Cuando las cartas demoraban semanas y meses en llegar de un país a otro, un novio podía tardar todo ese tiempo para enterarse de que su prometida había roto con él y tenía otros amores, pero los tiempos han cambiado
En la vida real sucedió así en 1968, en que la joven recibía una misiva tras otra sin que hubiera ninguna referencia al rompimiento, hasta que finalmente llegó una en la cual expresaba sus lamentos y aceptación de concluir la relación.
Ni pensar en que pudiera hacerse una llamada telefónica que además de costosa, era prácticamente imposible por la carencia de medios técnicos y que además, estuviera en un ambiente adecuado como para sostener una conversación tan personal.
El vertiginoso avance de la ciencia y la técnica parece estar sobrepasando la velocidad de adaptación de la especie humana cuya inteligencia no ha logrado generalizar en los terrícolas una conducta adecuada.
Si algo defendieron las personas fue su privacidad, y la siguen preservando, o al menos, la quieren conservar, pero ya no se trata de hablar en voz baja o destruir un papel escrito con algún secreto, ni de compartirlo con familiares y amistades de confianza.
Llama la atención que esas maneras de resguardar informaciones se mantienen en lo que aún queda de las anteriores tecnologías, pero en las nuevas del presente y la tendencia es que también en las futuras, el comportamiento sea el mismo.
Hoy las redes sociales forman parte esencial de lo cotidiano para conectarnos con amigos, familiares y el mundo entero, pero pueden poner en riesgo la intimidad a niveles noimaginados por las mayorías.
Primero, compartimos voluntariamente mucha información personal (fotos, opiniones, ubicaciones y detalles de la vida que parecen inofensivos), pero cada publicación queda almacenada y puede ser vista por muchas personas, más allá de nuestro círculo cercano.
Una vez posteado en Facebook, Instagram o algo parecido, perdemos el control sobre quién lo ve, quién lo guarda y cómo lo usa, por lo cual, algo que parecía privado puede convertirse en público sin que nos demos cuenta.
Segundo, las redes sociales utilizan algoritmos que recogen datos sobre comportamientos como qué páginas visitamos, en qué anuncios hacemos clic, con quién interactuamos, de manera que es posible crear un perfil digital muy detallado que invade la privacidad sin opción real para evitarlo.
El simple hecho de conectarnos en públicos abiertos expone información a riesgos de robo de identidad, estafas o acoso que pueden aprovecharse para engañar o acceder a cuentas personales con consecuencias negativas hasta en la vida offline.
Otra forma menos difícil de controlar es la pérdida de privacidad cuando familiares, amigos o conocidos publican información o imágenes que pueden ser desde fotos en eventos hasta detalles íntimos de conversaciones o situaciones personales.
Finalmente, la presión social y búsqueda de aprobación pueden empujarnos a revelar más de lo que queremos compartir e inconscientemente al buscar “likes” o comentarios, sacrificamos privacidad a cambio de reconocimiento, sin medir las consecuencias.
Perder intimidad en redes sociales puede ser resultado de decisiones conscientes o de dinámicas invisibles de control de datos, por lo cual hay que ser conscientes de qué compartimos, configurar las cuentas para limitar accesos, evitar redes públicas no seguras y pensar dos veces antes de publicar detalles personales.
Mejor aún, si después de pensarlo tres veces aún queremos publicar un dato íntimo, hay que pensarlo cuatro veces…
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