La caída el 11 de abril del presidente de Sudán, Omar Hasan al-Bashir, no resolvió todos los problemas socioeconómicos ni los relacionados con la seguridad, como el conflicto en la occidental región de Darfur.
Retirar a Al-Bashir del escenario político transformó el panorama nacional, bastante sacudido por la oposición, aferrada a una demanda: retornar el poder a la autoridad civil, solicitud que el gobernante Consejo Militar de Transición (CMT) acepta pero sin concederla de inmediato.
El grupo castrense, asociado con el cambio en las estructuras fundamentales de mando, principalmente con la jefatura del Estado, propone una transición que se extendería por tres años, mientras que en las calles los manifestantes se referían solo a dos.
Si bien los militares se ocuparon de Al-Bashir, rápidamente movieron sus piezas para evitar un vacío de poder que les afectara corporativamente y los disturbios permanecieran en un nivel aceptable, bajo control, pese a los reportes de muertos, heridos y detenidos.
De ahí la actuación de generales como Mohamed Hamdan Dagalo, también conocido como Hemeti, que concentra todas las características de “soldado decidido”, y aunque el principal jefe del CMT es Abdel Fattah al-Burhan, quien parece más activo es su segundo, en cuyo expediente está subrayado su papel en Darfur.
Esa región sudanesa dio pasos hacia un proceso de paz, ahora estancado en espera de lo que se defina en Jartum, en las conversaciones de la oposición y la junta militar, negociaciones escabrosas, a veces detenidas y otras retomadas, en las cuales el tema de la seguridad compite en importancia con el de la autoridad civil.
Cualquier decisión que resulte de esos encuentros deberá incidir en lo que ocurra en la zona en guerra desde 2003, y sobre la que con razón el jefe de la operación híbrida de la Unión Africana y la ONU en Darfur (Unamid), Jeremiah Mamabolo, se pronuncia con vistas a lograr una solución que se asuma con perfil amplio e inclusivo.
Según el responsable, el análisis debe abarcar todas las aristas del dilema, en el que repercute la salida de Al-Bashir, a quien la Corte Penal Internacional (CPI) acusa de cometer crímenes de guerra y de lesa humanidad precisamente en Darfur.
LA DEMORA
Tras la caída del ahora expresidente, se reportaron incidentes violentos en los campos de desplazados internos en la citada región, lo cual muestra lo concatenado de la situación político-militar existente en Sudán, donde además existen otros focos de conflicto armado en Kordofán del Sur y el Nilo Azul.
El proceso de paz en esa zona occidental de 503,180 kilómetros cuadrados, dividida en tres Estados: Gharb Darfur (Darfur Occidental), Janub Darfur (Darfur Meridional) y Shamal Darfur (Darfur Septentrional), atraviesa por un impasse, del cual deberá salir cuando hallan decisiones precisas, sean cuales sean, en las pláticas en Jartum.
El conflicto señalado no es confesional, toda vez que la mayoría de los participantes son musulmanes, aunque de diversas comunidades o grupos étnicos; la guerra es por los escasos recursos del área, en especial el agua dulce, pues el Sahel está muy afectado por la desertificación, la cual se agudizó en los últimos tiempos.
La contienda se desató hace 16 años con enfrentamientos entre facciones árabes ganaderas —agrupados en el Yanyauid o jinetes armados— y milicias sudanesas de raza negra, principalmente agricultoras, que acusaron al gobierno de favorecer socioecómicamente a los otros.
Según los registros de agencias humanitarias, tal proceso causó unos 400 000 muertos y más de 2,5 millones de desplazados.
En ese contexto es que muchos analistas sitúan a Mohamed Hamdan Dagalo (Hemeti), y señalan su rápido ascenso a la cúpula del Ejército, luego de ser una carta decisiva en la campaña contra la insurgencia en Darfur, donde se relacionó con el Yanyauid.
Esa contienda comenzó en la etapa de gobierno del general Yaffar al-Numeiry (1969-1985) y continuó con la administración del primer ministro Sadiq al-Mahdi (1986-1989), derrocada por un golpe militar perpetrado por Al-Bashir (1989-2019). Fue este último quien desarrolló conversaciones de paz con los grupos guerrilleros.
En 2008, Hemeti dijo que el entonces presidente Omar Hasan al-Bashir le pidió personalmente comandar la contrainsurgencia en Darfur, pero declaró a documentalistas que rechazó las órdenes de atacar zonas civiles.
No obstante, el académico Magdi el-Gizouli, del Rift Valley Institute, opinó que “la estrategia de los militares sudaneses de subcontratar las operaciones de contrainsurgencia a las fuerzas locales posibilitó el ascenso de Hemeti”, un hombre natal de Darfur.
Medios de difusión manifestaron que el número uno real del Comité Militar de Transición es Hemeti, quien planea llegar a ser mandatario apoyado por una coalición de partidos de varias tendencias. Otros lo consideran contrario al movimiento político del difunto Hasan al-Turabi, que articuló el golpe de Al-Bashir en 1989.
Lo cierto es que las referencias al vicepresidente de la junta son insistentes, incluso más que a su actual jefe, el general Abdel Fattah al-Burhan, un oficial vinculado con la Inteligencia, desde la cual coordinaba las operaciones del ejército y los ataques de las milicias contra objetivos en el Estado de Darfur Occidental de 2003 a 2005.
En enero, Gibril Ibrahim, jefe del insurgente Movimiento de Justicia e Igualdad (JEM, por sus siglas en inglés) de Darfur, dijo que rechazó reanudar las conversaciones de paz con el gobierno ante las manifestaciones hostiles a Al-Bashir en Sudán. Ahora con su ausencia ¿cuál será la posición que asumirá ese grupo?, una de las principales guerrillas de la región.
Sin descartar el advenimiento de una carrera por el poder, analistas políticos, académicos africanos y estudiosos militares observan con cautela cómo se reorienta Sudán, una realidad que en buena medida cambió en los recientes meses de tumultuosas manifestaciones, pero continúa estancada en su proyecto de distensión y seguridad.
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