Naciones Unidas, Unión Africana y diversas organizaciones no gubernamentales (ONG), coinciden en la necesidad de erradicar el empleo del niño soldado, desterrar definitivamente de la realidad política el uso de menores en contiendas bélicas.
La historia recoge muchos sucesos que involucraron el reclutamiento y uso de tales criaturas en conflictos armados; un caso fue en la Edad Media de la llamada Cruzada de los Niños, en 1212, y en la época contemporánea en el curso de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo desde la década de los años 70 del siglo pasado –coincidiendo con un incremento de la carrera armamentista y la Guerra Fría- surgió un fuerte movimiento contra la conscripción de niños soldados, los “kadogos” (pequeños, en swahili), quienes resultan dobles víctimas de los disensos armados, situación arraigada en el contexto africano.
A principios de año se estimó que aún decenas de miles de menores en África son obligados a ejercer como militares y al respecto una ONG, ChildSoldiers International, denunciaba que ese abuso persistía en al menos siete países subsaharianos, además precisó que: “Los continuos disturbios en Somalia, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, República Centroafricana y otros países hacen que los niños estén cada vez más expuestos al reclutamiento”.
Por definición, niño soldado es aquel que participa en acciones militares como combatiente, como escudos humanos o con fines de propaganda y suelen usarse también como porteadores, espías, mensajeros, personal de patrulla y esclavos sexuales o su presencia puede constituir una ventaja política en caso de un contrincante prevé presionar a su rival en una mesa de negociaciones.
En los conflictos bélicos no convencionales, es decir en los que se abandonan las normas tradicionales de guerra, la señalada figura adquiere atributos tales como el de zapador involuntario y/o atacante suicida, fórmulas muy aplicadas por la secta terrorista BokoHaram, creada en el 2002 y que desde 2009 enfrenta militarmente al gobierno federal de Nigeria.
Esa facción insurgente, considerada como uno de las más peligrosas y mortales de África, nutre sus filas con el alistamiento forzados de menores obligados a seguir a sus jefes, quienes les advierten que cualquier desobediencia conlleva a graves represalias contra los familiares. Deben cumplir ciegamente las órdenes impartidas por muy irracional que sean.
Una prueba de cómo opera ese grupo armado ocurrió en 2014, cuando secuestró a unas 200 escolares en la localidad de Chibok. El jefe de esa formación extremista de confesión islámica, Abubakar Shekau, amenazó con venderlas a traficantes y de entregarlas a la tropa, en caso de no utilizarlas como importante carta de cambio en negociaciones con el gobierno.
La exacerbación de la violencia criminal perpetrada por los niños soldados se manifestó en la guerra en Sierra Leona (1991-2002), en la cual esos pequeños fueron ejecutores de las decisiones de los mandos del Frente Revolucionario Unido, de Foday Sankoh, y quienes se encargaban de saquear poblados y amputar órganos de los opositores entre otras operaciones.
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Otro caso de notable maldad es el llamado Ejército de Resistencia del Señor (LRA), del excatequista Joseph Kony, que operó fundamentalmente en el norte ugandés, pero luego en regiones de Sudán del Sur, República Centroafricana y Congo Democrático, su estilo de incorporación era mediante el rapto y su método de convencimiento la tortura marcadamente contra las mujeres que rechazaban la conscripción forzada de sus hijos.
Se presume que hoy el LAR –un concentrado de criminales de guerra- esté disperso y declinando, mientras sus víctimas reclaman que se haga justicia en todos los sentidos.
Desde el genocidio ruandés de 1994, tanto grupos de integrantes de las comunidades hutus y tutsis huyeron a la actual República Democrática del Congo (RDC) antes Zaire, y se establecieron en los alrededores del oriental Parque Nacional de Virunga, donde operan grupos armados como los Maï-Maï, de entre 20 000 y 30 000 efectivos, gran parte de ellos menores de edad.
Algunos estudiosos opinan que en África, el uso de adolescentes en guerras y conflictos tribales es común y lo señalan como parte de un universo de problemas que requiere una solución integral como es el asunto de la pobreza, la ignorancia, la inseguridad y la falta de opciones para escapar de las situaciones de conflictos.
El problema de los niños soldados en alguna forma afecta a todo el continente y lo más alarmante es que esas criaturas por lo general no conocen otro estilo de vida que la ofrecida por la guerra, están desprovistos de cariño y poseen una obsesión fría por la muerte, pero resultan muy útiles para los adultos que les someten por su lealtad y lo inflexible que puede a ser su conducta por falta de madurez o como consecuencia de manipulaciones.
Según organizaciones de auxilio, en los últimos 10 años, 65 000 menores fueron liberados o rescatados, se estima que de ellos más de 20 000 correspondieron a la RDC, pero esa estadística solamente expone una parte del dilema, debido a las dificultades para acceder a los escenarios correspondientes para obtener informaciones más confiables.
Sin ser el principal factor que estimule al enrolamiento infantil, uno de ellos es la radicalización de los grupos armados, los cuales asumen ideologías violentas con las que los menores se dejan envolver y arrastrar, explicó a Inter Press Service la investigadora SiobhanO’Neil.
A los niños soldados se les separa de las familias por largos períodos; dejan se socializarse con sus parientes y la comunidad de procedencia, son tratados brutalmente y se les somete a la continua exposición a la violencia, todo lo cual les causa problemas psicológicos y perturbaciones emocionales, así como sufren trastornos del sueño, adicciones anormales, problemas con la alimentación, ansiedad y temor por su futuro, informan expertos que trataron a esas víctimas.
EN SUSPENSO
El próximo mes de noviembre se cumplirán 60 años de la aprobación por la ONU de la Declaración de los Derechos del Niño, una buena ocasión para pasar revista a cómo se comporta la humanidad para contrarrestar el fenómeno porque queda mucho por hacer, principalmente hay que colocar los intereses económicos detrás de la seguridad de la infancia en todo el planeta.
La interrogante principal es cómo resolver totalmente el problema de la conscripción infantil en el continente africano; lo primero sería acabar con los conflictos armados, a lo cual se debe aspirar algún día, pero mientras cesan definitivamente el asunto es poner coto al menos parcial a las causas que lo generan, las que configuran el mosaico del subdesarrollo en el caso del continente, donde además de los conflictos propios se le unen los exógenos, porque es el gran pastel del cual otros siempre comieron sin recato.
Actualmente en el mundo hay más 300 mil niños y niñas soldado que sufren guerras cada vez más brutales y en la mayoría de los casos pasan a ser combatientes involuntarios por hambre, por falta de seguridad o de objetivos en la vida.
Pese a que el Protocolo Opcional a la Convención de los Derechos del Niño, que entró en vigor en 2002 y lo ratificaron más de 120 Estados, que elevó de 15 a 18 años la edad mínima para el reclutamiento forzoso y la participación en combate, eso no bastó para transformar realidades en los ambientes de guerra, pues aunque desde 2004 disminuyó significativamente el número de niños soldado, se debe más al fin de algunos conflictos que a la voluntad de la comunidad internacional, un ente decisivo en el asunto.
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