Parecería que, a partir de sus proyectos en política externa, la nueva administración demócrata se apega a dar continuidad a la desquiciada querella unilateral iniciada por Donald Trump contra Beijing.
Según analistas, ello obedece a que, en su sentido estratégico, la conducta oficial norteamericana no ha abandonado el postulado de intentar recuperar el magullado hegemonismo de la primera potencia capitalista a escala global, por lo tanto China, a quien se define y dibuja como un enemigo clave, seguirá estando en la lista de “blancos preferentes”.
Así, a seis días de la entrada de Biden en la Casa Blanca, la nominada secretaria de Comercio, Gina Raimondo, tuvo a bien adelantar públicamente que Estados Unidos debe “tomar acciones comerciales agresivas para combatir las prácticas injustas de China y otras naciones, que socavan la industria norteamericana”, en notoria identificación con la deforme práctica trumpista que en cuatro años elevó desmesuradamente los aranceles a los productos importados desde China, sancionó a empresas de ese nación asiática, intentó recortar las inversiones extranjeras en aquel territorio, y recalentó la escena política y militar con su actividad desestabilizadora en Hong Kong y su injerencia a favor del régimen de Taiwán.
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Se trata por tanto, y de forma evidente, de una línea de continuidad con las prácticas hostiles multiplicadas por Donald Trump, con todos los riesgos y daños que ello implica en medio uno de los escenarios globales más controvertidos que atraviesa el planeta, y que debería estimular, por el contrario, el entendimiento, la cordura, el respeto, y la colaboración mutuamente ventajosa.
Y justo esos principios de la convivencia bilateral y global fueron reclamados por el presidente chino, Xi Jinping, en su intervención en el Foro Económico Mundial realizado días atrás de forma virtual.
El máximo dirigente advirtió a Washington que “elegir el camino de la confrontación —ya sea una guerra fría, una guerra caliente, una guerra comercial o una guerra tecnológica— solo conllevaría el sufrimiento para los pueblos del mundo”, y rechazó la peregrina idea de la Casa Blanca de instituir “clanes globales” para concretar tan malsanos fines.
En esa cuerda, el ministerio chino de exteriores urgió a Biden a tomar en cuenta los calamitosos errores de Donald Trump con respecto al gigante asiático, y advirtió que el país responderá siempre y de forma adecuada a todo intento de dañar a sus empresas, intentar debilitar su economía, y violar su integridad territorial y su seguridad nacional.
Y habla, vale recordarlo, la nación que pese al actual desastre mundial derivado de la pandemia del COVID-19 registró un exitoso crecimiento económico superior al dos por ciento el pasado año, y que fue a la vez la primera receptora de inversiones extranjeras en igual período, superando con creces a los Estados Unidos, que sufrió un descenso de cuarenta y nueve por ciento en ese particular apartado.
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