El imperialismo logró revertir algunos importantes procesos políticos en el Tercer Mundo y liquidar al socialismo real, entre otras cosas porque encontró quien abriera las puertas desde dentro. Las elecciones están a la vista.
Ojalá no tengan que transcurrir décadas para que las fuerzas populares y antiimperialista saquen las conclusiones de lo que acontece en el entorno afroasiático que décadas atrás fue la región políticamente más avanzada y hoy experimenta un reflujo general. Nada queda de lo que fueron los procesos políticos de Egipto, Tunez, Libia e Irak, Siria está contra las cuerdas, Argelia ve arder las barbas del vecino e Irán parece estancado en un proyecto teocrático y en un contencioso de pronóstico reservado.
Las fuerzas nacionalistas, antiimperialistas y de izquierda han comprendido bien una parte del llamado “guión libio” y de la estrategia norteamericana de “poder blando” que se repite en Siria y con ajustes puede emplearse en otros lugares y momentos, deberían también prestar atención a la parte que les concierne. Hay errores a los cuales los procesos populares no sobreviven.
Entre esos errores ha estado el de confundirse por el hecho de que algunos países imperialistas sostengan el comercio y realicen inversiones con los países envueltos en procesos políticos progresistas, le vendan algunas tecnologías e incluso ciertos tipos de armas, lo cual no significa que pueda confiarse en ellos y hacerles concesiones. Las giras de Gaddafi (y sus hijos), sus excentricidades indicaban que aquel proceso resbalaba por un plano inclinado que suele terminar en un abismo.
Se puede repetir que Libia tenía los mejores indicadores sociales de toda Africa pero faltó lo principal: el respaldo popular, único blindaje eficaz para los procesos políticos de matriz nacionalista y que, antes de la entrada de la OTAN pudo haber paralizado la insurrección que no era sólo contra Gaddafi, sino a favor de fuerzas retrogradas.
Con las cifras del bienestar ocurre como con el hambriento que cuando sacia su apetito y tiene comida asegurada, no solo comienza a comer menos sino que se vuelve selectivo y exigente.
Cuando los jóvenes y los profesionales, los académicos y toda la población tienen asegurados los derechos básicos y resueltas sus necesidades vitales, necesitan y demandan lo que antes parecía superfluo: Internet, teléfono móvil, literatura, laicismo, participación decisoria, democracia, entre otros.
No hay que combatir esa lógica sino entenderla y conducirla por los mejores caminos. Los afanes de progreso, apertura y el empeño por alcanzar los estándares más avanzados no son el peligro. Cuando China y Vietnam se plantean como meta lograr “sociedades socialistas moderadamente acomodadas” no están haciendo concesiones ideológicas a la sociedad de consumo, sino usando el progreso y los deseos de superación individual como mecanismos de acción social.
El gobierno libio, como ahora le ocurre al de Siria, no tuvo éxito en derrotar, o como mínimo confrontar a la oposición armada y violenta, apoyada desde el exterior con la opción más eficaz y legitima y que pudo haber estado en sus manos, la movilización popular que respalde la actividad del gobierno, el ejército y la policía, sin incurrir en tentación de creer que la represión lo puede todo.
En los países del Medio Oriente y Africa del Norte, faltaron las fuerzas sociales y políticas organizadas, capaces de convocar al pueblo y liderar la resistencia. Esas fuerzas no se han expresado porque no existen y no existen porque nunca se les permitió establecerse ni prosperar. Algunos líderes nacionalistas creyeron que bastaba con institucionalizar el autoritarismo para preservar los procesos.
Contar con apoyo de masas no es sacar a las calles a unos cientos o miles de partidarios con pancartas, banderas y retratos cuando ha comenzado la crisis sino, disponer de fuerzas sociales: trabajadores, campesinos, intelectuales, jóvenes, estudiantes y mujeres organizadas y capaces de confrontar a la contrarrevolución con acciones efectivas. En todas partes la lección es la misma: los gobiernos de matriz popular no pueden hacer concesiones ni gobernar de espaldas a las masas, incluso cuando su gestión sea beneficiosa para el pueblo.
El alegato de que las cosas no funcionan así en el Oriente Medio porque se trata de culturas diferentes y porque esos países son un mosaico de tribus no es válido. ¿Alguien se ha preguntado por qué en el siglo XXI, y después de casi 50 años de independencia con un movimiento nacionalista avanzado todavía Libia era un país tribal gobernado por el clan Gaddafi y en otros estados todo gira en torno a denominaciones confesionales?
La respuesta es siempre la misma: en esos lugares no se avanza en la formación de entidades nacionales y en la superación de las contradicciones confesionales porque a las élites gobernantes, de diferentes signos, les conviene mantener el status tribual. En Egipto y Tunez sólo sobrevivieron entidades islámicas y algunas comunistas, porque fueron aptas para operar en la clandestinidad y soportar largos períodos de autoritarismo y represión, cosa que no pueden hacer los sindicatos ni las organizaciones de masas y sociales.
Para derrotar a la Revolución Cubana, Estado Unidos armó cientos de bandas de alzados que llegaron a operar en todas las provincias del país, organizó miles de acciones de sabotaje, practicó el terrorismo en una magnitud demencial, realizó una invasión en gran escala, conspiró para asesinar a
Fidel Castro, ha mantenido un bloqueo que dura ya medio siglo y no ha cejado un día de auspiciar el terrorismo y la contrarrevolución; sin embargo no se ha anotado un solo éxito.
Las murallas de la Revolución han resistido no sólo porque son sólidas, sino porque nadie las ha abierto desde dentro. Preparar a los pueblos para resistir, confiar en ellos y no en los planes de la ONU o en la condescendencia de alguna potencia interesada es el mejor blindaje. Allá nos vemos
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