Hablábamos en el artículo anterior de ciertas elucubraciones de medios occidentales sobre el exitoso fenómeno económico de China, y el “deslizado” interés por dar mérito a los mecanismos capitalistas como sus más válidos promotores.
De manera que en no pocos artículos y conferencias apegados a esa corriente es común escuchar que el gigante asiático “dejó el rumbo comunista para asumir la economía de mercado”, o que es en puridad “una sociedad capitalista con membretes rojos”.
Sin embargo, en busca de la verdad, lo realmente sensato es aterrizar en la realidad y dejar atrás la manía de establecer rótulos y armar esquemas, precisamente las armas preferidas de la tergiversación y el frade intelectual.
China, es cierto, ha tomado aquellos mecanismos económicos y de mercado que ha considerado útiles en su devenir, pero sin dudas su sapiencia radica en hacer uso de ellos lejos de los fines exclusivistas, expoliadores, egoístas y excluyentes de los que hacen gala y entronizan los entornos capitalistas clásicos. En términos de distribución de la riqueza, el gigante asiático se apega creadoramente al literal principio socialista “de cada quien su capacidad, a cada quien por su trabajo”, de manera que los que más aportan, más reciben.
El Estado chino, si bien admite la acción privada en un buen número de actividades productivas y de servicio, y estimula el desarrollo de la inversión extrajera, conserva no obstante en sus manos el control sobre las ramas y elementos estratégicos del país como la tierra, la energía, los recursos naturales y los suministros para la defensa, entre otros, a la vez que alienta y protege a la industria local.
Las normativas y procedimientos en torno a las finanzas y al manejo monetario corresponden al oficial Banco Central de China, hoy una de las entidades más importantes de su tipo a escala mundial, y según afirmó este 2019 la revista Fortune, el gigante asiático “produce y exporta más que nadie, con 119 de sus empresas en la lista de las 500 corporaciones más grandes del mundo.”
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China posee además ciudadanos que con su quehacer, y apegados a las leyes, se han convertido en personajes afortunados. La revista Forbes, citada por la BBC, consideró en ese sentido que dentro de ese segmento de exitosos emprendedores, 324 de ellos “forman parte de la lista de acaudalados con capitales por encima de los mil millones de dólares.”
No obstante, ninguno está facultado para violar, en razón de intereses particulares, las regulaciones establecidas e influir con su dinero en la vida política o económica de la nación, o en la designación de funcionarios públicos. Es más, la prensa suele citar el caso de Jack Ma, fundador de “Alibabá”, la actual mayor empresa de comercio on line del planeta (con facturaciones muy por encima de la trasnacional norteamericana Amazon) quien milita en las filas del Partido Comunista de China.
Otro ejemplo es el del gigante chino de tecnología digital Huawei (también de propiedad privada), líder global en el desarrollo de las conexiones 5G y segunda suministradora mundial de teléfonos celulares, el cual cuenta con todo el respaldo oficial de Beijing en el enfrentamiento a las recientes restricciones oficiales norteamericas en su contra, en medio del diferendo comercial alentado por Washington contra China.
Otro elemento distintivo se produce en la agricultura. Si bien la tierra es patrimonio nacional, China ha alentado mayores libertades y posibilidades al sector campesino para administrar, organizar y comercializar sus cosechas, lo que ha aportado sensiblemente a la elevación de la cantidad y calidad de productos ofertados a la población.
Y en medio de todo este intenso y creciente avance nacional, el eje clave del sistema en China radica en el papel del Partido Comunista como rector de la sociedad, cuyas organizaciones de base existen y operan con voz y voto en todos los centros estatales, privados, y en las empresas extranjeras radicadas en el país.
El Partido, con miras objetivas, claras, abiertas, eficaces e inteligentes, es así el indispensable garante de que no existan desviaciones en los rumbos y metas estratégicas, y en el hecho de que no tengan cabida ni prosperen tendencias nocivas, no pocas veces alentadas desde el exterior, contrarias a los principios políticos vigentes, a la unidad nacional, a los derechos y deberes compartidos por todos los ciudadanos, y a las relaciones internacionales de respeto y beneficio mutuos, entre otros puntos cardinales que determinan la creación de un país y un mundo más justos, seguros, cooperativo y respetuoso de las prerrogativas de cada quien.
¿Conclusión? Pues al menos a este autor no le convence que con tales rasgos y semejante devenir, alguien pueda argüir que China nada tiene que ver con el socialismo.
Javier Hernández Fernández
29/6/20 22:58
Huawei y Honor simbolo ahora.
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