Luego de tres décadas de ataques terroristas, el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) — una facción armada original de Uganda que desde 1987 actuó en zonas de Sudán, Sudán del Sur, Congo Democrático y República Centroafricana— resurge de sus cenizas, tras ser desechada la utópica idea de construir un Estado teocrático.
En teoría el grupo armado —extremista de confesión cristiana— había sido eliminado por la ofensiva de tropas africanas, principalmente de Kampala, y fuerzas especiales de Estados Unidos, que en abril de 2017 detuvieron sus acciones contra el LAR, lo cual relacionaron con la debilidad extrema causada a esa insurgencia.
“La decisión de retirarnos se basa en que la misión para neutralizar al LRA ha sido todo un éxito”, dijo en aquel entonces el vocero del ejército de Uganda, general Richard Karemire, según publicó el diario The Independent, y afirmó que los secuaces del excatequista eran menos de 100 combatientes en condiciones débiles e inefectivas.
Sin embargo, en la primera semana de febrero un hecho actualizó el asunto: la Corte Penal Internacional (CPI) que sesiona en La Haya, Holanda, declaró culpable de al menos 61 crímenes de guerra y contra la humanidad a Dominic Ongwen, un exjefe de la facción del autoproclamado profeta Joseph Kony, por cuya captura se mantiene una recompensa de 15 millones de dólares.
El juicio de Ongwen —el primer condenado en la Corte Penal Internacional (CPI) por el delito de “embarazo forzado”— abrió una perspectiva hacia la posible ejecución de justicia contra el Ejército de Resistencia del Señor en pleno, y judicialmente demandaron la captura internacional de Kony, Vincent Otti, Okot Odhiambo y Raska Lukwiya; los dos últimos murieron.
Ese connotado terrorista ahora juzgado se entregó en 2015 en Bangui, la capital de República Centroafricana, poco después compareció por primera vez ante el tribunal asentado en la ciudad holandesa de La Haya y desde entonces se sometió a un proceso que se extendió hasta ahora, cuando la Corte lo encontró indudablemente culpable.
La razón invocada hace cuatro años para cesar la persecución del LRA fue que Kony “no representa ya ninguna amenaza significativa para la seguridad de Uganda”, como afirmó el general Karemire, pero las agresiones de esa banda continúan; la facción en 2020 atacó asentamientos civiles en República Democrática del Congo y República Centroafricana.
El sitio digital infobae.com lo identifica como: “El grupo es, más que una guerrilla, una auténtica organización criminal que se caracteriza por su extrema violencia y por el reclutamiento de menores de edad para usarlos como sicarios y esclavos sexuales”. Conforme cálculos estadísticos, desde su aparición, el LRA secuestró entre 20 000 y 30 000 pequeños, quienes fueron criminalmente reducidos y explotados. Muchos de ellos reincorporados a la sociedad sufren los traumas del tiempo que estuvieron sometidos y otros son vistos con aprehensión respecto a su retorno a la vida normal.
¿Es que acaso pervive el fantasma de ese “club” de secuestradores de centenares de niños a quienes pervirtió al convertirlos en soldados o esclavos y cuyos jefes condenó mayormente en ausencia el Tribunal Penal Internacional? Quizás ese sea el primer misterio… Otro tema es ¿dónde se esconde Joseph Kony?, contra quien se volcó una poderosa maquinaria de inteligencia militar para localizarlo y nada.
El LRA continúa siendo un problema para la estabilidad en África central, luego de servir claramente como grupo mercenario en ocasiones y en otras desempeñándose como instrumento de presión contra poblaciones civiles a las que masacra. Ahora se opina que roban para comer, aunque todo indica que no abandonaron sus prácticas de recluir niños y convertirlos en asesinos, tal como ocurrió con el propio Ongwen, raptado cuando iba para la escuela siendo niño y tras los años convertirse él mismo en un monstruo.
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