Si alguien me hubiera dicho que una novela cubana mostraría un trío sexual antes de que yo convenciera a Jojo de hablar del asunto en este blog, no lo hubiera creído… Por lo pacata que suele ser nuestra tele, digo, no porque esperara ver a mi partner ceder en el único stop que puso, ochos años atrás, a mi invitación de habitar juntos este espacio.
Tampoco es que me prohibiera hablar de nada, ni como pareja ni como colega. Solo dijo que esa crónica no la ilustraría. Pero el muy caraepapa se las arregló para dibujar un trío por ocurrencia propia y sin más lo publicó en sus redes (él sí le dio alante a Cubavisión). Y desde entonces ando rumiando el desquite, pues como decía un viejo amigo, “pa una mala acción, una cochiná”.
Sí, ya sé: mejor aclaro eso rápido, porque no soy de las que gritan en Feisbu o Instagram que las variantes no duales de erotismo son pura cochinada. Yo no soy ni tan prejuiciosa, ni hipócrita: de todo lo “escandaloso” que la gente me adjudicó en este tiempo de vivir del sexo, lo único que disfruté fue un trío, y si el contexto se repite lo volvería a hacer.
¿Por qué me avergonzaría de ello? Mi realidad fue tan bonita que escribí luego unas décimas y hasta gané varios premios con ellas, y claro que he compartido la anécdota públicamente (sin revelar identidades, obvio, porque el arcoíris de mi intimidad se frena donde empiezan los colores de los demás).
Para ser honesta, no fue algo intencionado, ni siquiera desde la curiosidad antropológica (como me gustaría hacer con el mundo swinger). Sólo flui con la oportunidad, y no me pesa porque es de las vivencias más hermosas que atesoro.
Lo crean o no, tres fuimos una sola vibración. Estábamos allí de alma y cuerpo presentes, sonreíamos sin maquinar juicios ni emitir notas discordantes, actuábamos sin competir ni comparar, y no hubo géneros: solo piel, latidos, sensaciones…
Uno de los participantes, abogado de oficio, me leía en Sexo sentido. Un día escribió, luego llamó, y de a poco las charlas derivaron en temas tan especiales como esa fantasía suya, incumplida. El otro era un amigo consentidor, siempre presto a experimentar los temas fascinantes que yo escribía.
Aquella tarde tocaba peña en la UH, una de las primeras sobre afrodisiacos, y yo pasé por el nido de mi amante para tomar objetos que amenizaran la charla. Ya en la facultad de Matemática se apareció el lector fantasioso, me sonrió con timidez y su aura me impresionó en positivo.
Terminada la peña, se ofreció a ayudarme con la carga y yo acepté. A pocos pasos topamos con el otro personaje, de pura casualidad. Los presenté con naturalidad y de inmediato se entendieron como amigos de toda la vida. Al llegar al apartamento, el anfitrión abrió un vino español y nos invitó a escuchar el recién estrenado concierto de Sabina y Serrat, Dos pájaros de un tiro… una ironía a la altura del momento.
¿Cómo pasamos de la charla a los besos, las caricias, los halagos, la mutua contemplación…? No sé. Uno mordió mi hombro derecho con suavidad e invitó al otro con la mirada a sumarse por la izquierda, y la danza erótica avanzó con naturalidad simétrica, sin ensayos ni restricciones. Sin aprensiones por turgencias o fluidos, nos intercambiamos como espectadores y protagonistas de un instante que sentimos eterno, y tocamos la luz de la luna en la complicidad del balcón abierto.
¿Por qué no lo repetimos, si resultó tan mágico?, pregunta la gente cuando comparto la anécdota. Pues fue mi decisión. Me gusta más lo espontáneo y no quise contaminar el magnífico recuerdo con un nuevo guión cargado de expectativas.
Ese día confirmé que los números no importan si hay sintonía y responsabilidad, y que hacer el amor es construir puentes de mimos en reciprocidad y crecimiento. Pero esa es mi verdad, y es válido pensar que una golondrina no hace verano.
A otras mujeres que probaron (por complacerse o complacer al otro) no les funcionó. Algunas se sintieron usadas, excluidas, humilladas, agotadas… incluso en riesgo, porque el machismo de uno, o de ambos, contaminó la lúdica escena.
Volviendo a hoy, no critico a quien demonizó a la televisión por exponer esa ternura sin estigmatizarla. Sólo me divierte pensar que aún advertidos por los avances vieron el capítulo de marras para poder despedazarlo. ¿Y saben qué? Si nos apegamos a estimaciones estadísticas, muchas de esas personas padecen una o varias disfunciones sexuales (más subjetivas que físicas), o ven lujuria dónde deberían encontrar placer.
Entonces, ¿no será su envidia limitante la causa de tanta pacatería? Igual que armaron grupos virtuales para denostar contra guionistas y actores, deberían convocar un encuentro para seguir el debate en vivo y ¿quién sabe?, muchas sorpresas pueden salir de esa pasión tan compartida…
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.