Cuando este lunes catorce de diciembre el Colegio Electoral de los Estados Unidos decidió otorgar al demócrata Joe Biden la victoria en las elecciones presidenciales del último noviembre, Trump y su superlativo ego quedaron como el pintor al que le dijeron que se colgara de la brocha porque le retiraban la escalera.
En realidad la falta de asidero del magnate inmobiliario ya había comenzado días antes con el rechazo por la Corte Suprema de una moción presentada por Texas y apoyada por otros 17 Estados para invalidar los recientes comicios presidenciales por presunto fraude.
Se trató de un primer golpe realmente severo que, sin dudas, indicó al presidente que fue inútil su adelantado paso por instaurar una mayoría conservadora en el aquel órgano de justicia.
De ahí que en un inmediato mensaje digital no dudó en calificar a la Corte Suprema de entidad “sin sabiduría y valor” al abandonar – a su juicio- la posibilidad de poner fin al mayor dolo comicial en la historia del país, en lo que analistas clasificaron como otro desmandado y nada simpático ataque del jefe de la Oficina Oval contra los “sacrosantos instrumentos democráticos” norteamericanos.
Ahora, con lo ocurrido este lunes, los compromisarios estaduales otorgaron el cierre legal al controvertido proceso suscitado en las urnas. Solo resta entonces que las dos alas del Congreso den el visto bueno a inicios de enero a la confirmación de Biden como nuevo presidente, cuya investidura deberá producirse el 20 de ese mismo mes.
Vale indicar que tradicionalmente el denominado Colegio Electoral nacional se reúne cada cuatro años, a escala de los diferentes estados, para validar sin mayor alboroto los resultados del conteo de votos.
Pero en esta ocasión ese cónclave adquirió una importancia relevante ante la reiterada negativa de Trump de aceptar su derrota e insistir, sin pruebas, en haber sido víctima de “un fraude colosal.”
Con todo, lo cierto es que para el hombre que muchos meses atrás dijo que “no resistiría no lograr un segundo mandato”, parece estar llegando la hora de enfrentar un resultado totalmente adverso.
Para algunos, a estas alturas lo único que va restando al presidente es ir recogiendo sus maletas, o entregarse a la locura de incitar a sus partidarios a la desobediencia civil en su respaldo, algo que supondría una hecatombe interna a juzgar por la insana división nacional que se desprende del ejercicio comicial del pasado noviembre.
Otros han manifestado la preocupación de que, una vez perdida toda esperanza de dar un vuelco a su favor al resultado en las urnas, Donald Trump ponga todo su negativo empeño en los días que le restan como presidente para erigir una buena carga de obstáculos internos y externos a la futura presidencia de Biden.
Una práctica, vale subrayar, que ya se trasluce en insistir en la actual polarización nacional y la animadversión que ella inocula en la habitualmente problemática sociedad norteamericana.
Mientras, en materia de política exterior, se trataría de aumentar la tirantez y la desestabilización global a grados extremos para que el nuevo gobierno acceda a un universo turbulento donde sus presumibles cambios sean más difíciles de instrumentar.
De hecho Trump deja atrás a un Estados Unidos aún inmerso en conflictos armados, un elevado enfrentamiento a China y Rusia, tensiones y sanciones contra quienes ha estimado incómodos en el universo mundial, y un aislamiento político de altura de la primera potencia capitalista con relación a numerosos tratados y entidades internacionales de amplia influencia y reconocimiento.
Javier Hernández Fernández
15/12/20 15:25
Trump debe ser acusado y preso.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.