En el año 2011 el entonces presidente del Fondo Monetario Internacional, el francés Dominique Strauss-Kahnn, fue detenido en Nueva York acusado de agredir sexualmente a una empleada de la limpieza de un lujoso hotel en el que se alojaba. Tras el proceso judicial fue declarado no culpable, pero su prestigio personal quedó seriamente dañado.
Aunque con Welcome to New York (2015) el director Abel Ferrara cambia los nombres de los personajes, la historia es, a grandes rasgos, la misma. Ferrara presenta un filme que, en esencia, se dedica a reconstruir los hechos que van de la llegada de Devereaux/Strauss-Kahn a Nueva York hasta su absolución. Desde una opción narrativa intimista que en ningún momento despega la cámara del personaje, y con una asunción que tiene mucho de política, Ferrara no solo da por hecha la culpabilidad del representado al contar su historia sino que la plantea desde el asco hacia su protagonista, como explicita la entrevista de Depardieu haciendo de sí mismo que abre el metraje. Y que, de paso, hace más presente su conexión con la realidad mediante la ruptura del pacto ficcional. Bajo su apariencia objetivista, Welcome to New York no puede ser más intencional.
La cinta deviene mucho más que una sucesión de orgías y comportamientos sádicos. Es una oda a las filmaciones francas y analíticas, aquellas que filman actos repulsivos sin juzgar, solo tratando de entender. Su historia es una mirada concreta, pero también un reflejo global de un estilo de vida que pertenece a los poderosos, y que pasa por el abuso, la violencia y el machismo recalcitrante. En Welcome to New York casi todas las mujeres son vistas como objetos sexuales. Las que no, o son víctimas o son despreciables. Pero incluso estas últimas no escapan a ser juzgadas por cánones de belleza bien masculinos, ortodoxos y occidentales.
En cierta medida, esto le añade repulsión a la película y hace aun cuestionarse más cuánto de ficticio hay en la historia y cuánto de los desenfrenos sexuales del filme son el reflejo de los juicios públicos de los que se extrajeron la historia.
Welcome to New York viene siendo un remanente menos ambicioso que El lobo de Wall Street, de Martin Scorcese. Ambas películas, realizadas con pocos meses de diferencia, nos dicen algo sobre el momento social en que vivimos: la desfachatez en la falta de valores, el dinero como amo y dios, el descontrol y la pérdida de una identidad honorable de los personajes protagónicos de ambas películas aluden al desprecio que provoca el estilo de vida de determinadas personas, que para bien o para mal –que cada cual decida- tienen poder sobre la vida de otras muchas.
A pesar de que Abel Ferrara, el director de Welcome to New York, es una versión lastimosa de Scorcese, ambos muestran una creciente desconfianza, cuando no desprecio, hacia el sórdido mundo de la economía y política neoyorkina, ese que ejemplifica un sistema de gobernantes y gobernados como un degenerado régimen de dominantes y dominados. Ambos, en sus respectivos largometrajes, se proponen lo mismo: retratar la corrupción de figuras públicas.
Sin dudas la parte más interesante de la cinta sucede con la llegada a Estados Unidos de la esposa de Devereaux, quien, despreocupada ante el ansia frenética de su esposo, hace todo lo posible porque el comportamiento de este no le arruine su acomodada posición social. Los encuentros entre esposos, absolutamente electrizantes, muestran a un Gerard Depardieu comprometido hasta la ovación más suprema con su personaje.
Las escenas de sexo de Welcome to New York, perceptiblemente dilatadas, se encargan de recrear con toda explicitud el proceder de un depredador intemperante, hasta casi coquetear con el género porno.
Abel Ferrara, muchas veces visto como provocador por los temas escabrosos de sus películas -El rey de Nueva York, protagonizada por Christopher Walken en 1990; El teniente corrupto, con Harvey Keitel en 1992- no ahorra con Welcome to New York ningún detalle desagradable. Exceso, poder, dominio e impunidad son mostrados sin tapujos en la cinta. Su filme es tan visceral como honesto. Queda a juicio personal de cada espectador decidir, entonces, si lo aborrece o lo dignifica.
Porque Welcome to New York convoca a los extremos. Sus personajes, que van dando tumbos entre la lascivia y lo grotesco… de alguna manera resultan tan irritantes como hipnóticos.
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