lunes, 6 de mayo de 2024

¿Qué hacer ante una perreta?

Quien tiene hijos, tiene perretas; unos más y otros menos, pero el privilegio de verlos crecer pasa por soportar esos momentos de descontrol emocional, que pueden sacar de quicio hasta al adulto más centrado...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 21/10/2023
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Perretas en los niños
Las rabietas son especialmente desafiantes para los adultos a cargo, que muchas veces están saturados de responsabilidades. (Tomada de iStock)

Que sí, que es insoportable. Un segundo están bien y al otro estrellan el juguete contra la pared, se tiran en el piso, mueven pies y manos como locos, y gritan con unos decibeles de espanto. No oyen razones e insisten en lo irracional: que les des un cuchillo de la cocina para jugar, que vuelvas a pegar lo que ellos mismo rompieron, que les pongas el pulóver sucio que acaba de ir al cesto…

Son los minutos más largos; si tienes la mala suerte de que haya gente ajena, quieres que la tierra se abra y te trague: hay que vivir la experiencia de ir por la calle con una niña en plena perreta, llorando, totalmente descolocada, para saber lo que son las miradas juzgadoras.

Terminas por temer que se desencadene una de esas «crisis», sobre todo en horarios cruciales, como las mañanas antes de salir al trabajo, o mientras preparas la comida; y a veces te sientes desarmada para contenerlas sin errar.

Buscar información siempre es el primer paso para hacerlo mejor. Según la neuro psicopedagoga Natalia Calderón, las perretas, los berrinches, rabietas, o pataletas, son parte normal del desarrollo evolutivo del niño, aunque resulten tan agotadoras para madres, padres y cuidadores.

Pueden producirse desde el año y medio y hasta los cinco, si bien son más frecuentes entre los dos y cuatro años. Aunque varían en intensidad en dependencia de cada niño, es una “etapa necesaria y positiva”.

Su importancia radica en que expresan la lucha del pequeño por manejar la independencia y son la forma que encuentra un cerebro inmaduro para expresar frustración y malestar.

Por lo general, están motivadas por la necesidad de llamar la atención, por desear algo inmediatamente, por celos, o por querer hacer o decir algo para lo que sus habilidades motoras, intelectuales o lingüísticas aún no alcanzan.

Según varios artículos especializados, las perretas tienen una duración variable; el promedio es de unos cinco minutos. Una señal preocupante sería que duraran más de 25 minutos continuos.

Los consejos esenciales para afrontarlas antes, durante y después, son:

  • Establecer límites racionales y firmes: ni tan estrictos que el niño no se pueda mover, ni tan flexibles que no tenga seguridad. Debe saber qué se puede hacer y qué no; las reglas no pueden cambiar a diario.
  • Respetar su autonomía, dejándolo tomar pequeñas decisiones: según sus habilidades pueden decidir y esa es una forma de hacerlos sentir en control e importantes.
  • Reconocer qué desata las perretas y sortear esos momentos con alternativas, siempre y cuando estas últimas no impliquen reforzar malos comportamientos o ceder a caprichos.
  • Adelantarles posibles frustraciones: “no podrás comer ese dulce ahora”, “está lloviendo y no podremos salir”.
  • Dedicarle tiempo de calidad, sobre todo si está cansado o sobre excitado: en las mañanas levantarse con tiempo; hacer la comida más temprano si el hambre es lo que estimula esa conducta; abrazar, dar mimos…
  • Ofrecer el ejemplo como madre, mantener una conducta equilibrada ante los problemas. Si, como es humanamente posible, te desbordas, pedir disculpas.
  • Durante la perreta, ser firme y amable: no ceder en ningún caso ante las exigencias una vez que se haya dicho “no”; a más larga la rabieta, más debe ser la firmeza.
  • Como adultos, mantener la calma y el control: no gritar, no zarandear, no pegar.
  • Validar y acompañar: ponerle nombre a las emociones y repetir el mensaje simple y corto de la misma manera varias veces. Por ejemplo: “estás molesto, pero no puedes jugar con el cuchillo porque te harás daño”.
  • Aceptar que tratar de convencerlo de que se calme no va a funcionar.
  • Evitar la indiferencia: si bien no hay que hacer un drama de la perreta, ni  exagerar la atención, tampoco se trata de dejarlos solos ni comportarse de forma fría o despectiva.
  • No poner etiquetas: nada de “eres insoportable”, “eres un malcriado”, “eres un llorón”.
  • Cuando se calme, hablarle sobre la perreta y por qué no se consigue nada así.
  • Reforzar los comportamientos positivos con palabras afectuosas y gestos de cariño.

En suma, los especialistas nos invitan a abrazar esta etapa como todas las que pasamos los humanos en nuestro desarrollo y a no dejar que defina la relación que establecemos con hijos e hijas. A fin de cuentas, el amor debe primar siempre, incluso cuando una perreta infantil nos da ganas de hacer una nosotras.


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.


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