Acabo de empezar la primaria otra vez. Lo primero fue bajarles el dobladillo a las blusas; la abuela, previsora, había dejado un ancho trozo de tela de reserva en aquellas enormes piezas que, con pericia, transformó un año antes a la talla de una niña preescolar.
Luego vino la tarea de comprar la mochila, sin arruinarse; conseguir un merendero, los forros, armar una cartuchera con lo necesario, darle una pasadita a las zapatillas que aún estaban como nuevas; y organizar todo lo demás: shores para debajo de la saya, medias, felpas para el pelo, pañito para envolver el pomo del agua… Toda la familia contribuyó.
Por mucho que me hubiesen advertido, nada me hubiera preparado para el estrés diario de preparar merienda de la mañana, refuerzo del almuerzo (con algo rico, por supuesto) y merienda de la tarde. Toda la logística y la organización matutina se han transformado en función de tener lista esa bolsa, cuyo ingrediente fundamental es el amor. Por consiguiente, también nos levantamos más temprano.
- Consulte además: Inicios
Pasamos después a forrar libros y libretas; y a crear la costumbre de sentarnos cada tarde a hacer la tarea. De paso, recomiendo jamás dejar la revisión de la libreta para la noche del domingo, porque un pedido de diez piezas de cada figura geométrica puede desencadenar un ataque de pánico.
Conocer nuevos amigos, ir al matutino, ganarse una estrellita, oír muchas veces la palabra “Perfeccionamiento”, llorar porque en primer grado también se duerme al mediodía, no querer darle la mano a mamá en el camino porque “ya somos grandes”, enseñarle al hermano el aula nueva, preguntar para cuándo la pañoleta…
Vivo todo eso. Voy de vuelta, pero es como si fuese la primera vez que paso el primer grado. Ahora soy yo la que acompaña, y a cada rato hago el ejercicio de recordar cómo miraba yo el mundo entonces, ¿sentirá así mi hija?; ¿sobre qué debo alertarla?, ¿cómo ayudarla mejor?
Trato de aplicar algo que leí una vez: cada día, además de revisarle la mochila, revisarle el corazón. Hablamos, le cuento de mi día, para que me diga del suyo… sé que algún día ese hábito será esencial. Le digo que me enorgullece, que es hermosa, que es inteligente, que puede.
Le repito que se aprende con errores: que la raya sale un poco jorobada pero saldrá recta, justo como ahora logra hermoso el trazo que en preescolar la hizo llorar tanto. No importa lo perfecto, importa lo hecho por ella misma, con su esfuerzo. Nunca quiero ser la madre que hace la tarea o el seminario de sus hijos, para que saquen buenas notas. Si vuelvo a transitar lo andado es para ser su apoyo, no para sustituirlos.
Confieso que me gusta sacarles la punta a los lápices, ponerles pegatinas a las libretas, borrar para reiniciar, hojear los libros… siempre fui una estudiante dedicada y entusiasta, y aspiro a contagiarles ese sentimiento, para que vean en la escuela el crecimiento, la oportunidad, lo divertido. No espero que sean como yo, espero que hagan suya la experiencia. Su máxima entrega, solo eso les pediré.
Ha sido un regreso emotivo. A cada rato los ojos se me convierten en charcos brillosos. Una bebé se me ha hecho estudiante. Aprenderá a leer y escribir y el mundo le pertenecerá un poco más.
Será una larga carrera esta de la escuela, y no quiero perderme nada.
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