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martes, 19 de noviembre de 2024

Ambrosio Fornet: una especie de expectativa (I)

Diálogo con Ambrosio Fornet sobre cuestiones culturales, políticas e históricas del presente y pasado reciente de Cuba...

Yoel Suárez Fernández en Exclusivo 15/01/2015
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Ambrosio Fornet ha respondido cortés, animado y atento mis preguntas previamente preparadas. Y en cuanto hemos terminado me ha entrevistado él a mí. La incontenible curiosidad de investigador nato lo lleva a romper las barreras de la formalidad y a invertir sin ton ni son los roles de este encuentro. Su interés por la pujanza de los grupos protestantes en la Cuba de este siglo ocupa la cámara de disparos de su indagación.

Sencillo, sonriente y franco, el destacado ensayista recién se repone de los homenajes tributados. En el 2012 le fue dedicada (junto a Zoila Lapique) la Feria Internacional del Libro. Cercano a sus ocho décadas (una edad que no aparenta), con los premios nacionales de Edición y Literatura en su trayectoria poliédrica (guionista, traductor, crítico, periodista, narrador, conferencista, maestro), Ambrosio Fornet Frutos hace honor a su apellido.

Cerca del cielo, en el último piso de un edificio de los 50 del centro capitalino, conversamos con la mirada azul del Caribe bien cercana. Acuartelados en la sala inmensa del escritor, a salvo de las corrientes feroces de un viento bañado en crepúsculo, el diálogo se sumerge en cuestiones culturales, políticas e históricas del pasado reciente deCuba.

De vez en vez una brisa se cuela por las inmensas persianas y a Ambrosio Fornet se le escapa una evocación familiar. Recuerda con añoranza su estancia en Estados Unidos. Trabajaba y a la vez estudiaba en la Universidad de Nueva York. “Con 25 años me paseaba el Village como si fuera un viejo newyorker. Una época muy fructífera… ¡No quiero ni acordarme!”. La sonrisa que había acompañado su conversación detona en suave carcajada. “¿Has visto los letreritos que dicen I love NY? —me inquiere—. Pues, I love NY” —dice jovial, señalándose a sí mismo.

EL BANCARIO MÁS ESCRITOR Y OTRAS ESCENAS PRIMARIAS

—Usted tuvo una formación religiosa en la niñez

—Mi mamá era bautista, muy lectora de los evangelios, y yo me acostumbré a leerlos; además, iba a la escuela dominical. No había día en que mamá no se sentara en el balance del portal y me comentara algunos pasajes: “Mira este, ¡qué maravilla!”. Para ella los católicos eran idólatras, así que nunca fui a la iglesia católica, aunque cuando estuve en España visité algunas (pero jamás presencié una misa).

—¿Y por qué no siguió en el camino de la fe?

—Porque cuando tienes catorce años empiezas a ser racionalista, librepensador…, no sé.

—Después de A un paso del diluvio (1958), ¿volvió a escribir cuentos?

—Cuando estaba en Bayamo empecé a escribir; ensayos sobre todo. Era bancario y la revista del banco convocó a un concurso en el que gané el premio con un ensayo sobre Martí, y en ese momento me creí que era ensayista. Después hubo otro concurso y volví a ganarlo, y ya me di cuenta que era el bancario más escritor en toda Cuba.

“Pero simultáneamente escribía cuentos, y esos fueron los que publiqué en Barcelona. De Bayamo me había ido a Nueva York (allí pasé todo 1957), después me fui a España y viví allá hasta septiembre del 59. Ya me había casado; el padre de mi novia afortunadamente tenía bastante plata como para pagarle un viaje a Europa a ella, para reunirse conmigo.

”Mi tendencia natural era el cuento, el relato breve, y publiqué el libro que mencionas. Cuando llego a Cuba en el 59, vengo como cuentista, y me encuentro que todos los amigos nuevos que hacía eran cuentistas y novelistas, ¡todos eran narradores! Y entonces me daban sus trabajos para editarlos, porque sabían que yo era muy lector. No criticaba mi obra, sino la de los demás.

”Y un buen día terminé en eso: me convertí en el crítico de mi generación, y a partir de ahí dejé de hacer relatos asiduamente, aunque publicaba algunos —muy realistas— en revistas. (Ahora con motivo de la Feria del Libro, recogieron en un cuaderno, esos cuentos que estaban dispersos en Lunes de Revolución, Unión y otras revistas). Por demás, algunos textos son más que exactamente cuentos, son fragmentos de algo que parece iba a ser una novela, aunque hoy en día no logro reconocerlo.

”En la actualidad, nunca más he vuelto a escribir ficción. Lo que me sale normalmente es el ensayo y la crítica, aunque también la crítica la he dejado un poco de lado, por falta de tiempo. Ese no es un trabajo gracias al cual, como dicen, el crítico es un parásito que vive de los creadores. En realidad la labor que haces supone una doble faena —de lo cual solo se reconoce uno y malamente. Debes leer un libro, por ejemplo, de 500 páginas ¡¿Sabes lo que significa leer con ojo crítico 500 páginas?! Si eres un crítico vas a hacer una reseña del libro, vas a tener que leértelo para después, por tu cuenta, escribir cinco o siete cuartillas sobre ese libro.

”¡No te alcanza el tiempo!, de manera que fui cada vez dejando más la crítica. En Lunes de Revolución yo hacía un poco, tengo incluso una sobre el libro de Guillermo (Cabrera Infante), Así en la paz como en la guerra, y otra al de Virgilio, Pequeñas maniobras. Ahora he recogido en un volumen (Rutas críticas) esos viejos trabajos. Pero definitivamente no era posible, y entonces además no solo que no era posible sino que dejas de leer por placer, que es lo que más me gusta. Así empiezas a leer solo como si fueras un detector. Y conclusión: no he hecho mucha más crítica, básicamente ensayo”.

—¿Cómo cambia su modo de ver el mundo, y a su vez la literatura, una vez que retorna a Cuba?

 —Cuando regreso a Cuba, me estaba despidiendo de mis primeros cuentos —los recogidos en A un paso del diluvio— que son muy metafísicos, de buscar una verdad oculta que no sabemos exactamente dónde podría estar… (¿O estaba efectivamente en la razón, o en la fe?). Aquellos eran relatos muy influidos por Kafka. Yo era un gran lector de Kafka, un día descubrí El proceso y por poco me da algo…Tuvieron que echarme aire con una penca.

“A pesar de ser un gran lector de El tesoro de la juventud y Las mil y una noches, que tienen muchos elementos cabalísticos, y que debían haberme preparado, en verdad no había previsto una cosa como Kafka: un mundo que se mueve como fábula, pero que plantea problemas de la realidad. Cuando yo era banquero ganaba un buen dinero, me fui un día al librero del pueblo y le dije: ‘En Argentina, la editorial MC tiene publicadas las obras completas de Kafka. Mándelas a buscar que se las compro todas’. Al mes ya me estaban llamando de la librería.

”De modo que en mis primeros momentos me hice muy kafkiano, eliminando el elemento del absurdo y dejando la búsqueda metafísica. Y cuando llego a Cuba me encuentro un mundo totalmente distinto al que viví en Europa. Y dije: ‘Dios mío, tengo que poner los pies en la tierra’. Mi mundo empezó a cambiar a gran velocidad. Quizá en eso influyeron mis amigos, porque ninguno de ellos tenía esa preocupación metafísica”.

LUNES DE REVOLUCIÓN & CO.

—Ambrosio, ¿por qué muere Lunes de Revolución?

—¡Conchó! ¡Qué pregunta esa! Mira, Lunes de Revolución era una empresa privada.

—¡¿Ah, sí?! ¿Y de quiénes?

—De nosotros. Había un grupo, encabezado por Guillermo (Cabrera Infante), que preparaba a Lunes desde su óptica, y regía toda la proyección interna y externa de la publicación. Creíamos que esa era la manera de hacer un periódico, que lo que allí se divulgaba era lo que valía la pena divulgar, etcétera.

“Y en un contexto en el que no se creía en la propiedad privada, ya Lunes… había entrado en una fase en que aquellos que no pertenecieran al suplemento se sentían excluidos de la cultura cubana (al menos en el terreno literario). En los 60 todo el mundo decía que Lunes… era una ‘piña’ que se la repartían Pablo Armando (Fernández), Virgilio (Piñera), Antón (Arrufat) y Cabrera Infante. Entonces se creó un ambiente de hostilidad para con la publicación.

”Quedaban excluidos del panorama artístico todo Orígenes, los jóvenes que no habían tenido relaciones con Ciclón, una parte de Ciclón que se había desmembrado. Y los que estábamos dentro formábamos dos categorías: los del cogollito (como Virgilio lo llamaba), o sea, el centro mismo; y los demás éramos satélites, que andábamos dando vueltas alrededor de Lunes...

”Yo mismo, en verdad, no pertenecía al suplemento, sino al diario Revolución, en el que escribía para la página dos, de cultura, con Lisandro Otero. Sólo iba a Lunes… de visita, a veces para ver a Virgilio.

”Entonces, ¿bajo qué fundamentación desaparece la publicación? Bajo el argumento de que iba a emerger La Gaceta. Un órgano para todos los escritores, de cualquier tendencia, de cualquier formación, etc. Como escribí en alguna oportunidad: con La Gaceta todos nos abrazamos.

”Todavía quedan por ahí quienes yo llamo ‘las viudas de Lunes…’. ¡Todavía hay gente que se pasa el día llorando a Lunes…!

—Entonces, por lo que me dice, la evaporación del suplemento cultural no estuvo marcada por sombras políticas…

—Bueno, se puede haber dicho a puertas cerradas, en los corrillos, que Lunes… estaba marcada por el diversionismo ideológico, ¡qué sé yo!

“Como dice Martí, en política, lo real es lo que no se ve. Y en aquellos tiempos la lucha por el poder la disputaban dos grandes fuerzas. Una era el PSP (Partido Socialista Popular), y a la cabeza Mirta Aguirre, Carlos Rafael Rodríguez, Juan Marinello, Edith García Buchaca, etc. Y del otro lado estaba Carlos Franqui. ¿Y quién era Carlos Franqui?: un disidente del PSP, que finalmente fue expulsado de sus filas. ¡Pero ese sí era una potencia!

”El partido era la fortaleza ideológica, porque ‘tenía’ la verdad del socialismo; pero Franqui, con el periódico Revolución —muy popular, con una tirada formidable—, era la potencia real. Además, Franqui tenía a Lunes…, o sea, a la joven intelectualidad (excepto quizá a Fayad Jamís y a Manuel Díaz Martínez). Él era un hombre de la cultura, un apasionado, un promotor cultural.

”Y bueno, en medio de esa lucha descomunal se encontraba el suplemento cultural Lunes de Revolución. Quizá también la emprendieron con Guillermo (Cabrera Infante), aunque menos porque sus padres eran viejos comunistas”.

—¿Y Guillermo se declaraba anticomunista desde tan temprano?

—Guillermo era, lo que pudiéramos llamar, un anticomunista desafora’o. Y era de esperar, porque con esos dos padres que tenía, su manera de declararse independiente fue esa.

PALABRA PROVIDENCIAL, TÉRMINO INSTRUMENTAL

—En sus ensayos ha dedicado un espacio privilegiado a la diáspora. ¿Por qué se aventura a tomar ese tema por los cuernos?

—En cierto momento de los años 80 comienzo a viajar frecuentemente a Estados Unidos, y me encuentro a colegas cubanos con los que empiezo a establecer una relación de amistad. Algo de lo que me di cuenta es que ellos tenían muchas cosas que decir, y a veces me preguntaban por qué no podían publicar en Cuba. Ante una interrogación como esa no tenía la menor respuesta, incluso, era algo que yo también me preguntaba.

“En el 78 creo, se estimulan las relaciones entre ambos lados del estrecho de la Florida —entre los círculos intelectuales sobre todo. Y los llamados ‘gusanos’ regresaron convertidos en ‘mariposas’. Mira qué interesante: después los empezaron a llamar ‘comunidad cubana en el exterior’. Y es que algunos de esos autores con los que trabé amistad habían empezado a escribir fuera de Cuba, porque se habían ido de niños. Como, por ejemplo, Román de la Campa. Ellos no eran Lino Novás Calvo, que tenía una trayectoria intelectual, pero también política. Ellos no tenían ‘pecado original’ ninguno.

”Jesús Díaz hace un documental titulado 55 hermanos, en el que entrevista a los integrantes de la Brigada Antonio Maceo, Casa de las Américas premia un libro testimonial de cubanos que vivían fuera del país; o sea, comienza una relación que demuestra que las cosas podían fluir de un lado a otro normalmente.

”En los 90 comienzo a publicar en La Gaceta los dossiers sobre la diáspora. Ahí hablé sobre algunos de estos escritores que ya conocía y sobre otros con los que me interesaba establecer una amistad. En el terreno de la ensayística estaba Gustavo Pérez Firmat, que se dedicaba a reflexionar sobre su condición ‘diaspórica’. O sea, era un hombre clave, y yo no tenía ninguna relación con él. Traté de establecer algún vínculo, incluso en el 99 me contrataron para dar un curso de un semestre en la Duke University, donde trabajaba Firmat. ¡Y puedes creer que no hubo manera de contactar con él! Tampoco me decidí a telefonearle.

”Años más tarde hice gestiones para que la Universidad de La Habana lo invitara a Cuba, pero me enteré que no podría venir porque su padre era muy hostil hacia la Revolución. Al final lo incluí en el dossier, y tiempo después me mandó sus libros dedicados. Hoy todavía no nos conocemos personalmente”.

—Ahora se habla mucho sobre una “comunidad cubana en el exterior”, pero ¿existe un exilio cubano?

—Absolutamente. Pero el asunto está en que la palabra “exilio” creaba un problema político. Entonces, ¿cómo quitarle a la palabra ese tufo? Pues usamos otras como emigración, o diáspora; esta última parecía ser providencial y fue la que adopté. Era, lo que en inglés se conoce como un término instrumental, o sea, flexible. Decidí robarle a los judíos ese término (ellos son los grandes diaspóricos de la humanidad).

“Los emigrantes cubanos más recientes no eran en su mayoría emigrantes políticos, lo que causaba un gran desconcierto en Miami. Y el asunto es que este individuo llegaba y se ponía a trabajar inmediatamente porque al año quería regresar a Cuba con la maleta cargada”.

—Entre algunos intelectuales cubanos convive cierta inconformidad ante el término Quinquenio Gris, que usted acuñó para denominar el triste período que en lo cultural vivió el archipiélago entre 1971 y 1975.

—Me parece que César López fue el primero que no estuvo de acuerdo con el término. El asunto es que en el 87 —creo— elegí ese nombre cuando escribía un trabajo para la Casa de las Américas, porque lo creí instrumental. Claro, los protagonistas de ese período no aceptaban el término; incluso, en una reunión un ensayista —ya fallecido— se levantó e hizo su defensa.

Por supuesto, los procesos históricos no terminan de un día para otro. No digo que el Quinquenio Gris terminó con la creación del Ministerio de Cultura, sería muy ingenuo, porque los equipos que rodeaban a Hart eran prácticamente los mismos, los prejuicios seguían en el ambiente. Sin embargo, hay una cosa cierta: a partir de ese momento se creó un clima de confianza que no hubo antes.

Pero, para que veas que esto no es tan sencillo, te tengo una anécdota que para mí fue reveladora: una muchacha me preguntó una vez que por qué para nosotros el Quinquenio… empezaba en el 71. Y es que ella, me dijo, había publicado su primer libro de cuentos en ese año, había participado en su primera reunión de escritores, ¡para ella ese año tenía otra connotación!

Mmmm…, ¡qué interesante! Entonces, significa que yo tengo mis fechas, mis calendarios y tú los tuyos. O sea, que los antidogmáticos (nosotros) nos convertimos en dogmáticos cuando empezamos a escribir la historia desde nuestro punto de vista.


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Yoel Suárez Fernández


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