La gran enseñanza de capitalismo es que, lejos de modelo a seguir, es el peor de los patrones a tomar en cuenta si de liberar y enaltecer a la especie humana se trata…y todo indica que los chinos siempre lo han sabido.
Y es bueno cavilar sobre este enunciado ideo-práctico, porque en ciertos materiales de otros ciertos autores, no es difícil adivinar la intención, cuando se refieren a los asombrosos avances económicos y sociales del gigante asiático, de “deslizar” el criterio que todo lo logrado por China luego de setenta años de existencia como República Popular, ha sido posible por la “adopción”, desde poco más de cuatro décadas, de la economía de mercado y los métodos capitalistas de desarrollo.
De entrada, hay una insalvable y rotunda equidistancia de principios y fines entre la visión y métodos chinos y la del universo del capital: la enorme riqueza que hoy genera China no es patrimonio de una exigua mayoría de “ilustres varones” de catadura reaccionaria que monopolizan la producción, la comercialización y las finanzas; manejan, compran y venden candidatos a puestos públicos (incluido el presidente); y manipulan a su antojo e intereses las políticas nacionales e internacionales del país, a la usanza de USA y sus socios occidentales.
No obstante, semejante treta “intelectual” ha llegado a sembrar confusiones, y a hacer ignorar entre algunos “analistas y estudiosos” los preceptos básicos de la ideología revolucionaria, que puntualizan e insisten en que el cambio de régimen socioeconómico requiere, ante todo, de tomar en cuenta la realidad sobre la que se opera y las particularidades de sus tiempos y escenarios, tanto concretos como subjetivos.
Lo cierto es que los legítimos pensadores claves de la ideología revolucionaria nunca la consideraron una religión, un entramado teórico inamovible, absolutista y dogmático; o un producto perfectamente acabado. Para ellos, sobre principios y metas progresistas muy claras, era ineludible el desarrollo de lo que identificaron como un “organismo vivo” a partir de la constante interpretación y conocimiento de sus vigentes entornos materiales y espirituales.
Tampoco negaron todo lo probadamente útil del acervo humano y su uso y ajuste en la consecución de una vida más plena y racional para nuestra especie. Porque el problema no radica básicamente en las herramientas, sino en los propósitos, el manejo, y el destino que marquen su uso.
Y el trascendente avance chino en la edificación socialista “según características propias” (como no por gusto sus impulsores suelen enfatizar al definirlo) se sustenta en haber ajustado debidamente sus objetivos integrales a esa concepción y proceder, y lanzar su proyecto de desarrollo con el instrumental que se aviene a sus necesidades y particularidades internas.
En consecuencia, si bien el socialismo de rasgos chinos admite elementos de la economía de mercado y otros mecanismos de esa índole, lo real es que opera con el fundamental añadido de adaptaciones y alcances novedosos, y sus miras difieren totalmente de aquellos tradicionales manejos generadores de las desgracias humanas impuestas por el capitalismo a lo largo de su historia.
Y el modelo ha resultado totalmente válido, tanto que, en sus largos siglos de existencia, ninguna potencia imperial logró ascender como lo ha hecho China en setenta años, un resultado que nos inclina a preguntarnos si es entonces o no efectivo el socialismo cuando se edifica con los pies sobre la tierra y la mente fresca abierta, desprejuiciada, inclusiva y despejada.
Así, según datos de fuentes occidentales como la BBC News Mundo, “la nación asiática se encamina aceleradamente a convertirse en la principal superpotencia económica del planeta”.
De hecho, continúa la misma fuente, “su Producto Interno Bruto (PIB) solo es superado por el de Estados Unidos, pero en términos de paridad del poder adquisitivo (PPA) ya es la nación más rica del mundo.”
Solo en materia social, por ejemplo (y vale detenerse seriamente en estos guarismos), China sacó de la pobreza a más de ochocientos cincuenta millones de sus ciudadanos en apenas unas pocas décadas, mientras el capitalismo, en sus largos siglos de deambular e imposiciones, sigue siendo el perenne responsable de que todavía el hambre afecte en nuestros días a casi mil millones de seres humanos a escala planetaria, según confirman los estudios más recientes de los organismos internacionales especializados en la materia. (Continuará...)
arturo chang
1/11/19 9:17
¡Excelente! Espero la continuación.
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