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