Es extraño la semana en que no aparece una declaración o un suceso que relance el diferendo nuclear de Estados Unidos, Europa, la ONU y otras instancias con Irán. Cuando no hay una declaración de Obama o Netanyahu, la hay de Ahmadineyad. Cuando no son palabras son experimentos, movimientos de portaaviones hacía el golfo Pérsico o prueba de alguna arma temible. Tal parece como si no hubiera nadie interesado en resolver el conflicto sino en mantenerlo vigente.
Casi nadie duda de que en algún momento, por motivos nucleares o de otro tipo, Irán será atacado y que una agresión contra el estado persa, no puede ser de otra manera que en gran escala y con los armamentos más letales que puedan ser imaginados, incluidas súper bombas que matan tantas personas como las atómicas con la única diferencia de que no generan contaminación radioactiva. Todos dan por seguro que Estados Unidos estará involucrado.
En el fondo se trata de un conflicto de difícil identidad porque Irán que proclama constantemente que no quiere la bomba atómica, con su obsesión por el uranio, parece que quisiera probar lo contrario e Israel, única potencia nuclear del área, se cree con derecho a decidir y a imponer por la fuerza el criterio de quien debe poseerlas o no.
Está claro que Israel aun no ha atacado a Irán porque no cuenta con el visto bueno de los Estados Unidos y porque existen problemas logísticos, tácticos y estratégicos no resueltos. A diferencia de las guerras libradas anteriormente por el estado sionista, que fueron terrestres con ocupación de territorios y de bombardeos a instalaciones nucleares de Irak y Siria que constituyeron operaciones quirúrgicas realizadas en minutos y con una zaga favorable, lo de Irán es diferente.
En primer lugar Irán está a más de 1 500 kilómetros de Israel y entre uno y el otro se interponen varios estados (Arabia Saudita, Siria, Irak, Jordania y los emiratos del golfo). Aunque los países concernidos son aliados o clientes políticos de Estados Unidos, no lo son de los sionistas y, aunque difícilmente se aliarían con Irán, es poco probable que su abyección llegue al extremo de permitir que masas de aviones agresores sobrevuelen y se reabastezcan sobre su territorio.
Por otra parte no solo se trata de que Israel no tenga portaviones propios ni aviones cisterna en cantidad suficiente para operar en gran escala a semejantes distancias, sino de que la maniobra es técnicamente inviable. Los aviones se reabastecen en el aire uno a la vez y, debido a la vulnerabilidad de los aparatos en esos trajines, no puede ser realizada sobre territorio hostil. Nadie en Tel-Aviv puede soñar con desembarcos navales o aerotransportados para establecer una cabeza de playa u ocupar un aeródromo en Irán.
Por otra parte, el hecho de que los estados de la región no confronten a Israel, no impide que lo hagan otras fuerzas, entre ellas organizaciones palestinas como Hamas, la OLP y otra miríada de pequeñas aunque agresivas entidades. En cualquier caso habría que contar con Hezbolá y nadie ha sido capaz de calcular la reacción de las comunidades musulmanes en el mundo.
Israel y Estados Unidos conocen que una agresión contra Irán tiene que ser necesariamente en gran escala, con las armas más modernas, sin excluir las nucleares y que conllevaría grandes implicaciones globales, relacionadas no sólo con el precio del petróleo sino con la seguridad de Estados Unidos y otros países occidentales. El 11/S no es un mito ni una leyenda sino un recordatorio de hasta donde la superpotencia es vulnerable.
En las últimas semanas el tema ha sido la presunta alianza de Israel con países ex soviéticos de Asia Central refundados sobre los escombros de la antigua Unión Soviética, incluso algunos que como Azerbaiyán, alguna vez formaron parte de Persia y en los cuales, aunque de diferentes corrientes, imperan las confesiones y la cultura musulmana.
En el caso de Azerbaiyán se trata de un país petrolero que tiene en Israel a su principal cliente con el cual ha suscrito acuerdos de diferente naturaleza, incluidos militares cosa que, hasta ahora, no ha constituido un factor de especial fricción con Rusia la ex “madre patria”; no obstante aceptar que un país ex soviético, en sus fronteras se comprometa en un conflicto de grandes proporciones, es harina de otro costal.
Es difícil creer que en el actual escenario geopolítico global, Rusia que con la Unión Soviética tocó fondo y que junto con el repunte económico reconstruye parte de la influencia que antes tuvo la URSS en los asuntos mundiales, se mantenga al margen en semejantes arreglos, su actitud al lado de Siria así lo anuncia.
Lo que no aparece en ninguno de los horizontes es una fuerza o un actor del drama realmente interesado en evitar el conflicto, ni siquiera lo hace Irán que es quien más tiene que perder. Allá nos vemos.
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