Con el anuncio de la jefa de la Cámara de representantes Nancy Pelosi de la entrega al Congreso de los cargos contra Donald Trump por el escándalo de Ucrania, el probable inicio del juicio político contra el presidente, y la cercana elección del candidato demócrata a las elecciones de este noviembre, sin dudas habrá para los ciudadanos de la primera potencia capitalista una prolongada etapa de “algo diferente” por ver en sus equipos de TV.
En efecto, ya todo está listo, incluidos los nombramientos de los “fiscales” que actuarán en el proyectado impeachment contra el inquilino de la Oficina Oval, y solo resta la “magna ceremonia” de presentación del proceso ante el Congreso de la Unión y la integración del “jurado” legislativo que decidirá finalmente si Trump, como afirma los demandantes, es culpable de abuso de poder al presionar al gobierno ucraniano para que iniciara una investigación por actos corruptos contra el hijo de Joe Biden, uno de los posibles oponentes demócratas a las aspiraciones reeleccionistas del actual mandatario.
A ello se suma un segundo cargo, el de obstrucción a las investigaciones del legislativo durante el proceso de instrucción iniciado por la Cámara baja.
De última hora se supo además que llegaron a manos de los acusadores nuevos documentos que revelan las maniobras de Rudy Giuliani, abogado personal de Trump, “para lograr que Kiev anunciase investigaciones que perjudicarían a los demócratas.”
Medios de prensa indicaron que entre los materiales “figuran notas manuscritas de Leo Parnas, un socio de Giuliani, en las que apunta frases como: conseguir que Zelenski (el presidente ucranio) anuncie que el caso Biden será investigado".
No obstante, para muchos entendidos este “esfuerzo formal” por mostrar la pretendida “fuerza de la ley en los Estados Unidos” y que se aplicó inútilmente en dos ocasiones anteriores contra los mandatarios Andrew Johnson en 1868, y Bill Clinton en 1998, podría esta vez tener igual destino como consecuencia de la mayoría de que gozan los republicanos en el Congreso y la ácida actividad del líder de esa facción, el senador por Kentucky, Mitch McConnell, ducho en deshacer toda propuesta del partido azul.
Para otras fuentes, el impeachment, del que Trump ha hablado pestes digitalizadas y del que espera salir airoso con el apoyo de sus colegas partidistas, tiene un alto sabor a batalla por el control de la Casa Blanca a partir de noviembre, y por tanto se proyecta, más que como una elevada preocupación por la leyes, como un medio para deteriorar los muchos y aberrados empeños de Trump por proseguir al mando de la nación porque, como ha dicho públicamente “no soportaría el no lograr un segundo mandato”.
Mientras, del lado contrario, y en medio de los aires de juicio político que se vienen acentuando, los seis aspirantes a la candidatura demócrata con mayor favoritismo realizaron hace apenas horas el último debate público de campaña sin que todavía ninguno aparezca como la figura capaz de aglutinar al partido de cara a los comicios de noviembre.
Los medios que cubrieron el careo señalaron indistintamente aciertos y fallas en casi todas las intervenciones, para concluir que aún no se vislumbra con nitidez quien de los nominados será el que se lleve el pato al agua.
En consecuencia se remiten a los resultados de las votaciones en las cercanas primarias en Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur, y en el caucus de Nevada, como espacios donde tal vez las cosas se vean más claras.
Por lo pronto los seis finalistas que cerraron los debates fueron el ex vicepresidente Joe Biden, los congresistas Bernie Sanders, Amy Klobuchar y Elízabeth Warren, el millonario Tom Steyer, y el ex alcalde Peter Buttigieg.
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