Año tras año, cuando llega diciembre a La Habana y tengo la oportunidad de asistir a algunas de las proyecciones del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, llama mi atención la estructura de la cola —en ocasiones más bien indisciplinada, molotera— para entrar a las salas de exhibición de los filmes y las charlas que entablan los grupos cercanos.
Y es que en este caso la cola —definida en los diccionarios, entre otras acepciones, como fila de personas que guarda turno para algo— ha devenido espacio de socialización, y esencialmente para quienes ya han arribado a la llamada tercera edad e, incluso, son veteranos en ella.
Claro que alguien puede pensar ahora mismo en la posibilidad de conversión de cualquier cola en un punto de intercambio humano y sociocultural, aún más para los cubanos que llevamos tantos años haciéndola, para tantas cosas, aunque no es de nuestra exclusividad, que conste; en no pocos países, incluidos los del primer mundo, se forman, por ejemplo, si hay rebajas de artículos.
Pero, es que la “fila” que se va “organizando” para cada tanda, en cada cine involucrado en el Festival, se torna realmente sui géneris. Y en la presente edición número 36, no ha sido diferente; pese a que esta vez el Canal Educativo de la televisión no trasmite la cartelera, como ha hecho tradicionalmente, y a que el céntrico y amplio cine Payret sigue “de baja”.
No obstante estos inconvenientes, se avistan, desde media mañana y hasta la noche, grupos informales de espectadores arribando a los cines capitalinos, con predominio, principalmente en jornadas diurnas, de un público que no recuerda exactamente cuándo empezó a perder o a teñirse el cabello. Sin embargo, sí hilvana muy bien sinopsis y comentarios de las películas vistas y sugerencias de cuál “no deben perderse”, con cuál “no pudieron evitar las lágrimas” y cuál “no se les ocurra ir a ver”.
Allí, en los alrededores del cine, mientras esperan, convienen encontrarse en otros horarios y salas de proyección; se ponen al corriente sobre conocidos en pasados festivales, guardan turnos para aquellos con los que compartieron itinerarios anteriores y aseguraron “que hoy vendrían”.
Lo cierto es que además de la sana, instructiva y económica opción de entretenimiento que significa para muchos, aparte de favorecer —a partir del séptimo arte— identidad, integración latinoamericana y conocimiento de los pueblos de la región, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano se ha convertido en un ya habitual espacio de socialización y comunicación grupal e interpersonal, saludable para todos y, en particular, para quienes navegan o estamos prontos a zarpar rumbo a la tercera edad.
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