El 2017 fue un año de importantes avances en la medicina con el anuncio del descubrimiento o desarrollo de nuevos antibióticos. Se trata de buenas noticias atípicas porque la producción de este tipo de fármacos es cara y muy lenta, teniendo en cuenta que ya se ha convertido en un peligro mundial de salud la resistencia de las bacterias.
Los fármacos descubiertos revelan los dos caminos que ha venido siguiendo este tipo de investigaciones: por un lado la manipulación en los laboratorios de moléculas complejas para sintetizar artificialmente nuevas sustancias y por otro, la búsqueda en la naturaleza de compuestos con propiedades curativas.
Ambas vertientes son extremadamente caras y no exentas de dificultades, a lo que se suma el desdén de las grandes empresas farmacéuticas por desarrollar antibióticos, debido a sus costos y a sus características de consumo, o sea, que no necesitan un empleo cotidiano como los suplementos vitamínicos o los productos de estética.
Ante las diatribas en los laboratorios, los especialistas han optado por una tercera vía que consiste en la educación para la salud de médicos y pacientes, orientado a un uso adecuado de estos fármacos y el rescate de algunos que se encontraban en desuso pero ahora han experimentado un renacer ante bacterias que son capaces de sobrevivir a fármacos de tercera y cuarta generación, por su exposición constante a ellos.
Desde el propio surgimiento de la vida se estableció una competencia natural entre las bacterias en una interminable carrera armamentista que ha sido el combustible de las fuerzas y leyes de la evolución.
Uno de los escenarios de esa guerra ha sido el organismo humano, y durante un buen tiempo hubo un balance; sin embargo, todo cambió en la segunda mitad del siglo XX. La desorganización del laboratorio del médico Alexander Fleming fue el suceso inicial que precipitó una serie de descubrimientos que provocarían la introducción de los antibióticos en el tratamiento de las enfermedades y hubo un quiebre en el campo de batalla.
El resultado fue la elevación de todos los estándares de vida y la desaparición de enfermedades como la tuberculosis. El éxito de aquel hallazgo significó también el principio del fin, porque los gérmenes se retiraron lamiéndose sus heridas a hacer lo que mejor han hecho desde que surgieron... evolucionar.
Y nosotros se la hemos puesto mucho más fácil con un consumo poco responsable de este tipo de medicamento.
Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud ha intentado concienciar sobre este fenómeno que amenaza de manera silenciosa. “La era post-antibióticos implica acabar con la medicina moderna tal y como la conocemos. Cosas tan comunes como una infección de garganta o el rasguño de la rodilla de un niño podrían volver a matar”.
En 2016 se publicaron los resultados de un estudio mundial denominado Review on Antimicrobial Resistance que evidenció que actualmente mueren cada año por infecciones resistentes a los antibióticos alrededor de 700 000 personas. La tendencia provocaría que en 2050 esa cifra se eleve a 10 millones anuales.
A nivel internacional se han definido múltiples causas para la actual situación de la resistencia antimicrobiana. La primera de ellas tiene que ver con la capacidad natural de las bacterias de adaptarse a un medio que le resulta hostil; sin embargo, este fenómeno se ha hecho mucho más rápido y peligroso por el uso inadecuado de los medicamentos y la lentitud en la fabricación de nuevas alternativas.
Otro factor que condiciona la resistencia es la administración sistemática de antibióticos a animales, los cuales pueden generar bacterias resistentes, que a través del aire, el agua, la tierra y la carne entran en contacto con los seres humanos. De ahí la importancia de afrontar este lado del asunto.
A ello se añade otra realidad: en las últimas décadas la fabricación de antibióticos por la industria farmacéutica no ha sido alentadora; solo un cinco por ciento de las producciones corresponde al grupo de los antibióticos. Mientras los avances científicos permanecen rezagados, los patógenos siguen adaptándose y evolucionando para hacerse más resistentes a los fármacos.
En Cuba este fenómeno aún no se manifiesta con la gravedad de otros países desarrollados, debido en gran parte al control que existe sobre este tipo de fármacos; sin embargo, investigaciones recientes alertan sobre la ocurrencia de varios casos fundamentalmente en los hospitales. De igual forma desde la academia se ha alertado sobre los riesgos que representa en este sentido el crecimiento de la automedicación y la introducción de medicinas desde otras naciones que no siempre son consumidas bajo prescripción facultativa o no cuentan con los estándares de seguridad avalados en la isla.
La resistencia antimicrobiana es la mayor epidemia del siglo XXI. La ciencia médica tiene el reto de encontrar nuevas soluciones y está sobre la pista con investigaciones en el ámbito de antibióticos naturales a partir de plantas, aunque la destrucción de la biodiversidad y el encarecimiento de los recursos conspiran contra ello.
En el camino, urge que los médicos asuman las medidas necesarias para promover un consumo responsable de medicamentos. Tomar conciencia en relación con la importancia de mantenernos sanos y aprender a fortalecer de forma natural nuestro sistema inmunitario son nuestras mejores armas para enfrentarnos contra los microscópicos enemigos.
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