En medio de las investigaciones sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001 no faltaron, e incluso quedan aún en el aire, infinidad de conjeturas acerca de los “raros” incidentes acaecidos en torno a la tragedia.
Con más razón, apuntan analistas, cuando se hicieron evidentes y palpables las controvertidas consecuencias internas y externas que incentivó la manera oficial de abordar y presentar el ataque.
Una de las grandes interrogantes vigentes se refiere a cómo es posible que rascacielos construidos a prueba de choque de aviones se derribaran en franca caída libre uno tras otro, a semejanza de las demoliciones controladas utilizadas por empresas constructoras.
De hecho, el denominado edificio Siete del World Trade Center, ubicado en las cercanías de la Gemelas, desaparecería poco después que sus vecinas “por la misma vía”, pero sin haber recibido impacto externo alguno.
Por demás, relatos de los primeros bomberos que entraron en las Torres hablan de haber visto y oído explosiones en las paredes y columnas como si hubiesen estado dinamitadas de antemano, mientras que el Departamento Sismográfico de la Universidad de Columbia registró raras actividades telúricas justo en el momento del desplome, atribuidas a conmociones y quiebras de carácter abrupto y violento.
Según los rescatistas, la planta baja y los sótanos de las Torres estaban totalmente destrozados antes del derrumbe total, y en el lugar pululaban pedazos de metal fundidos, lo que induce a pensar que fueron destruidos por explosivos como el denominado termita, que permite cortes y efectos incandescentes en aceros especiales y otros metales de alta dureza.
Y al tiempo que estas versiones y datos nunca fueron divulgados en la magnitud que se merecían, a manera de “cierre” se informó días más tarde que las columnas de acero chamuscado pertenecientes a las Torres Gemelas habían sido “exportadas al continente Asiático” luego de su análisis por los investigadores forenses, razón para que los apegados a la duda sobre las versiones oficiales afirmasen que ese envío no fue más que una maniobra para evitar que las barras metálicas pudieran ser estudiadas de nuevo y se lograse determinar las verdaderas causas y los puntos de sus fracturas.
Por si fuera poco, la colisión de la nave aérea con el Pentágono sigue siendo también un elemento con grades cuestionamientos pendientes.
Ese mismo día hubo otros varios grupos terroristas en otros vuelos en la costa este de EE.UU. (Foto: Tomada de BBC)
Tomas disímiles de cámaras de seguridad ubicadas en el lugar de los hechos nunca revelaron con exactitud qué tipo de objeto chocó con el edificio de apenas veinticuatro metros de altura, a la vez que, sorprendentemente, el presunto avión comercial lanzado contra los muros se volatilizó por completo al extremo de convertirse en puras cenizas por la acción de “un fuego de tal intensidad” que (otra sorpresa) no calcinó en su “violencia desmedida” muebles, computadoras, lámparas, escritorios, puertas y estantes de las oficinas que encontró a su paso.
Se dijo que su secuestrador líder era Hani Hanjour, de quien se supo que en sus previos cursos de aviación en los propios Estados Unidos apenas logró una licencia para avionetas monohélices debido a su carencia de concentración, su perenne nerviosismo, y sus limitaciones en el aprendizaje.
No obstante –nos dice textualmente el analista Peter Franssen- “el FBI confirmó que el terrorista logró hacer lo que ningún piloto con larga experiencia ha podido: desde una altura de dos mil 130 metros bajó en picada con el Boeing 737, hizo una espiral hasta una altura de unos tres metros, evitó árboles, luminarias y cables eléctricos, y se estrelló contra el Pentágono a una velocidad de 700 kilómetros por hora. Una verdadera obra de arte que pocos podrían imitar”, concluye la fuente.
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En otras palabras, que a dieciocho años de uno de los más sonados actos terroristas en el planeta, y a partir de las notorias lagunas que muestra la vigente explicación oficial del caso, mantienen su racional presencia las disquisiciones de muchas personas que dentro y fuera de los Estados Unidos se siguen preguntando si ha sido capaz de llegar tan lejos el torcido pensamiento estratégico de los servicios secretos, jefes militares y altos cargos gringos, como para que, en determinadas situaciones, opten por atentados criminales contra su propio pueblo.
Y es que si para un personaje como el ex asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski no fue un crimen aliarse con Bin Laden, Al Qaeda y los Talibanes para golpear a la Unión Soviética en Afganistán, tampoco para algunos de sus pares actuales debió ser un problema de conciencia matar a tres mil conciudadanos si con ello Washington podía accionar sin trabas su pretendida y hoy raída marcha hacia un imposible hegemonismo global.
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