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viernes, 22 de noviembre de 2024

Un mundo inviable: el fascismo rustico (II)

En un debate acerca de si el fascismo era o no repetible sostuve que no, aunque admití que podían surgir otras corrientes reaccionarias.

Jorge Gómez Barata en Exclusivo 06/07/2010
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En un debate acerca de si el fascismo era o no repetible sostuve que no, aunque admití que podían surgir otras corrientes reaccionarias. Entonces acoté que ello ocurriría únicamente si, como sucedió en la década del treinta en Europa, tales aberraciones ideológicas fueran adoptadas por grandes potencias. Me equivoque, el atraso y la ignorancia pueden engendrar un fascismo rústico.

En América Latina tal engendro resulta del trasvase del poder de las metrópolis coloniales a las oligarquías criollas, fenómeno que consagró las deformaciones estructurales ligadas al régimen de tenencia y explotación de la tierra y del modelo agroexportador que, en conjunto, dieron lugar a un modo de producción arcaico e ineficaz, conocido como subdesarrollo.

Para la opinión pública internacional, manipulada por las transnacionales de la información, las actuales tensiones políticas en Bolivia, son parte de las pugnas por el poder que caracterizan la historia latinoamericana. Esta vez no es así. Se trata de un proyecto reaccionario que, con un enfoque racista y oportunista, cuestiona medio milenio de historia e intenta deshacer lo hecho, no para rectificar y mejorar, sino para hacer: "Borrón y cuenta nueva".

No se trata ahora de la critica de los liberales, los nacionalistas y los socialistas que desde hace siglo y medio denuncian el carácter injusto, arbitrario y arcaico del sistema político encabezado por las oligarquías nativas, sino de un enfoque ideológico que cuestiona el derecho a la igualdad e incluso a la existencia de los pueblos originarios sobrevivientes. La idea de que Bolivia es un Estado inviable que no tiene derecho a existir es fascista y primitiva.

Los primeros gobiernos de la oligarquía latinoamericana estuvieron formados por criollos sobrevivientes de las luchas por la independencia, en las que adquirieron formación militar y dotes para el mando, aunque no experiencia política, educación republicana ni habilidades diplomáticas. Los primeros gobernantes, que recibieron las republicas como un botín, no aprendieron a lidiar con la oposición ni trabajar con ella en el diseño de políticas, opciones y modelos apropiados a nuestras realidades. Para aquellos caudillos la tolerancia era un defecto.

Dado su origen, la coyuntura y su formación, no resulta extraño que los líderes de nuestras primeras republicas sucumbieran a la tentación de abusar del poder, a los efectos corruptores del dinero, a la influencia del capital externo, a los empréstitos, las dadivas y las manipulaciones de las potencias para enfrentarlos unos a otros. Sin instituciones apropiadas, aliados honestos ni consejos de buena fe, optaron por las prácticas autoritarias, la violencia y la represión política.

Para los dictadores latinoamericanos de primera generación: de Santa Ana a Strossner, los críticos eran opositores y los opositores enemigos, no sólo del Estado y de la Patria, sino también de la familia y de Dios. Naturalmente, hubo excepciones y matices: déspotas ilustrados, genuinos populistas que apostaron por una especie de autoritarismo compasivo, llamado también paternalismo y no faltaron los demagogos.

En aquellos procesos que no fueron simples ni lineales, en todas las épocas y países, del seno de la intelectualidad liberal, la juventud ilustrada, los claustros académicos, los liderazgos obreros, incluso desde la oficialidad joven y el clero de base, se gestaron y florecieron ideas patrióticas, se preservó el pensamiento de los próceres y se acogieron las ideas más avanzadas, entre ellas el liberalismo, el marxismo y la socialdemocracia.

Como parte de aquella confusa historia, todavía presente en ciertos países, en la excepcional coyuntura histórica en que confluyeron el derrumbe del sistema colonial, el triunfo de la Revolución Cubana, la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos y la insurgencia latinoamericana, con la asesoría y bajo la influencia ideológica del imperialismo, en los grandes países de Sudamérica que habían librado frecuentes guerras y en los que se incubaron fuertes tendencias militaristas como Chile, Argentina, Brasil y Uruguay, surgió una segunda generación de dictadores.

Las dictaduras de segunda generación se diferenciaban de las primeras, no por su salvajismo y criminalidad, sino por la perspectiva ideológica y la justificación doctrinaria que dieron a sus actos, fundados ahora en criterios geopolíticos, doctrinas de seguridad nacional, fronteras ideológicas y sobre todo, un anticomunismo visceral y un odio infinito a la Revolución Cubana, argumentos con los que justificaban sus acciones concertadas y sus modos primitivos y salvajes de ejercer el poder político que, de hecho, constituían un fascismo rustico.

Las dictaduras del cono sur convirtieron la represión en razón de Estado y estilo de gobierno, se colocaron por encima de la sociedad y de la ley y, para evadir todo escrutinio, introdujeron la figura de los desaparecidos. No se trataba de confrontar la oposición, sino de erradicarla. En algo más de dos décadas, bajo las dictaduras, Sudamérica perdió a toda una generación de luchadores y reformadores sociales.

A la suma bicentenaria de represión, prisiones, torturas, asesinatos y exilios, se suma ahora el racismo y la xenofobia que. Lo que ocurre hoy en Bolivia es una continuación de las peores tendencias del fascismo criollo, que recién acaba de descubrir que no vale la pena perder el tiempo tratando de enmendar la historia ni cambiar realidades, sino que es preferible comenzar desde cero, pero esta vez sin indios ni negros. Los pies de cría son los retoños de la oligarquía y los infaltables europeos y gringos.


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Jorge Gómez Barata

Profesor, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU. y especializado en temas de política internacional.


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