Si la “lógica” del dominio global sigue siendo parte de los poderes norteamericanos y guía básica de su actuación externa, entonces nada positivo se puede augurar en el virtual incendio que consume al Medio Oriente y Asia Central desde hace decenios.
Y esta conjetura no es exclusiva de quien redacta estas líneas, sino que forma parte de las hipótesis que manejan sobre el tema analistas de todas las tendencias, desde los que no concuerdan en nada con semejante esquema de acción, hasta los que lo aplauden y consideran indispensable para el reino del absolutismo Made in USA.
Lo cierto es que en los últimos días, y coincidiendo con la salida de Donald Trump y el estreno de Joe Biden en la Casa Blanca, es recurrente escuchar revelaciones con total fundamento acerca del interés de reverdecer al terrorista Estado Islámico en los aún complicados escenarios de Iraq y Siria, como parte de un plan que martilla en la obsesión de mantener a Washington en la fabricada puja en torno a una región que considera vital para sus intereses hegemonistas, en fragmentar todo lo posible a los gobiernos y fuerzas progresistas locales a favor de grupos dóciles al mando externo, y en proteger la existencia del sionismo israelí, el socio extranjero más estimado por la primera potencia capitalista.
Vale recordar que el Estado Islámico tiene sus antecedentes de integración en el Iraq ocupado por tropas norteamericas, donde asesores de la CIA y el Pentágono entrenaron y armaron a ese grupo extremista con el sostén de Israel y de autoridades regionales de corte reaccionario.
“Las evidencias –indican varios materiales sobre el tema- confirman que desde 2014 hasta 2017 Washington brindó apoyo logístico al EI para mantener sus líneas de aprovisionamiento y traficar hidrocarburos y otros bienes desde Iraq y Siria para así financiar su presencia en la región.”
Las mismas fuentes precisan que “en 2016 la Agencia de Inteligencia de Defensa de los Estados Unidos publicó documentos sobre la responsabilidad de la Casa Blanca en la inusitada propagación del Estado Islámico en Asia Occidental.”
Por su parte Julian Assange, el fundador de Wikileaks, revelaría tiempo después que, en correos electrónicos del Departamento de Estado, entonces bajo la égida de Hillary Clinton, constaba que esa entidad oficial gringa estaba implicada en la entrega de armas al EI y otros grupos armados que actuaban contra el legítimo gobierno de Siria.
Otros estudiosos explican que la todavía reciente orden de Donald Trump de asesinar en Iraq al teniente general iraní Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, y a Abu Mahdi al-Muhandis, subcomandante de las Fuerzas Populares Iraquíes, perseguía precisamente horadar la contundente y exitosa respuesta de Damasco y Bagdad contra el EI y su casi eliminación en ambas plazas.
En consecuencia, la cadena destinada a revivir al Estado Islámico es, sin dudas, prioritaria para los grupos norteamericanos de poder y sus íntimos aliados en Oriente Medio, y sus más reciente eslabones están ligados al rescate de sus remanentes, su concentración en bases militares gringas, su reorganización y equipamiento, y la ejecución en las últimas horas de nuevos ataques terroristas contra destacamentos militares iraquíes y sirios, y atentados criminales como el ejecutado en la plaza a Plaza Tayaran de Bagdad, donde dos extremistas cargados de explosivos se hicieron estallar dando muerte a 32 civiles e hiriendo a 110.
Tanto en Siria como en Iraq la respuesta hacia esta política criminal y violenta es similar. Bagdad mantuvo su criterio de que la presencia militar norteamericana es la gran promotora de este intento de resurgimiento del terrorismo, y de hecho las Unidades de Movilización Popular acaban de anunciar la destrucción de al menos diez nuevos emplazamientos y refugios del Estado Islámico en la zona de Jazira al-Eith, en el este de la provincia central de Salah al-Din.
Mientras, en Siria, siguen los combates exitosos contra los destacamentos en retirada del EI y de otras bandas armadas, mientras Rusia, Irán y el Hizbolá libanés han reiterado que la lucha no concluirá en aquel país hasta tanto no hayan sido eliminados los grupos violentos, y expulsados los efectivos de los Estados Unidos y Turquía que hoy ocupan ilegalmente espacios dentro del territorio nacional.
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