El Centro de Estudios Martianos llega a un aniversario más y Cuba le agradece la inmensa labor de rescate y promoción de la obra del más universal. No se trata solo de una institución cultural e investigativa, sino del hogar de todos aquellos que en algún momento han girado en torno al Apóstol, ya sea como un tema de indagaciones o simplemente por la entrañable afinidad que dicha figura nos despierta. Martí es inmenso e inmensa debe ser la obra que se haga en torno a él. El centro, con sus trabajadores de lujo, con sus resultados que se reconocen a nivel internacional, tiene la potestad suficiente para decir que es digno heredero de nuestro héroe mayor.
Resulta difícil asumir el reto de promover a Martí, no se habla de alguien que pueda encasillarse ni de una figura cuyo legado nos haya dicho todo lo que en potencia posee. Cuando hablamos de nuestro Apóstol lo hacemos siempre desde la distancia y la cercanía, el respeto y la familiaridad. Y es que la lucha de este ser no se quedaba en lo meramente político, ya que se trataba de un enciclopedista, de un hombre cuya savia nos trae por excelencia a los años fundacionales, cuando todo era mucho más duro y proclamarse patriota tenía un precio a pagar. Martí nos inició, él era el continente que le faltaba a la insularidad, la grandeza que nos completa. Por eso el Centro de Estudios deberá estar a la altura, hallar en el hombre grande su talante sencillo, pasional, eterno en la vida limpia y brillante, en la obra gigante y en el silencio que nos acalla en medio de los pasillos de la historia. José Julián es una especie de entidad que nos mueve hacia lo mejor del país, que nos une y que habla de tiempos que están por venir. Hasta pareciera que él nos descubrió, mostrándonos cuán orgullosos debemos estar de nuestra naturaleza, de nuestra inmensidad como pueblo.
Sí, la naturaleza profética del hombre hace que quienes lo descifran hallen escollos, caigan de bruces en medio de tanta claridad y busquen luego ese sendero que yace entre los misterios de la obra ya sea en prosa o verso. Martí, en su dualismo del mármol y la carne, nos reta y coloca a cada cubano en las antípodas del tiempo. La utopía se hace posible desde la indagación filosófica y el documento certero de cada una de las variaciones de lo martiano en la vida cotidiana y la grandeza de Cuba. La poesía surge ahí donde nosotros, los simples seguidores del Apóstol, tratamos de entender la metáfora, ese misterio que nos acompaña. Así diría Lezama en medio de los tiempos que le tocaron, quizás una escuela para estos otros. Los cubanos le debemos a aquellos episodios no solo lo identitario, sino una manera muy propia de abordar la historia y la leyenda que nos constituyen como pueblo. Así, el imperio de la vida, del amor y de la verdad, impide el imperio político que desde otras tierras ha querido frenar nuestra soberanía y deseos de autogobierno. Martí se hace presente en cada una de las páginas de los anuarios del Centro, en su gente consagrada, en los doctores que componen la plantilla prestigiosa. Si para el grueso de la gente el Apóstol es un hombre inmenso, a quien solo se llega a través del mármol, para quienes laboran en el Centro de Estudios se trata de un ser luminoso, pero muy propio, casi en la línea de parentesco. El que no iba a odiar jamás, ni siquiera a España, supo dejarnos su legado intacto e incluso podemos decir que hay una mística en los pasillos de la institución, una especie de presencia más allá de lo que debamos tomar por común, accesible, tangible.
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José Martí es más que sus páginas. Recuerdo hace unos años que se dijo de unas grabaciones de su voz y enseguida me acordé que el Centro de Estudios de seguro estaría presente en la validación de tales archivos. Todo lo que sea referente a la figura, todo lo que la envuelve y la hace, nos construye como país y como pueblo y nos incumbe. Por ello, valdría que la institución diera a conocer más su legado, sus aportes, de manera que se hiciese una actualización en la gente sobre lo que se va descubriendo o sencillamente escribiendo sobre Martí. Cuba lo merece, ya que Cuba y el Apóstol son casi sinónimos. No nos concebimos sin él. Se trata de un relejo en el tiempo de lo que queremos ser, lo que fuimos y lo que somos. Su imagen trasciende las metáforas y se hace carne y por ello se tiene que hablar no solo del mármol, sino de la esencia que se materializa, que viaja con nosotros, que acompaña a este pueblo en su duro proceso de valerse.
Hoy cuando nuestra historia vuelve a retarnos, vale no solo Martí, sino todo aquel que luego vino a seguirlo. La carga para bribones de la cual habló Villena es una digna imagen sucesora de las metáforas del Apóstol y es que el Maestro entendió la patria como un templo de verdad y de fe, al que no se entra disfrazado de mercader ni con la cabeza cubierta. La vida de los elementos sagrados transcurre, de esta forma, entre nosotros, haciéndonos patentes tanto la necesidad de un renuevo, como la esencia que jamás cambiará pues conforma un rejuego de eternidades y expresiones profundas. José Martí puede que habite los pasillos del Centro de Estudios a manera de un ángel, pero más que eso conviene verlo de veras, en cada proceso esclarecedor, en la llama viva, en la brillantez y los aportes y sobre todo en la ética humanista. Si le decimos Apóstol no es en balde, sino porque él era y es nuestro ser nacional por excelencia, el hombre que vino antes que nosotros al futuro y nos lo contó, la cifra secreta que proyecta su imagen sobre cada uno de los recodos de la identidad criolla.
Ese Martí que queremos trasciende lo político y lo formal, usa en su eternidad los recursos de la memoria y nos muestra el camino. El Centro tiene la dura y vital tarea de ayudarlo, de hacerse sentir como una institución pero además como templo, sitio donde patentizamos que ni olvidamos ni somos jamás superficiales ni traidores.
El Centro de Estudios Martianos yace en medio de este momento con toda su savia intacta y a punto de contarnos más verdades sobre lo que somos. Así quiero verlo, de manera que su luz no me tome por sorpresa, sino que sea un instante de epifanía en la vida colectiva y en el entendimiento cabal e imprescindible.
Ainis Maria Morales Lorenzo
20/7/22 21:34
Nuestro Apóstol fue y es una de las figuras más universales, sus enseñanzas han pasado de generación en generación haciendo de ellas personas cuyos ideales se identifican con la vida y obra de este.
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