Sin dudas no es, ni mucho menos, que a Occidente le desvelen los intereses de los habitantes de la estratégica península ubicada al sur de Ucrania, sobre las aguas del Mar Negro.
El asunto radica en que la situación surgida en esa zona a partir de 2014 con su reintegro a Rusia mediante un referendo organizado por sus habitantes, les resulta, además de una muy molesta espina, el “trigo” adecuado para hostilizar a un “enemigo” trascendente del hegemonismo global que revolotea desde Washington.
Porque bien vistas las cosas, castigos eternos podrían pesar entonces sobre los Estados Unidos por haberse agenciado a Puerto Rico como mero botín de guerra desde 1898, o a Gran Bretaña por asumir una porción de Irlanda (el Norte) desde los albores del siglo XVII, casos en que ni siquiera los pobladores de ambas plazas tienen que ver en materia consanguínea con sus actuales metrópolis… pero, en fin, así son las cosas para los que supuestamente pueden darse a los desvaríos políticos.
Y todo este preámbulo viene a tono porque hace solo unas horas voceros oficiales del Kremlin denunciaron la peregrina y nada nueva idea gringa y de las autoridades de Ucrania de acantonar tropas norteamericanas en ese país fronterizo con Rusia, acción que forma parte del obseso interés de la Casa Blanca de desestabilizar la seguridad nacional del gigante euroasiático.
En efecto, apelando esencialmente a la historieta de que Moscú amenaza a su vecino ucraniano en su divisoria Este y mantiene “ocupada” la península de Crimea, el Pentágono prepara “un nuevo paquete de ayuda militar a Ucrania de 250 millones de dólares destinado a armas y equipos bélicos, así como al entrenamiento de sus uniformados”.
“Las Fuerzas Armadas ucranianas también recibirán rifles de francotirador, lanzagranadas, sistemas de radares, equipos de visión nocturna y otros pertrechos en virtud de nuevo acuerdo castrense”… y, por supuesto, añadieron, “acciones semejantes no serán toleradas y no quedarán sin su debida respuesta”, dijeron las fuentes rusas.
Para las autoridades del Kremlin, Estados Unidos “está aprovechándose del deterioro de las relaciones bilaterales entre Moscú y Kiev para vender cada vez más armas, letales incluidas, a las fuerzas ucranias con el pretexto de hacer frente a lo que llaman amenaza rusa”, obviando el hecho de que fueron Washington y Occidente los promotores del caos político que terminó con la instalación en Kiev de autoridades extremistas, violentas y xenófobas.
Por su parte, la Unión Europea, que no acaba de aprender a soltar del todo las amarras perjudiciales y a centrarse en hacer valer sus propios intereses regionales y globales, reiteró que mantendrá sus actuales sanciones a Rusia por un año más, hasta marzo de 2020, para obligarle a devolver Crimea a los derechistas ucranianos. Es, sencillamente, pelearse con un útil y recto vecino inmediato, para que el despectivo socio de allende los mares se sienta feliz… pero, en fin…
¿No obstante, que sucede con Crimea y cuál es el “pecado” del Kremlin? ¿Acaso se puede hablar del “despojo” de un territorio que fue ruso desde las postrimerías del siglo XVIII, y que se integró formalmente a la URSS en 1921 luego de que el Ejército Rojo puso fin a la contrarrevolución interna y externa que pretendía hundir al primer Estado de Obreros y Campesinos de la Historia?
Un espacio de mayoritaria población de origen ruso, cuya administración se delegó en 1954 a Kiev, cuando Ucrania formaba parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y que al desaparecer esa nación multinacional ha mantenido inalterable su voluntad de una amplia autonomía muchas veces negada por los sucesivos gobiernos ucranianos, incluso pese a la revocación por Rusia en l992 de la decisión a la que hemos hecho referencia en las primeras líneas de este párrafo.
Solo que a la hora en que la ultraderecha ucraniana apoyada por Occidente llegó al poder mediante actos violentos y prácticas racistas, Ucrania se tornó “sagrada e intocable” para sus mentores externos, que no han querido dar crédito al referendo realizado por los ciudadanos de Crimea en 2014, y en el cual más de 96 por ciento de los votantes apoyaron el retorno de la región a la geografía y la administración rusas.
De manera que sobre tan “honorables” principios y bases, Washington y sus aliados se estiman autorizados a campear militarmente en Ucrania y a “castigar” el pretendido “expansionismo” ruso.
No obstante, vale indicar que a un lustro de la reincorporación de la Península a Rusia, el noventa y siete por ciento de sus habitantes aprobaría nuevamente su actual estatus, según indican recientes encuestas.
Por tanto, lo admitan o no los Estados Unidos y sus adláteres, “el asunto de Crimea está definitivamente cerrado” como bien confirmara recientemente el jefe del Kremlin, Vladímir Putin.
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