Tras pasos paulatinos en ese sentido y permanentes advertencias a las naciones europeas firmantes del protocolo, el gobierno de Teherán decidió desentenderse de sus obligaciones con el tratado multilateral sellado en 2015 sobre su programa para el uso pacífico de la energía atómica.
El trabajoso protocolo fue suscrito con Irán por con varias naciones euro occidentales, Rusia y los Estados Unidos, y pretendía controles y reducciones en la actividad investigativa iraní a cambio del cese de sanciones y presiones contra la nación persa.
Con la llegada de Donald Trump a la presidencia gringa se dispuso el retiro unilateral de Washington del mencionado pacto, tachado de “malo y débil” por el nuevo ocupante de la Oficina Oval, que ha desatado además una campaña de hostilidad y penalidades de toda índole contra Irán como “castigo” por el sobresaliente papel de la República Islámica en la lucha anti hegemónica en Asia Central y Oriente Medio.
Este nuevo paso de Irán fue advertido más de una vez a los firmantes europeos, que frente al desacato y el sabotaje estadounidenses no han sido capaces de articular una política coherente ante los riesgos establecidos por el comportamiento de su socio mayor, aun cuando desde el punto de vista retórico algunos gobiernos, como el francés, han manifestado apoyar el acuerdo.
Sin embargo, muchos observadores han reiterado la ineficacia europea, e insisten en que son las autoridades de Teherán quiénes en realidad han mantenido vivo hasta hoy el citado protocolo.
La actual decisión iraní se fundamenta en los artículos 23 y 36 del pacto nuclear. El primero establece que “si uno de los firmantes reimpone sanciones o impone nuevas restricciones sobre Irán en relación con su programa de energía nuclear, Teherán puede alegar esos actos hostiles como motivo para dejar de cumplir sus compromisos total o parcialmente.”
Mientras, el segundo afirma que “si cualquier parte incumple sus compromisos, Irán puede remitir el asunto a la Comisión Conjunta del pacto y, en caso de incumplimiento por parte del país persa, los demás pueden hacer lo propio.”
Rusia, por su parte, manifestó que entiende perfectamente la posición de Teherán y la interpreta como una “poderosa señal” de que debe ser restaurado el equilibro dentro del protocolo multilateral, aun cuando Washington insista (qué otra cosa puede decir el gran saboteador) en que Irán está acudiendo al “burdo chantaje” para persistir en un tratado “que le favorece.”
Torcida afirmación que encontró rápidas respuestas. Políticos, medios de prensa y analistas indicaron que Estados Unidos no puede hablar de chantaje cuando todo el tiempo ha intentado extorsionar a Teherán y a los restantes firmantes del acuerdo, e incluso ha ofrecido dinero a oficiales y marinos iraníes para que desvíen sus buques cargados de petróleo nacional hacia puntos controlados por Washington.
Por demás, se supo que con la retirada de sus obligaciones Irán activó dos líneas de centrífugas IR-4 e IR-6, que permanecerán como hasta ahora bajo control de la Agencia Internacional de Energía Atómica.
Con anterioridad, y también ante la carencia de reacciones adecuadas por los firmantes europeos, Teherán ya había suspendido la venta de uranio enriquecido y de sus excedentes de agua pesada —como establecía el convenio— a la vez que elevó el enriquecimiento de uranio en 3,67 por ciento, por encima de los niveles acordados.
Pasos que, concluyen rotundamente los expertos en la materia, “no establecen amenazas de una posible prolifera-ción nuclear, y son perfectamente reversibles en caso de un nuevo entendimiento.”
El nuevo paso de Irán en el acuerdo nuclear
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