Por varios decenios bibliotecarios como Demetrio de Falero, el citado Calímaco o Apolonio de Rodas supieron atesorar el extraordinario patrimonio literario y científico que guardaba en sus anaqueles la célebre Biblioteca de Alejandría.
Creada pocos años después de la fundación de la ciudad por Alejandro Magno en 331 a.C., la Biblioteca de Alejandría tenía como finalidad compilar las obras del ingenio humano de todas las épocas y países, que debían ser “incluidas” en una suerte de colección inmortal para la posteridad.
Se cree que a mediados del siglo III a.C., bajo la dirección del poeta Calímaco de Cirene, la biblioteca poseía cerca de 490 000 libros, una cifra que dos siglos después había aumentado hasta los 900 000. Aunque estos datos carecen un tanto de veracidad, lo cierto es que dan una idea de la gran pérdida que significó para el conocimiento la destrucción de la biblioteca alejandrina, guardado en la historia como uno de los más simbólicos desastres culturales de la historia.
Mucho tiempo después (1941) el escritor argentino, Jorge Luis Borges, imaginaría una “biblioteca universal” o “total” en la que estarían reunidos todos los libros producidos por el hombre. En sus interminables armarios de forma hexagonal se contenía “todo lo que es dable expresar, en todos los idiomas”; obras que se creían perdidas, volúmenes que explicaban los secretos del universo, tratados que resolvían cualquier problema personal o mundial… Presa de una “extravagante felicidad”, los hombres creyeron que con ellos podrían aclarar definitivamente “los misterios básicos de la humanidad”.
Sin duda, aquel modelo develado en el sueño literario del intelectual latinoamericano era la realidad que atesoraba la biblioteca egipcia. Borges no adivinó que el anhelo descrito en su prosa encontraría cabida en un nuevo proyecto, capaz de mantener con vida la memoria histórica de nuestro rastro tecnológico.
Por mucho tiempo las bibliotecas han funcionado como depósitos de información, facilitando el acceso a esta y su preservación. Sin embargo, con el crecimiento acelerado de las tecnologías de la información y la comunicación el entorno se transforma y pone frente a los siempre conocidos escondrijos del saber el reto de contener, ahora, un creciente volumen de información digital.
VEINTIÚN AÑOS DEL INTERNET ARCHIVE
Fundado en 1996 por el ingeniero en computación Brewster Kahle, Internet Archive contiene versiones históricas de sitios tan importantes como Google, Amazon o Wikipedia, también archivos de texto, video y música que alguna vez circularon en la red.
Consciente que una de las cualidades naturales de esa información es su fugacidad, Kahle decidió preservarla tal como se hace con la información impresa en una biblioteca.
En la actualidad la cantidad de contenido almacenado en esta librería es enorme y día tras día se va incrementando. Según expone el blog de tecnología geekland, el volumen de información almacenada en Internet Archive se divide en:
- Más de 400 billones de páginas web.
- Diez millones de textos que incluyen revistas, como por ejemplo la mítica revista informática Byte, periódicos y más de 6 millones de libros almacenados en formato digital.
- Más de 3 millones de archivos de audio, entre los que se incluyen más de 53 000 podcast, 13 000 audiolibros, conciertos de artistas conocidos, como The Smashing Pumpkins, etc.
- 1,2 millones de archivos de imagen debidamente clasificados por temática. Dentro de las imágenes podemos destacar un amplio surtido de fotografías perteneciente a la NASA o a nuestro sistema solar.
- 1,2 millones de archivos de vídeo en los que se encuentran películas, documentales, blogs, etc.
- Miles de juegos y software antiguos, como por ejemplo, más de 15 000 juegos de MS-DOS, alrededor de 10 000 de Spectrum, más de 500 de Atari, etc. Todos pueden jugarse directamente desde el navegador sin necesidad de instalar ningún software adicional en nuestro ordenador.
NI IGUALES NI DIFERENTES
Ni Demetrio de Falero, el citado Calímaco o Apolonio de Rodas fueron hombres diferentes a Brewster Kahle. Ensimismados en los retos de cada una de las épocas que les tocó vivir, pasarán a la historia como veladores de una colección inmortal y para la posteridad.
Como lo fue un día Alejandría, una alta casa para el conocimiento en uno de los momentos más grises de la historia de nuestra humanidad, el siglo XXI impone nuevos retos como consecuencia del desarrollo de tecnologías y la incorporación a diversos escenarios donde la información asume formas que van más allá de los productos y servicios tradicionales de una biblioteca.
Es momento de reconocer que vivimos un proceso de incorporación paulatina de nuevas condiciones, de las cuales resulta una biblioteca renovada con bibliotecarios y documentalistas que distan mucho de ser simples prestadores de libros.
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