Desde que en 1507 el cartógrafo alemán Martin Walldseemuller utilizara por primera vez la palabra América para designar al Hemisferio Occidental, esa masa continental ha sido vista como un todo indisoluble formado por un variopinto conglomerado de naciones.
Europeos, africanos y hasta asiáticos, se mezclaron aquí para dar paso a un grupo humano que tiene más semejanzas que diferencias.
Un desarrollo histórico casi similar, con algunas naciones más apuradas que otras, confirmó la unidad de una región que durante varios siglos las potencias coloniales europeas se disputaron con saña, pero al final sin éxito.
Sólo razones políticas dividieron a un continente convertido en crisol de culturas y razas, y que en el último medio siglo tuvo que desafiar la hegemonía de uno de sus miembros para volver a abrazar a una Cuba injustamente marginada.
Más de un siglo ha durado la supremacía continental de Estados Unidos, que ha empleado todo su formidable poderío económico, y hasta militar, para alejar a Cuba de su natural entorno geográfico.
América vivió así el aislamiento del primer país que decidió abrir un camino diferente y que, contradictoriamente, poco a poco se convirtió en referente para los demás.
Vendría primero el gradual restablecimiento de relaciones, que sin dudas resquebrajó el apretado cerco estadounidense, y más tarde el florecimiento de un ramillete de naciones que decidieron adoptar un rumbo cercano al cubano.
Pero Washington no se quedaría cruzado de brazos y mientras impulsaba el Área de Libre Comercio para Las Américas, la nefasta ALCA que escondía el sueño de tragarse a la región, convocó a la Cumbre de Las Américas, cuya primera edición tuvo por sede nada menos que a Miami.
Como antes en la Organización de Estados Americanos (OEA), por voluntad expresa norteamericana, Cuba quedó fuera esas reuniones, cuyo mayor logro fue haber enterrado el ALCA en 2005, en Mar del Plata.
La entrada de Obama en la Casa Blanca abrió una falsa expectativa, pues el flamante mandatario estadounidense prometió en abril del 2009, en Puerto España, el establecimiento de una nueva política hacia América Latina y el Caribe, algo que quedó sólo en declaraciones.
Las Cumbres de Las Américas, desde Clinton hasta Obama, sólo han servido para que Estados Unidos haga valer su predominio continental, algo que intentan desde la I Conferencia Panamericana, en 1890, cuando desvirtuaron el sueño continental de Bolívar.
Martí, que era adelantado en todo, apreció entonces lo que pasaba en aquella reunión y escribió que “...después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.
La exclusión de Cuba es la señal más evidente de que esas reuniones han sido organizadas por el gobierno estadounidense como instrumento para intentar ejercer la dominación hemisférica pasando por encima de la voluntad un haz de naciones soberanas, muchas de las cuales ahora se reviran ante tan injusto desatino.
Por eso, cuando hoy los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), a los que ya se han sumado algunas otras voces, reclaman la presencia cubana realizan un acto de desafiante soberanía ante quienes se pretenden dueños.
Ya este no es el traspatio de Estados Unidos que tendrá que admitir que Cuba regresó a un ámbito del que nunca debió estar excluida, porque, y eso se sabía desde aquella “Introducción a la cosmografía”, elaborada por Walldseemuller en el siglo XVI, si falta un país, América no está completa.
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