Las masivas maniobras bélicas ejecutadas en estos días por Rusia, China, la India, Kazajstán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán, son la expresión fehaciente de que los planes hegemonistas de Washington para Asia Central y otras zonas del Oriente no han logrado “público” entre los gobiernos de la zona.
Desplegados en un área que comprendió desde el Mar Caspio hasta amplios territorios de varias ex repúblicas soviéticas del sur y el este, 128 mil efectivos, 600 aviones, 15 buques de guerra, 250 tanques, 20 mil vehículos, y diversos sistemas coheteriles, pusieron a prueba su efectividad en la defensa colectiva frente a actividades terroristas u otra modalidad agresiva externa.
La nota práctica más trascendente de estas maniobras denominadas Centro-2019 en español, fue la presencia, por primera vez, de tropas y medios de combate de la República Popular China, como inequívoco signo de la creciente convergencia de Moscú y Beijing, signados por Washington como los principales oponentes globales a sus ambiciones expansionistas. No menos de mil 600 soldados y oficiales chinos tomaron parte en el simulacro, junto a medios artilleros de alta potencia, bombarderos estratégicos y destacamentos de blindados.
Rusia, por su parte, confirmó la efectividad de su aviones de caza MiG-31, Su-27 y Su-35S, y de sus misiles S-300 Favorit, S-400 Triumf, Pántsir-S, e Iskander, tanto en misiones de defensa antiaérea como en ataques a larga distancia contra agrupaciones e instalaciones enemigas.
Estas maniobras, dicen analistas, están estrechamente conectadas con los vínculos que las naciones del área vienen forjando en los últimos tiempos en materia de cooperación económica, comercial, energética y financiera a través de la renovada Ruta de la Seda, y en el caso de Rusia, China y la India, también mediante su integración en el grupo BRICS.
Pero sin dudas, entre los aspectos más significativos de estos juegos de guerra se ubica la existencia de una conciencia colectiva de que Asia Central y el resto del Oriente constituyen un blanco clave de las exacerbadas apetencias expansionistas de los Estados Unidos, ambiciones que, por supuesto, no pueden quedar sin respuesta.
Vale recordar la histórica consideración de los “tanques pensantes” gringos acerca de que “quien domine Asia Central dominará el mundo”, y que en sus afanes Washington no solo promovió su alianza con el terrorismo islámico contra la URSS en Afganístan, sino que con la colaboración de Al Qaeda entrenó y armó además a extremistas chinos, chechenos, uzbekos, tayikos y turkmenos, entre otros, para crear la desestabilización en las repúblicas soviéticas centroasiáticas, en la propia Rusia, y al interior de China.
Por demás, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la “cruzada antiterrorista” de George W. Bush pretendió justificar sus intenciones de desplegar tropas en toda Asia Central aprovechando la desintegración del primer Estado de obreros y campesinos de la historia, al punto que analistas rusos y chinos llegaron a exclamar entonces, en gráfica expresión, que “las fronteras de los Estados Unidos parecían tocar a la puerta de sus respectivas naciones.”
No obstante, para no pocos de los dirigentes de los nuevos espacios nacionales surgidos de la desintegración de la URSS no pasó desapercibida la oportunista perfidia de quienes mantienen aún activos sus lazos con el terrorismo mientras públicamente intentan presentarse como sus más “decididos oponentes”, a la vez que consideran como verdaderamente útiles, serios, equitativos y provechosos en todos los sentidos sus lazos crecientes con Rusia y China dentro de un espacio geográfico común e intereses compartidos.
Un loable escenario que, a tono con los ejercicios militares Centro-2019, no parecen decididos a soslayar a cambio de vínculos con un probado antro externo de prepotencia, menosprecio, violencia e inequidad en sus relaciones globales.
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