Si hubiese un mínimo de sentido común en vez de autosuficiencia desmedida y sosa en la Casa Blanca, el presidente de los norteamericanos, Donald Trump, y su tromba de calcáreos asesores, no hicieran lo que hacen.
Hay un viejo proverbio que asegura que “quien mucho abarca poco aprieta”, con más razón si se padece de esclerosis política y callos en la materia gris.
Consecuencia entonces de que el principio rector de la política externa de una Oficina Oval sin su “poderosa brillantez global” de antaño, persista en tratar a golpe y porrazo, desde “enemigos jurados” hasta socios obligados a la docilidad extrema.
Y todos estos elementos ya circulan en la tensa atmósfera creada por el loco deseo hegemonista de apalear y reducir a la República Islámica de Irán mediante un cerco económico absoluto y una rimbombante amenaza bélica (que los iraníes califican poco menos que ridícula), no importan los intereses de cuantos ni de quienes en este mundo resulten severamente lastimados.
Como se conoce, Washington dispuso el recorte de las ventas iraníes de petróleo como una de sus medidas coercitivas a partir del abandono unilateral por la administración Trump del acuerdo internacional sobre el uso pacífico por Teherán de la energía atómica.
Un tratado al que se adscriben además la Unión Europea, Rusia y China, y todo porque al presidente le gusta dictar, a su modo y entendimiento muy particulares, la letra y el espíritu de lo que se establece en las negociaciones con el extranjero y que, por supuesto, deben ser aceptadas sin opción por todas las partes.
Hace apenas unos días, Trump dispuso además el cese de exenciones en las compras del crudo iraní otorgadas a un grupo de países que debían “apresurarse” en la búsqueda de otros suministradores antes de la orden de “corte general” dispuesta por la Oficina Oval.
Por su parte el señor asesor John Bulton, amigo de la metralla y los misiles, movilizó al portaviones Abraham Lincoln y a un grupo de superbombarderos B-52 con destino al Golfo Pérsico, para “enfrentar” toda resistencia iraní contra el bloqueo comercial que se le impone.
Por cierto, vale recordar que durante la guerra de agresión contra Viet Nam, hace unas cinco décadas, las defensas antiaéreas de esa nación indochina dispusieron de no pocos B-52, entonces las “temibles joyas” de la aviación militar estadounidense.
Superbombarderos B-52 con destino al Golfo Pérsico, para “enfrentar” toda resistencia iraní contra el bloqueo comercial que se le impone. (Foto: hispantv.com).
Pero he ahí que, con todo, Teherán no obedece, no tiembla, no retrocede, y sus fuerzas armadas aseguran que tienen toda la capacidad militar necesaria para eliminar la amenaza gringa desplegada frente a sus costas, actitud, dicho sea de paso, esperada por todos los analistas, a la vez que absolutamente consecuente con la firmeza que siempre ha exhibido Teherán frente a las amenazas de Washington.
No obstante, el grave episodio también muestra otras muy interesantes repercusiones, porque cual conejo salido del sombrero, la hasta hoy tan dubitativa ante las presiones gringas Unión Europea, reiteró ante el nuevo escenario impuesto por la Oficina Oval que mantiene sus compromisos con el pacto suscrito con Irán, que le interesa siga vigente, y hasta llegó a anunciar, por boca de su jefa diplomática Federica Mogherini, que el mecanismo conocido como Instex, por el cual se preservarían las relaciones económicas entre el Viejo Continente y la nación persa, “estará operativo en breve y propiciará sus primeras transacciones en cuestión de días.”
Eso por una parte. Por la otra es evidente que los más influyentes miembros comunitarios no ven con buenos ojos posibles acciones militares norteamericanas contra Irán y algunos no han dudado en decirlo, en tanto España, por intermedio de su ministra de Defensa, Margarita Roble, ordenó la vuelta a casa de la fragata Méndez Núñez, que había sido incorporada a la flotilla naval norteamericana remitida al Golfo Pérsico para presionar a Teherán, en lo que algunos analistas interpretan como un desusado NO de Madrid y del resto de Europa a seguir sirviendo de cola militar en las aventuras de Donald Trump, y al posible deseo del Viejo Continente de comenzar a rescatar su propia personería política y el cuidado de sus propios intereses más allá de lo que quiera y diga su socio mayor.
De ser así, pues bienvenido el posible cambio, porque ya era hora de que los añejos lustres europeos volvieran a la tendedera para limpiarse del polvo que líderes locales y personajes foráneos le han arrojado encima en los últimos tiempos. Sin dudas estaríamos en presencia de un empeño sanitario que, no obstante, todavía tiene mucho que hacer.
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