Contemplar el mar no era suficiente. Quería explorarlo y conocer a todas sus criaturas. Sería entonces biólogo marino. Nadaría junto a los delfines y con un poquito de rebuscado valor, hasta con ballenas. Aprendería de ellos y de los demás animales que habitan el mundo acuático.
Al menos, eso creía aquel joven que comenzaba los estudios universitarios en la lejana ciudad de Moscú, a donde sus padres se habían trasladado por motivos de trabajo.
“Siempre tuve claro que quería ser biólogo, aunque desconocía cuál iba a ser mi labor. Me atraían los grandes peces, como a cualquier estudiante que comienza en esta carrera”, rememora Alejandro Palmarola.
Botánico de profesión, recuerda el momento justo en el que cambió el mar y sus misterios por las plantas. Transcurría el segundo año de estudios universitarios, cuando un singular grupo de jóvenes atrajo su atención. Alegres y dinámicos, estaban llenos de ideas y proyectos con los que se sintió identificado.
“Los dirigía un profesor ruso de origen armenio, tan cálido en su trato que me sentí en familia, cerca de Cuba”.
Es curioso, apunta Alejandro, “pero descubrí que siempre me gustaron las plantas. Incluso, cuando era niño, mi abuela pensó que de mayor sería botánico, pues pasaba mucho tiempo junto al jardinero de la casa, mezclando tierras y realizando injertos. Ella lo tenía más claro que yo”.
EN LOS CONFINES DEL MUNDO
La enseñanza en Rusia es impresionante, sentencia Palmarola, quien tiene la experiencia de haber transitado de la instrucción cubana a la rusa, y viceversa.
“Mientras allí desarrollan ampliamente el trabajo independiente y la oratoria, aquí potenciamos la perfecta redacción. Para mí resultó el complemento perfecto. Yo aprendí a escribir tesis en Cuba y a exponerlas en Rusia”.
— ¿Te afectó académicamente estudiar botánica en un país, cuya vegetación es tan diferente a la del trópico?
— El contenido que se imparte en la carrera es amplísimo, prácticamente estudiamos la flora del mundo. Y a pesar de tener una exigua vegetación, poseen grandes jardines botánicos con inmensas colecciones de regiones tropicales.
“La diferencia radica en la forma en que se imparten las clases. Ellos dan lo que denominan lecciones. Suelen ser realizadas en salas enormes donde van los interesados, y el profesor expone la temática del día. Una cualidad de la escuela rusa es que prepara a sus educandos para ejercer en cualquier lugar del mundo. Característica, a mi entender, de las universidades europeas”.
— ¿En qué te especializaste?
— En la anatomía de las plantas superiores. Se trata de observar cómo se desarrollaron estos grupos vegetales a través de la evolución de sus órganos. Aunque, cuando regresé de Rusia, esta no constituía una línea importante en Cuba.
Alejandro piensa que quizá fue un error desperdiciar los conocimientos aprendidos durante su estancia en ese país. “Aquí nadie domina la temática y yo llevo tanto tiempo alejado de ella que volver atrás requeriría un gran esfuerzo”.
AL VOLVER DE DISTANTE RIBERA
En el 2003, Alejandro regresó a su tierra natal, recién graduado y con enormes deseos de aplicar lo aprendido. El Jardín Botánico Nacional le abrió sus puertas y allí se inició en la conservación, de la cual conocía poco.
“Si hay algo que siempre me ha caracterizado, es que no me amilano ante los retos. Y eso fue para mí la conservación de la biodiversidad de las plantas, pues en Rusia este asunto estaba casi inexplorado”.
Su primer proyecto llegó junto con la posibilidad de colaborar con el ahora doctor Luis Roberto González, para preservar al Melocactus actinacanthus, un cactus que se localiza en Villa Clara. Esta experiencia sentó las bases para la creación del Programa de Conservación de Cactus cubanos; y redefinió la vocación de Alejandro.
“Poder gestionar el financiamiento internacional, encontrar apoyo en el país para ampliar las investigaciones, así como interactuar con las comunidades y los líderes locales, me decidió a continuar trabajando la conservación en Cuba”.
— Dices que no te gusta la taxonomía. Pero, ¿qué tan importante es para la función que realizas?
— Hay que conocer muy bien la planta que vas a conservar y para ello debes clasificarla. Saber a qué especie y grupo pertenece. Esos datos los aporta la taxonomía. “En tal sentido, he trabajado con las magnolias y otras especies cubanas. Y a pesar de que no me apasiona esa disciplina, tengo la preparación para hacerlo. Además, es vital para el proceso de conservación”.
— ¿Pertenecer a un equipo de trabajo te llevó del mar a las plantas? ¿Es tan importante para ti?
— Creo que es fundamental. La biología tiene materias como la taxonomía, donde eres tú y las muestras a estudiar. Sin embargo, la conservación de la biodiversidad, que es un tema priorizado en el mundo, requiere del trabajo de muchas personas. Necesita de la unión de sociólogos, maestros, fotógrafos, ecólogos, de todos los que puedan contribuir a alcanzar ese objetivo. Además, yo prefiero la interacción que se establece entre las diferentes ramas del saber.
“Claro que hay pros y contras porque al recibir un premio, a veces no mencionamos al enorme equipo detrás nuestro y reconocemos solo al autor principal”.
360 GRADOS
Transitar de aprendiz a maestro no siempre resulta fácil. Mas, Alejandro Palmarola lo califica como una necesidad revitalizadora. Vinculado a la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana, asume la enseñanza de estudiantes de cuarto y quinto años.
Y aunque reconoce la importancia de establecer una dinámica constante, él prefiere brindar a sus discípulos una educación menos esquemática. Aquella en la que puedan salir del aula y observar en el campo las potencialidades del trabajo para el que se están formando.
“He logrado crear una rutina donde los alumnos participan, compiten y colaboran entre ellos. Pero es más interesante cuando esos proyectos son realizados sobre el terreno”.
— ¿Aplicas en tus clases lo aprendido en Rusia?
— Lo aplico todo. Lo que aprendí allí y los hallazgos posteriores. Trato de que ejerciten la oratoria, por eso hago muchas evaluaciones verbales. Asimismo, me propongo que sean cuestionadores, que se hagan preguntas.
— ¿Cuál es la función de un botánico?
— Depende del grupo vegetal que trabaje, pero está relacionada con la diversidad. Vivimos en un país casi inexplorado, aunque parezca lo contrario; por eso constantemente aparecen especies nuevas, ya sean de flora o fauna. Nuestra función es estudiarlas.
— Llevas alrededor de trece años atendiendo el tema conservación en el país. ¿Crees que es opuesto al desarrollo económico?
— Yo pienso que el desarrollo es importante para la sociedad y no debemos oponernos a él. Tampoco ser conservacionistas a ultranza, porque es el mayor error que puede cometer un biólogo.
“La respuesta sería buscar las mejores variantes, para que este se haga sobre bases sostenibles. Brindar información certera a los decisores podría ayudarlos a tomar las medidas más adecuadas.
“El reto es encontrar la manera de defender la conservación a partir de los intereses y de los servicios ecosistémicos que da la naturaleza”.
— La Sociedad lidera un proyecto muy peculiar denominado Iniciativa “Planta!”. ¿De qué se trata?
— El propósito es promover la conservación de la flora en la Isla, además de rescatar el voluntariado estudiantil. Una de las actividades que realizamos, y que goza de gran aceptación entre los participantes, es el Encuentro de Conservación de la Diversidad Biológica en Cuba.
“Buscamos mostrar la importancia que tiene contar con un equipo multidisciplinario, vinculado a los temas de protección de la biodiversidad. Convocamos a zoólogos, botánicos, bioquímicos y a todos los que puedan contribuir con su experticia”.
Uno de los atractivos de este evento consiste en presentar las ponencias en plenaria y en un tiempo máximo de cinco minutos.
“Porque una de las deficiencias recurrentes a la hora de exponer los resultados de una investigación es que describimos minuciosamente la metodología utilizada y no vemos que lo vital está precisamente al final, en los logros obtenidos”, subraya Palmarola.
Para un biólogo el paraíso se encuentra donde más especies haya. ¿Crees que Cuba sea ese lugar?
— Como es lógico, muchos pensarían en el trópico por la exuberancia de su vegetación. Pero, lamentablemente, ese lugar idílico está lejos; y son Borneo y Madagascar los destinos escogidos. Quizás, por el tratamiento mediático de sus ecosistemas, a través de películas y documentales.
“No obstante, Cuba es la que más cantidad de especies de plantas tiene por kilómetro cuadrado, aun cuando es obvio que Madagascar es inmensa en comparación con nuestra isla y atesora una flora abundante”.
— A pesar de tu juventud, eres el presidente de la Sociedad Cubana de Botánica (SoCuBoT) ¿Qué significa para ti?
— Creo que la presidencia debió recaer en un afiliado con mayor trayectoria, pero no hubo nadie que asumiera la tarea. De todos modos, confío en que lo hayamos hecho bien. En estos momentos somos 500 los que la integramos, hay nueve grupos provinciales y siete secciones científicas.
— Recibiste recientemente el Premio Academia de Ciencias por el libro Top 50. Las 50 plantas más amenazadas de Cuba. ¿Qué representa para ti, como botánico, recibir uno de los galardones más importantes en el país?
— El papel de la biología en la sociedad es mayor de lo que la gente imagina. Sin embargo, cuando un muchacho de preuniversitario dice que quiere estudiar esta profesión, los demás piensan que es para impartir clases. Esto demuestra lo poco que conocen sobre la función de esa disciplina.
“Recibir un lauro como ese valida el tipo de investigación básica que hacemos. Muchas veces a los biólogos de campo nos ven como locos que suben y bajan montañas sin ningún sentido, y este premio podría reivindicar nuestro papel como entes activos en el desarrollo social.
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