El presidente brasileño Jair Bolsonaro se salvó de una rechifla en la apertura de la 75 Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) porque su intervención, negacionista, mentirosa y mal leída fue virtual debido a la pandemia de la COVID-19 que azota al planeta.
Bolsonaro (1955), quien durante sus casi tres años de gobierno sigue dando muestras de incapacidad política y mental de manera reiterada, tampoco hizo la diferencia el pasado martes durante la inauguración del foro que mediante videoconferencia trajo hasta el plenario mundial a los jefes de Estado y de gobierno del planeta.
En contradicción con las realidades del gigante suramericano, refirió que “el mundo necesita la verdad para superar sus desafíos”, una manera poco sutil de burlarse de quienes saben de su mundo político fantasioso, creado a su conveniencia y la de sus aliados políticos, entre ellos Estados Unidos (EE.UU.).
Brasil, por tradición desde 1947, inauguró la Asamblea General de este 2020, cuando los más de 7 000 millones de habitantes de la tierra sufren por igual el contagio del virus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, que ya mató a más de 137 000 brasileños y contagió a otros 4,5 millones,
Portales como Brasil de fato confirmaron el temor existente en medios diplomáticos acerca del comportamiento del presidente cuyo único trabajo fue leer para un video un discurso de 14 minutos preparado por uno de sus asesores. Los temores no eran infundados, dado el carácter controversial del mandatario, capaz de cambiar agendas, ideas, y ofender en público a cualquiera que disienta de sus barrabasadas.
Esta es la segunda ocasión que Bolsonaro se hace presente en la Asamblea General. La especial situación mundial impidió, como ocurrió el pasado año, las negativas reacciones de muchos jefes de gobierno, muchos de espaldas al orador y otros retirándose de la sala.
Tenían razón los funcionarios de cuello blanco. Tampoco, en opinión de observadores, le fue bien esta vez al imitador y fiel admirador del mandatario de EE.UU. Donald Trump. Quiere parecerse al ultraderechista hasta en los gestos y disparates que identifican al mandamás de la Casa Blanca, un sujeto egocentrista, prepotente y machista como su par suramericano.
Para el intelectual brasileño Emir Sader, “Bolsonaro tenía la posibilidad de hacer una intervención que disminuyera los roces con la comunidad internacional, pero optó por el camino opuesto. Siguió con rigor los planteamientos de su canciller, Ernesto Araújo, adepto fervoroso de la guerra contra el marxismo cultural, que supuestamente controlaría el mundo, a través del multilateralismo”.
Quienes observaron el discurso pronunciado por el jefe de Estado suramericano se percataron de inmediato en sus dificultades para leer, tropezando las palabras, lo que evidencia, opinan sus críticos, sus deficiencias educativas.
En su cuaderno de estudios aparece solo que cursó escuelas militares y de ellas una para ser profesor de Educación Física. Cuando se retiró ostentaba los grados de capitán castigado por un pasado lleno de contradicciones aunque definido por su añoranza por la dictadura militar (1964-1985). Durante su gobierno ya cambió en cuatro ocasiones al ministro de Educación en su interés por crear una escuela “libre de ideologías”, pues en sus delirios teme que sean controladas por marxistas como, afirma, las actuales.
En su discurso, además de su lectura titubeante, Bolsonaro ratificó que es un mentiroso convulsivo, con muestras de vivir en una realidad diferente a la que muestra Brasil. Ideas que no pasaron inadvertidas para sus cada vez más numerosos críticos, empezando por sus detractores en el tema de la pandemia, sin cobertura sanitaria y un negacionismo presidencial ante la tragedia de que son víctimas sus coterráneos.
El gigante suramericano, con más de 200 millones de habitantes y un 48 % de ellos pobres o muy pobres, no cuenta en gran parte de su territorio con un esquema de salud comunitaria, pues el actual gobierno privatizó hospitales y otros centros de atención pública. Descalificó, sin tener conocimientos de Medicina, y expulsó del país a los médicos cubanos contratados por la Organización Panamericana de la Salud para atender el programa Mais Médicos, de la presidenta izquierdista Dilma Rousseff.
La proyección que dejó Bolsonaro en la ONU es que cada vez más refuerza su capacidad de mentir de manera consciente. Dijo un montón de falsedades como si estuviera en una tribuna local ante sus seguidores y no seguido, como lo fue, por la mirada escrutadora de los otros 184 países miembros de la organización internacional donde se hicieron presentes los principales problemas que hoy afectan a la humanidad.
Las mentiras que más molestaron fue la supuesta creación de un auxilio de emergencia de mil dólares que beneficia, en sus palabras, a millones de brasileños; que no hay deforestación; y que los incendios que devastan los bosques es obra de indígenas y habitantes de la selva amazónica.
En su sarta de falsedades aseguró que atendió la economía de más de 200 000 familias indígenas, que su gobierno dio un ejemplo de cómo atender la pandemia y otras argumentaciones en el tema social considerados delirios demenciales por intelectuales como Eric Nepomuceno.
Para alejarse de su responsabilidad en el tratamiento gubernamental a la COVID-19, el presidente dejó en manos de los 27 gobernadores la salud en sus demarcaciones, muchos de ellos críticos de su postura negativista ante el uso de medios de protección sanitaria.
En otra parte de su discurso en la ONU, el mandatario sin partido político, pues renunció al que lo candidateó, también dijo sentirse orgulloso por las pesadísimas inversiones extranjeras.
Cuando se analiza su discurso, otra realidad muy diferente rebate al mandatario, cuyo único mérito ante los grandes capitales que lo impusieron en el Palacio de Planalto es reimplantar el neoliberalismo en su forma más brutal.
Cada vez está más claro que su criterio para definir lo que es desinformación se basa en lo que es conveniente para su régimen derechista.
Economistas brasileños, como Marcello Novaes en Jornal do Brasil, apuntaron que durante seis meses el auxilio gubernamental no ascendió en total a más de 720 dólares.
Tampoco es cierto que proteja de la COVID-19 a las familias nativas, integradas por unas 900 000 personas, ya que el régimen les vetó la provisión de agua potable e impidió que brigadas de Médicos sin Fronteras ingresaran en las reservas para protegerlos y atenderlos durante la pandemia.
En Brasil no hay ley de protección ambiental, por lo cual los fuegos en el Amazonas y el Pantanal son provocados, que se conozca, por agentes externos que luego venden los bolos de madera a empresas trasnacionales, o por conveniencia de los agricultores para sembrar sus pastos.
Ante la alarma mundial, ya que Brasil cuenta con grandes reservorios naturales en el Amazonas, el sistema de monitoreo de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) de EE.UU. mostró que el 54 % de los focos de incendio están relacionados con la deforestación.
En el Pantanal, gran receptáculo de la flora y la fauna de Brasil, la Policía Federal investiga granjas quemadas de manera criminal para convertirlas en pastos para cría de ganado.
Respecto a las inversiones tampoco fue sincero. Este año hubo —según la Bolsa de Valores— la más espectacular fuga de inversiones y cotizaciones foráneas, en tanto surgen obstáculos para exportar productos del campo, entre ellos los altos aranceles impuestos a Brasil por su amigo Trump.
Además del aluvión de críticas de intelectuales, políticos, artistas y otros sectores, Bolsonaro fue acusado de mentir por la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (Apib), en una denuncia enviada al Supremo Tribunal Federal, en Brasilia, y la ONU.
Una información de la agencia de noticias Prensa Latina indica que “al responsabilizar a las comunidades tradicionales por las quemas, Bolsonaro consolida la mentira como política de gobierno”, según la Apib.
Alerta la Articulación que el exmilitar distorsiona la realidad para vender la imagen de un Brasil inexistente y procura exonerar a su administración de cualquier responsabilidad en las acciones para combatir la pandemia y proteger el medio ambiente.
Para esa organización, la principal herramienta de Bolsonaro es la mentira y asegura que “desde el comienzo de su mandato en enero de 2018 ha emitido 127 declaraciones falsas o distorsionadas”.
La mentira tiene piernas cortas. Tratando de culpar a los pueblos originarios, señaló en su intervención que “Los incendios ocurren prácticamente en los mismos lugares, en el entorno Este de la selva, donde el caboclo (mestizo) y el indígena queman sus campos en busca de su supervivencia, en zonas ya deforestadas”.
De inmediato fue impugnado por el Instituto de Investigaciones Amazónicas (Ipam, en sus siglas en portugués) el cual asegura que apenas 7 % de las quemas ocurridas el año pasado ocurrieron en tierras indígenas, que representan entre 20 y 30 % de esta región.
Más claro aún: ese pequeño porcentaje de fuegos fueron causados por los invasores, no por los nativos. Algunas comunidades indígenas sí usan el fuego en sus prácticas agrícolas ancestrales (no tanto en la Amazonía, sino más bien en la sabana), pero lo hacen en sus huertos de autoconsumo de apenas dos o tres hectáreas, según explicó recientemente a Sputnik la directora de Ciencia del Ipam, Ane Alencar.
Después de tantas irregularidades, queda en el aire qué Brasil inventado mostrará Bolsonaro al mundo el próximo año, presumiendo que siga en la presidencia e inaugure de nuevo, con su habitual desenfado, la Asamblea General de la ONU.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.