Lo afirmó sin reparos en estos días en que los Estados Unidos enfrentan el descontrolado aumento de los casos de Covid-19.
“Yo soy el presidente de guerra”, espetó públicamente de manera que sus conciudadanos crean que es la única figura capaz de descoyuntar al coronavirus, y de paso, conducir a la nación por los caminos de la hegemonía global con la que sueñan él, y los como él que le acompañan y aúpan.
Su meta: lograr un nuevo mandato en noviembre, porque su ego “no podría soportar” un resultado adverso. De modo que, “timonel a tu timón”, no importan incoherencia, ignorancia, demagogia o permanentes marchas y contramarchas según sople el viento.
Lo del Covid-19 es apenas la “aventura” más reciente. Siempre tildó la pandemia de “simple gripe”, “propaganda demócrata en épocas de sufragio”, o se mofó de su gravedad aduciendo “que personalmente era inmune porque se lavaba sus manos con frecuencia y no se tocaba el rostro”.
Y la llama se hizo incendio… y la primera potencia capitalista es hoy la nación de este hemisferio con mayor número de contagios y muertes a cuenta de un brote que ha trastocado el “feliz y exitoso modo de vida norteamericano”, mientras su gobierno dispara tiros locos a uno y otro lado buscando un freno y a la vez propaganda favorable para sus particulares aspiraciones de repetirse en la Oficina Oval.
Aunque, ciertamente, vale indicar que en eso de “presidente de guerra” hay algo de razón.
Dijo tiempo atrás, por ejemplo, que saldría de Siria, y en vez de sacar sus tropas ilegalmente asentadas en ese agredido país, las desplegó en campos petroleros de los que roba a Damasco 30 millones de dólares mensuales a cuenta del contrabando de crudo ajeno.
Por demás, ha provocado una reciente movilización adicional de fuerzas rusas al nororiente sirio, donde más de una vez “sus muchachos” han intentado bloquear el movimiento de patrullaje de los efectivos de Moscú dislocados en la carretera M-4, que conecta Al-Hasaka con la ciudad de Alepo.
Debe recordarse que los efectivos de Rusia, Irán y el Hezbolá libanés son las únicas fuerzas militares extranjeras autorizadas por el gobierno legítimo sirio para operar en la nación contra los grupos terroristas que con protección gringa, sionista y de regímenes del área, acumulan diez años consecutivos de agresión bélica contra aquel Estado árabe.
En pocas palabras, a cuenta del “presidente de las guerras” podría llegarse a un enfrentamiento directo con los militares rusos, episodio de consecuencias imprevisible una vez destapada la olla.
Trump además juega cartas parecidas en Iraq. Hace poco, y luego del asesinato ordenado por Washington del general iraní Qasem Soleimani en Bagdad, el parlamento iraquí solicitó oficialmente la salida de todas las tropas gringas dislocadas en el país, una demanda a la que USA respondió con el plan de establecer tres nuevas bases militares en aquella nación aun virtualmente ocupada desde los días de la “guerra global antiterrorista” de George W. Bush.
Días después, el inquilino de la Oficina Oval volvía a la carga para intentar disfrazar con los ripios de un reconsiderado “retiro”, la nueva ubicación de sus fuerzas en Iraq luego de varios ataques con misiles a sus cuarteles originales, respondidos con bombardeos aéreos indiscriminados que el propio presidente local Barham Salih denunció como una “violación de la soberanía nacional”.
Nada, un Supermán de pacotilla que cree poder timar la credulidad de un país calado hasta los tuétanos por los pujos de autosuficiencia que le vienen martillando en los sesos desde la llegada de la gente del Mayflower a la costa este de América del Norte.
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