La Casa Blanca materializó este verano un nuevo y peligroso paso en su obcecada intención de seguir zafándose de aquellos compromisos que le impidan generar los arsenales que considera indispensables en su visceral empeño de doblegar a Rusia y China y hacerse del control global absoluto.
Así, el pasado viernes 2 de agosto dio por cerradas sus responsabilidades con respecto al acuerdo sobre misiles de corto y medio alcance, INF, suscrito en 1987 por un en extremo complaciente Mijail Gorbachov y un ladino Ronald Reagan.
El Tratado demandaba, tanto de la entonces tambaleante Unión Soviética como del “omnipotente” Estados Unidos, la eliminación de los misiles nucleares y convencionales que tuvieran una trayectoria de entre quinientos y mil kilómetros, considerados de corto alcance, y de entre mil y cinco mil quinientos kilómetros, clasificados de medio alcance.
La unilateral decisión norteamericana hizo oídos sordos- como estaba planeado de antemano- a toda propuesta rusa por mantener el INF, y por tanto Moscú debió desentenderse también del susodicho legajo.
La excusa gringa para desbaratar este elemento jurídico que le obstaculizaba la ruta hacia una nueva carrera armamentista, fue acusar al Kremlin de violar el INF con la puesta en servicio del misil 9M729, con rango de vuelo de 480 kilómetros, pese a que Rusia mostró públicamente la nueva arma y brindó información abierta sobre sus características.
Mientras, para esas fechas la industria militar gringa ya trabajaba a escondidas en proyectos violatorios del acuerdo y directamente relacionados con el titulado Escudo antimisiles con el que Washington intenta obtener la ventaja de propinar golpes nucleares anulando la capacidad de repuesta de sus víctimas.
Una revelación que de forma abierta el Pentágono acaba de confirmar al anunciar que en los próximos días las fuerzas armadas gringas pondrán a prueba varios tipos de misiles con las características prohibidas hasta hace unas horas por el INF y en los cuales, evidentemente, se estaba trabajando desde hace bastante tiempo.
Vale apuntar además que, aparte del abandono del INF, los Estados Unidos ya se retiró en 2002 del Tratado de Misiles Antibalísticos, ABM, y confirmó que no pretende analizar la pendiente prórroga del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, START III, lo que indica claramente que la ultraderecha gringa y su acólito Donald Trump solo pretenden tener manos libres para intentar cumplir el mandato hegemonista de “no permitir la aparición de nuevas potencias globales”, mucho menos defensoras del multilateralismo y las leyes internacionales.
Otra nota lamentable en torno a tan espinoso tema provino de inmediato de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, cuya dirigencia decidió jugar la carta de Trump de culpar a Rusia por el fin del INF.
La entidad belicista dijo que tomaría “medidas adecuadas de respuesta” ante la nueva situación, entre las cuales los analistas citan el posible redespliegue de misiles norteamericanos de corto y medio alcance en el occidente, centro y este de Europa, lo que automáticamente les colocará bajo la mira de la cohetería defensiva rusa con el rango de blancos prioritarios.
Una lamentable jugada que prefiere poner en directo la cabeza de los europeos bajo el riesgo del holocausto atómico antes que contradecir al socio mayor, entre cuyos planes siempre ha estado hacer de sus “amigos” del Viejo Continente una suerte de volátil primera línea en un conflicto primero con la Unión Soviética, y ahora con Rusia, si ello supone probabilidades para la “sobrevivencia” norteamericana.
Situación que, por demás, Washington pretende imponer en la región Asia-Pacífico a pesar de que Beijing no tiene relación alguna con el INF, con la peregrina idea de también dislocar en aquella zona sus misiles de corto y medio alcance, pero con el colimador apuntando hacia China.
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