Recuerdo de mis años de universitario cierta revista virtual que hacíamos entre estudiantes y profesores de Historia. Dicho medio, desde la humildad del dato y la sencillez del diseño, sirvió como plataforma académica y de opinión para un periodismo sobre temas del pasado que mantienen su vigencia. La prensa generalista cubana carece comúnmente de análisis aterrizados para llevar el devenir trascendente a los lectores. Se cataloga al periodismo como una herramienta inmediata y perecedera, pero se olvidan a veces piezas como las de Martí y Pablo de la Torriente que dieron al mundo la luz de los acontecimientos en una clave que va más allá del dato, de la información, del crudo reporte que pasa sin penas ni gloria.
El periodismo histórico, ese que padece el maltrato, aparece poco y se hace desde presupuestos superados, sin problematización, sin que los conflictos estén en la centralidad del análisis. Pensadores del pasado, como Marx y Hegel, fueron periodistas de su tiempo. Y es que el cronista escribe las novelas en caliente, como lo dijera Alejo Carpentier en una célebre conferencia. Se trata del reflejo humano y luminoso de la vida, a partir de los destellos de la metáfora y la exactitud sensible.
La historia, como se concibe desde la antigüedad, no es una fachada inmóvil, sino que camina junto a nosotros, nos indaga, es un diálogo propenso a los problemas, a las vías en apariencia sin solución, a que se hable en un idioma sabio y conflictivo desde la máxima filosófica. Se parte de lo acontecido, se le sitúa en contexto, se lo enmarca en un mundo en el cual no podemos escapar a las referencias, a las decisiones que nos tornan hacia una forma determinada, hacia un ser de este o aquel mundo, a una imagen de lo que hacemos…
El periodismo histórico tiene que ver con la historicidad y lo perecedero del hombre. No se hace solo de frases o a partir de búsquedas en los anaqueles, sino que deberá tomar vida, como en el teatro de títeres. La obra revive en el presente, nos lleva a lo que pasó. Quien dirige el espectáculo debe ser un histrión, un dramaturgo, un maestro de la belleza, pero también un ser honesto, que sepa de qué lado está la justicia. Porque nada es neutral, ni siquiera la buena prosa. Hallar en la vida lo firme y lo honrado, defenderlo, tener esa brújula por fórmula creadora, nos hace mejores profesionales.
En aquella revista que llevábamos siendo unos estudiantes, participaron profesores de un altísimo prestigio. El director, de hecho, es un Doctor en Ciencias que hoy ejerce como panelista del programa de televisión Escriba y Lea. Sin embargo, la ingenuidad de los jóvenes, la frescura de la etapa, no nos dejaban ver la grandeza de ese ejercicio local, universitario, casi una opinión dada en clase como acontece en las aulas.
Sobre mi escritorio, en este momento, descansa la novela Hombres sin mujer de Carlos Montenegro. Según declaró el autor en vida, eliminó buena parte de la belleza de la prosa para poder abordar la crudeza de los acontecimientos. Y es que la obra versa sobre la vida carcelaria en la Cuba de inicios del siglo pasado. Una retahíla de episodios que se destacan por la dureza, la crueldad y a la vez la vida sensible mil veces herida y vilipendiada. Montenegro pasó buena parte de su juventud preso y ello le sirvió para hacer la denuncia, para indagar la forma del ser que se esconde en los antros de perdición, para darnos un pedazo de la realidad. Siendo él mismo un excelente periodista, la prosa del autor se nos torna reportaje histórico, crónica de sucesos, esencia firme. Para el escritor no hay una sola cosa que no deba ser dicha, sino que nos devela el universo estrafalario en el cual el humano se deshumaniza, lo cual duele, incita a conocer y transforma.
A eso se refirió Carpentier, al periodista como un sitio especial en el tiempo, ya que grafica el devenir a partir de la pluma. La investigación ocurre como parte de la vida natural y de implicaciones cotidianas. Quien escribe pareciera que nos habla como un amigo, que nos lleva de la mano a los hechos y los dibuja con sencillez. Porque la mejor prosa es transparente, no obstaculiza ni hace ruido, sino deja ver qué hay del otro lado, se comporta como un cristal en una vidriera. El periodista exhibe lo que conviene y lo que no, compara, sopesa y evalúa a su forma y según su talento. La historia le puede o no estar agradecida, pero la firmeza del autor está en primer lugar en deuda con él mismo, es parte de su ontología, de su metafísica más íntima.
El talento reside en pensar y sentir, dos verbos sin los cuales no puede escribirse nada. Quien hace una prosa deberá vivirla antes, aunque se aborden temas de hace milenios atrás. El demiurgo tiene en sus manos las artes para resucitar a los muertos. Muchas personas, por ejemplo, le echan en cara a Montenegro que él no estuvo de hecho al mismo nivel que los demás presos, ya que pasó su condena como trabajador de la biblioteca del lugar. En realidad, el autor tiene el derecho a indagar la vida de otros, a preguntarla, para a partir de ahí vertebrar su discurso. Nada es al final exacto, nada refleja la totalidad que se escapa como categoría y como cosa real una y otra vez.
Heródoto, que fue el padre de la historia, hacía en sus obras una reflexión personal y mítica sobre los hechos. Otro tanto pasaba con Jenofonte y sus sucesos vueltos a narrar tantas veces. El autor rebasa, desde los tiempos inmemoriales, el hecho, y le insufla su personalidad. Toca, a quien lee, sostener la bondad de ese acontecimiento, merecerla y tomarla como suya. Nada está vivo sino se lo recuerda, se lo retoca, se va a sus raíces.
El periodismo histórico no solo funciona como género o temática, sino que fundamenta el hecho de hoy, el suceso que en apariencia no tiene raíces, no se vertebra, no existe en la realidad concreta. No puede hacerse reporterismo sin la historia, no se concibe un valor noticiable sin que se le mire desde la óptica trascendente del tiempo que pasó. Como bien lo abordara Carpentier, el cronista es el pilar sobre el cual se erige el periódico presente. Las novelas hechas sobre la marcha de los hechos, las que nacen en la temperatura de los conflictos, maduran con el análisis, cuajan con el reposado dato y el juicio que le debe su pertinencia al autor de trabajos históricos.
Nada escapa a la lupa del que piensa, a la sentencia del atrevido que hilvana una prosa reveladora. Como en todos los tiempos hay desmemoriados, pero hay también memoriosos que como un célebre personaje literario de Borges no solo no olvidan, sino que viven en ese recuerdo que los embarga y hace maravillosos.
Valia López Quiñones
29/9/21 20:36
Leí el libro "Hombres sin mujer" hace dos años y es tal como expresas, una magnífica crónica: cruda, dura y a la vez sensible, sobre las condiciones carcelarias de la época.
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