Si Friedrich Wilhelm Murnau pudiera ver hasta donde han llegado los vampiros en el cine, mayúsculo sería su desconcierto. Mayúsculo no tanto por los avances cinematográficos sino por la cantidad de rollos malgastados. ¿Quiénes serían los directores actuales de su preferencia o cuáles películas detestaría? Estas y otras preguntas componen el extenso panorama de la imaginación.
Tal vez con El castillo Vogelöd (1921) el cineasta alemán no hubiera pasado a la historia. Pero sí con Amanecer (1927) y antes con El último (1924). Por supuesto, estará siempre Nosferatu, una sinfonía del horror (1922). Esta sola obra bastaría para considerarlo aún uno de los directores más notables de todos los tiempos.
Nosferatu, el vampiro —como también se le conoce— atrajo la atención durante su estreno a raíz de la demanda de la esposa de Bram Stoker a Murnau por infracción de derechos de autor. Al no conseguirlos, hizo su particular adaptación, aunque es mejor considerarla versión de la novela. Pero perdió el juicio y le ordenaron destruir el film.
Afortunadamente la película se había distribuido por otros países. Con la fama perturbadora que se le sumó, algunos se sintieron con derecho de editarla y es por ello que cada país tenía su propio largometraje. Era una ironía de la historia. A Murnau le tocó enterarse de que existían varias versiones. Se resignó y siguió adelante.
En 1984 se presentó en el Festival de Berlín la recuperación más fiel de Nosferatu. Perteneciente al período del cine mudo, la obra ha seguido impactando por su originalidad de la puesta en pantalla, la que recuerda por momentos escenografías del teatro y el saber pictórico del futuro realizador de Tartufo (1925) y Fausto(1926).
Se ha dicho que Murnau se enmarca sobre todo en una especie de expresionismo neorromántico, el cual acogía mucho lo fantástico, lo simbólico y la naturaleza menoscabando ya los decorados artificiales y la influencia de la pintura. Sin embargo, Nosferatu repasa en cuantiosos planos varias pinturas románticas. En su libro La pintura en el cine. Cuestiones de representación visual, sus autoras Áurea Ortiz y María Jesús Piqueras prefieren considerar Fausto a Nosferatu. Con exactitud escriben:
Otro de los directores que se acercan a determinados presupuestos expresionistas con su cine es Murnau. El mejor de los ejemplos es su Fausto, donde el diseño de la ciudad del protagonista, el tipo de iluminación, y cómo conjuga las luces y las sombras asimiladas al bien y al mal, hacen pensar en una expresividad que observamos en algunos cineastas alemanes del momento.1
Ellas recuerdan que acaso el más completo texto en relación a la pintura y el cine de Murnau lo haya escrito Luciano Berriatúa. Lleva por nombre Los proverbios chinos de F. W. Murnau.
El cineasta alemán logró una obra maestra por crear ese equipo diverso pero armónico compuesto por los guionistas Henrik Galeen y Günther Krampf, el fotógrafo Fritz Arno Wagner, Albin Grau en la escenografía y el vestuario y la presencia entre otros de los actores Max Schreck, Gustav von Wangenheim, Greta Schröder, Alexander Granach, Georg H. Schnell.
Además del homenaje que le realizara Werner Herzog con su remake Nosferatu, el vampiro de la noche (1979) y el de Elias Merhige con La sombra del vampiro (2000), la película del maestro Friedrich Wilhelm Murnau motivó la hechura de la bella revista española Nosferatu, dedicada claro está al mundo cinematográfico.
Nosferatu cumple cien años y llega con una vitalidad envidiable.
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