“Oigo…”, respondí distraída cuando sonó el teléfono en la oficina de mi esposo de entonces. “Buenas noches, mi amor. ¿Tú no venías para acá? Me dejaste con los calamares en la mesa…”.
¡Ojos de calamar debo haber puesto yo en ese instante! Pero me recuperé a la velocidad de un rayo y le solté al anfitrión del despacho un enigmático “Es para ti: invitación culinaria”, mientras le acercaba el pesado auricular y me sentaba sobre el buró, porque aquel chisme me lo quería comer hasta la última cebollita.
El inocente repitió mi descuidado “Oigo…” y casi de inmediato la operación de abrir los ojos (en su caso con tremendo susto), lo cual me indicó que la frustrada cocinera insistía con el insinuante reproche de mariscos, no sé si por despistada o porque tenía muchas ganas de correr una máquina casi a las once de la noche (así decíamos entonces, no sé ahora cuál es la metáfora) con el portador de la agradable voz.
Con estudiada (y practicada) astucia levanté la extensión en otra oficina, para ver hasta donde seguiría aquella gracia, y como mi ex sabía que ese tipo de relajo me entretenía, le fue dando pita a la descarada para inflamar su atención y desafiar la mía.
Quince o veinte minutos después ya ella había elogiado su dicción, su risa espontánea, su timidez… y para animarlo a mayores, decidió contarle cómo era la ropa que llevaba puesta (¡qué cliché!) y cómo decidió quitársela porque el diálogo le estaba dando cierto calor…
Nunca supe si la abrupta caída de la llamada fue porque el antecesor de Etecsa limitaba los tiempos en una institución oficial o porque mi camarada de colchón estaba más urgido de terminar el informe y regresar a casa (por un buen baño y un plato de potaje) que de alimentar ese tipo de estímulos auditivos, poco aprovechables con el estómago vacío.
Según mi ex, la cocinera abandonada me descubrió y tumbó el relajito, pero ya entonces (sin ser una estudiosa del asunto como ahora) me quedaba claro que la gente con ese tipo de filias se calienta cuando percibe público, no se enfría. ¡Por nada del mundo ella habría renunciado a involucrarme, o al menor lucirse a mi costa, en una situación tan picante!
Yo tenía entonces 21 años, y la facilidad con la que espié aquella historia me demostró dos cosas importantes: primero, que no me excita la escatología telefónica (más bien me da risa), y segundo, que nunca puedes estar cien por ciento seguro de la “privacidad” de tus llamadas; ¡y mucho menos ahora!, que hackear en las redes es más fácil que quitarle un pétalo a una rosa de tres días.
Respeto a quien opte por el texting, el sexting y todas las variantes de relajo virtual, pero al menos deberían hacerlo conscientes de que siempre hay un ojo que te ve, o una oreja que escucha, o un equipo capaz de grabar tus efusivas demostraciones eróticas para compartirlas con terceros (o con todo el mundo) en el momento que menos imagines.
Por si alguien lo duda aún, aclaro que aquella noche de hot line ajeno no me provocó ni pizca de celos, como no me lo provoca ahora cuando la gente llama para cualquier bobería a Jorge y demora la charla con tal de disfrutar su tono, timbre, vocabulario y sentido del humor.
Yo también floreo cuando en una llamada la voz me impacta, porque es cierto que algunas tienen ese je ne se quoi de inquietante atracción… como la de Miguel Sierra, el primer locutor de radio con el que trabajé hace 20 años (y tuve que correr a la cabina para conocerlo).
Jorge pudo ser locutor: además de calidad de sonido tiene calidez para seducir a la audiencia, y una manera generosa de contagiarte su ternura humorística… Y no lo digo yo desde el sesgo del amor (o sí lo digo, pero eso no cuenta).
Se lo dijo la propia Ana Margarita Gil la primera vez que él le contestó una llamada desde la sala de transmisiones de Radio Taíno, y como imaginarán, se infló tanto ese día que casi tengo que pincharlo para que saliera por la puerta del ICRT.
Luego se conocieron y el piropo subió a mayores: “Usted tiene un físico que acompaña muy bien a esas cuerdas vocales”, dijo la Dama de la radiofonía en Cuba. ¿Y cómo iba a molestarme con la experta, si yo también vibro con esas voces que parecen hechas para despertar volcanes de pasión?
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