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sábado, 26 de abril de 2025

Drama y luz en la génesis de la nación

En esa radio que no se callaba los problemas se estaba gestando además la conciencia de una clase de escritores…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 23/04/2025
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Narrativa
En los orígenes del cambio narrativo cubano del siglo pasado está la influencia de los medios de difusión masiva.

En los orígenes del cambio narrativo cubano del siglo pasado está la influencia de los medios de difusión masiva. Si en el país se hacía una literatura que se basaba en las influencias de los autores clásicos europeos, a partir de la llegada de la radio se comenzó el uso de un estilo directo y más intelectual de los recursos de la novela y del cuento. Eso es lo que se registra en los estudios acerca de la creación a inicios del siglo XX. La cuestión del dramatizado hizo de la isla una de sus capitales en el mundo y su referente para América Latina. Por eso, hay que hablar de la impronta de Félix B. Caignet y de plantas como CMQ en el corazón de La Habana. Si un elemento es patrimonio nacional ese es el dramatizado, que en sus variedades genéricas ha vertebrado una obra que constituye una crónica del país.

Las noches de Cuba han sido arrulladas por las historias de amor y de tragedia de las novelas, las cuales llegaban a paralizar a toda la familia en torno al radio. Era una época ingenua. Las ondas funcionaron como universidades del aire, en las cuales se hallaba consuelo, cultura, compañía y sentido. La realidad de un proceso que iba más allá de la simple recepción de un producto. Allí se concentraron los artistas de la época y dieron lo mejor de sí, con el signo siempre heroico de una nación que no contaba con todos los recursos por su esencia tercermundista. Sin embargo, la radio cubana es de las que posee más arraigo y prestigio a nivel continental. En una de las vivencias más remarcables, las crónicas de la época retrataban a La Habana de inicios del siglo XX como una urbe abundante en salas de cine y en emisoras, lo cual le daba un rostro comparable a Londres o Nueva York. La modernidad, con su fuerza, era el símbolo imparable de un tipo de arte que no se quedaba en la onda, sino que impactaba en un público por entonces en formación.

La Cuba que en sus realizaciones políticas no era del todo feliz, había hallado en la radio quizás esa reivindicación desde el arte. Los autos se paraban en medio de las calles para escuchar los episodios de las aventuras y de los clásicos llevados a la radio, que en altavoces era reproducida en plena Habana. ¿Hay quizás mayor alegría para un escritor que eso? Con las décadas y los cambios sociales, la radio fue perdiendo protagonismo y el cine primero y luego la televisión y las redes sociales ocuparon el lugar. Pero aún nos queda ese aliento nostálgico de cuando las ondas hertzianas estaban en apogeo y llenaban de sonidos las calles y avenidas. Nada hubo más glorioso en términos de consumo. Quienes eran analfabetos pudieron entender de literatura, arte y conocer la historia. En las escuelas se ponían de ejemplo aquellas historias para comprender el mundo mediante un ejercicio más cercano de pedagogía. Los procesos de deconstrucción de la realidad se daban a partir del desarrollo de un medio cuya llegada no fue cualquier cosa, no era el dominio de la técnica vacía sobre la vida, sino el acompañamiento desde una vida mayor y más sublime. La radio es un sonido que repleta el alma y que no consume las energías creadoras de forma vana.

Las novelas no eran solo un artefacto para llegarles a las masas con las ideas de la cultura, sino la forma de hacer ideología muchas veces emancipadora. La crítica a la sociedad que era “El derecho de nacer” no solo despertó hondas reflexiones, sino que les abrió los ojos a las personas acerca de la falsedad moral de un mundo que estaba en retirada y que ya no aportaba el punto de vista humano tan necesario. El arte en su papel de hacedor de realidades libertarias no iba a dejar que la radio estuviera al margen. Pronto los escritores dieron cuenta de otros tantos temas que estaban en el candelero: la prostitución, la diferencia de clases, el racismo, la inestabilidad social. La radio fue el foco y el desahogo de generaciones de autores que, al no tener el espacio en el papel, dieron con la necesidad de expresarse en las ondas.

En esa radio que no se callaba los problemas se estaba gestando además la conciencia de una clase de escritores que en medio de otros tantos cambios iban a ser la voz de la nacionalidad oprimida. Estaban en esa posición nombres de peso como Alejo Carpentier, quien en su impronta como realizador de radio dejó piezas memorables, por su acercamiento siempre original a la creación. En radios como la famosa Mil diez, el autor llevó adelante procesos de emancipación cultural que entroncaban con los esfuerzos de la vanguardia de su época. Los programas para divulgar el saber incluyeron a muchos de los autores de la generación origenista que en los años 40 estaban haciendo historia desde publicaciones autogestionadas. Allí, la radio, con su omnipresencia, dio también un aporte.  

No se sabe si en algún momento se le dará al dramatizado ese reconocimiento que merece, pero lo cierto es que ha tenido en la cultura un papel que nos ha reivindicado. Más que un formato, más que una vía para la expresión, es la sustancia de una época formativa que aún dice presente desde sus posiciones más brillantes.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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